Putin desafía a Occidente mientras estrecha el cerco sobre Kiev

Además de los bombardeos aéreos y los misiles de la artillería, Rusia atacó ayer Ucrania con fuerzas terrestres desde Bielorrusia, Crimea y las regiones de Briansk, Kursk, Bélgorod, Voronezh y Rostov del Don. Un ataque realizado desde múltiples flancos, arrollador y sorpresivo, que anuló gran parte de la capacidad defensiva de la exrepública soviética y dejó anoche las tropas del Kremlin a las puertas de Kiev. De hecho, un nutrido contingente de soldados tomó el aeropuerto de Antónov, situado a 25 kilómetros al noroeste de la capital ucraniana. Poco después, aterrizaron aviones de transporte atiborrados de militares que se hicieron con el perímetro del aeródromo.

De manera que en Kiev ya se espera la llegada del Ejército ruso en cualquier momento. En la oficina de la Presidencia no descartan que el Kremlin tenga planeada una operación para detener o incluso eliminar al presidente Zelenski, quien esta madrugada advirtió que «grupos de sabotaje enemigos» habrían penetrado ya en la capital y los aviones bombardeado aonas residencias. El paradero del mandatario no ha sido dado a conocer.

Mientras, el alcalde, Vladímir Klichkó, decretó el toque de queda. Las sirenas de alerta aérea sonaron varias veces durante el día mientras el cielo era surcado por aeronaves rusas. Mucha gente se ha refugiado en el metro, igual que los habitantes de Járkov. Miles de vecinos han abandonado la capital en busca de un lugar seguro en otras zonas del país, preferentemente rurales y alejadas de núcleos urbanos por temor a su posible consideración de objetivos militares.

El mismo grupo de tropas rusas procedente de Bielorrusia, según el viceministro de Interior ucraniano, Antón Gueráshenko, «ha intentado hacerse con la central nuclear de Chernóbil», situada casi a medio camino entre la frontera y Kiev. Según sus palabras, «si como resultado de las bombas resulta dañado el almacén de residuos atómicos, el polvo radiactivo podría cubrir toda Ucrania, Bielorrusia y los países de la Unión Europea». A las siete de la tarde, el propio Zelenski denunció que Rusia se había hecho con la zona de exclusión.

Más hacia el este, los destacamentos entraron en Ucrania desde Briansk y Kursk. Estos últimos se toparon, según las agencias rusas, con una fiera resistencia del Ejército ucraniano en Sumy. Desde Bélgorod, las fuerzas rusas atacaron Járkiv, la segunda urbe más grande del país, también con dificultades en el avance. Ya en el extremo este, al norte de Donbass, el Ejército ocupante desplegó su progresión desde la región de Voronezh. Distintos medios informaron de la llegada a Odessa de un navío de desembarco, cuyos efectivos atacaron un cuartel en el poblado de Lipétskoye y causaron 18 muertos.

Pero la zona en donde Moscú ha logrado mayores resultados ha sido en el sur de la provincia de Jersón con tropas acorazadas que salieron desde Crimea. En esa zona, el dispositivo ofensivo ha puesto bajo su control una central hidroeléctrica y, más importante todavía, el canal que surte de agua a Crimea y que las autoridades de Kiev ordenaron bloquear.

El parte del Ministerio de Defensa ruso hace gala precisamente de que se ha conseguido restablecer el suministro de agua a la península. La nota asegura que «todas las tareas asignadas a las agrupaciones de tropas en este día (por ayer) se ha completado con éxito» e informa además de que las fuerzas de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk «rompieron las defensas dispuestas de forma escalonada de las tropas ucranianas y avanzaron entre seis y ocho kilómetros». Los rebeldes de Donbass, que anunciaron haber puesto fin a la evacuación de civiles a Rusia, dijeron haber arrebatado a las fuerzas rivales las localidades de Schastie y Stanitsa Luganska.

De acuerdo con el comunicado, los ataques rusos «han neutralizado 74 instalaciones terrestres de infraestructura militar, incluidos 11 aeródromos de la Fuerza Aérea, 3 puestos de mando, una base naval y 18 estaciones de radar» que controlan los disparos de misiles antiaéreos. Un helicóptero de combate y cuatro drones de ataque fueron derribados mientras un avión Su-25 ruso cayó por «error del piloto», que logró catapultarse y «está a salvo».

Por su parte, el Ministerio de Defensa ucraniano informó de «duros combates en las inmediaciones de Donetsk, Lugansk, Jersón y Járkov». También en Mariúpol y Schastie. En su comunicado se subrayaba que habían conseguido destruir a los rusos «al menos seis aviones, dos helicópteros y decenas de vehículos blindados». Las autoridades locales informaron a última hora de la noche que había cerca de 140 muertos -la mayoría militares, pero también algunos civiles-, aunque otras fuentes afirmaban que el número de fallecidos era superior.

Zelenski anunció la ruptura de relaciones diplomáticas con Moscú, aseguró que Putin «ha atacado Ucrania de la misma manera que la Alemania nazi lo hizo durante la Segunda Guerra Mundial» e instó a la población rusa a manifestarse en contra de la guerra.

Concentraciones y piquetes se sucedieron durante todo el día en Moscú, San Petersburgo, Ekaterimburgo y en muchas otras ciudades del país. Numerosos artistas, presentadores de televisión, periodistas y blogueros rusos se pronunciaron abiertamente en contra del ataque ordenado por su presidente. Varias ONG denunciaron la detención de casi 1.400 personas entre los participantes en las protestas. El Ministerio de Interior había advertido que todas las manifestaciones serían consideradas ilegales.

El jefe del Kremlin lanzó de madrugada el mensaje a la nación donde anunciaba el comienzo del ataque masivo. Sucedió justo unas horas después de que los líderes separatistas de Donetsk y Lugansk le pidieran ayuda para «repeler los ataques» del Ejército ucraniano y él ordenó la movilización para evitar «un genocidio». De forma casi inmediata, comenzaron los bombardeos sorprendiendo a los ciudadanos del país vecino aún dormidos. También la comunidad internacional se levantó de repente sobresaltada, asustada ante una confrontación que quizá todavía confiaba en reconducir sin necesidad de las balas y que ya es una de las más graves vividas por Europa desde la II Guerra Mundial. Y no ha hecho más que empezar.

Putin señaló que, «de conformidad con el Artículo 51 de la Carta de la ONU, con la aprobación del Consejo de la Federación -Cámara Alta rusa-, he decidido llevar a cabo una intervención militar especial». Según sus palabras, «lucharemos por la desmilitarización y la desnazificación de Ucrania. Nuestros planes no incluyen la ocupación de Ucrania. No obligamos a hacer nada a nadie por la fuerza».

«Quiero avisar a las fuerzas externas, no importa quién intente crear amenazas para Rusia, que la respuesta será inmediata. Nadie debería tener ninguna duda de que un ataque directo a Rusia conducirá a la derrota y tendrá consecuencias nefastas para un agresor potencial», añadió el dirigente, en alusión directa al arsenal nuclear ruso. Envió también un mensaje a las tropas ucranianas subrayando que «ustedes hicieron un juramento al pueblo, no a la junta, les insto a que depongan las armas de inmediato y se vayan a casa». Cuando difundió esta declaración, apenas habían pasado algo más de 48 horas desde que reconociera los dos enclaves separatistas como Estados independientes.

Por su parte, Zelenski telefoneó a su homólogo estadounidense, Joe Biden, decretó el estado de guerra, ordenó el alistamiento general de la población y lanzó un mensaje a la nación. Declaró que Ucrania quiere la paz, pero ahora debe hacer frente a la ofensiva.

La inteligencia estadounidense ya venía advirtiendo desde hace semanas que Putin planeaba la ofensiva. De nada han servido los esfuerzos diplomáticos para evitar la catástrofe. La OTAN calificó la intervención de «irresponsable» y la ONU dijo que se trata de un «cataclismo». Anoche, más de 100.000 ucranianos habían abandonado su país, preferentemente hacia Moldavia y Rumanía, mientras los gobiernos del entorno ordenaban montar campamentos de refugiados.