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Al contemplar al público congregado frente al escenario principal del Bilbao BBK Live, esas decenas de miles de personas electrizadas por la inminente aparición en escena de Rosalía, se hacía raro pensar que hace poco más de un año la artista catalana estuvo anunciada en ... el Teatro Barakaldo y el Centro Cívico Hegoalde de Vitoria, como parte de la Gira Flamenca del Norte que congrega cada temporada a los buenos aficionados de la zona. Rosalía era entonces una cantaora emergente que había dado muestras de cierta heterodoxia, al grabar su primer álbum con el acompañamiento poco convencional de Raül Refree, e incluso había acumulado ya una buena cantidad de seguidores ajenos a las filas siempre apasionadas del flamenco, pero aquellos conciertos (que finalmente se suspendieron por razones de salud) y aquella artista pertenecen a otra era histórica, la previa al cataclismo de 'El mal querer'.
Porque lo de ayer era un llenazo casi inconcebible, una muchedumbre inabarcable y fascinada, sin esos espectadores itinerantes y pelmazos tan típicos de los festivales. Salió Rosalía de rosa y oro, con sus seis bailarinas vestidas de blanco y sus cuatro coristas y palmeros de negro, y la multitud entró en un delirio repentino e irreversible. Fue un concierto difícil de juzgar con los parámetros habituales: el acompañamiento instrumental, incluso las guitarras españolas, venía pregrabado (en un rincón estaba El Guincho, el cómplice y «hermano» de Rosalía, ocupándose de todo) y las imágenes de las pantallas eran tan perfectas que parecían un videoclip, con sus coreografías raciales y a la vez tan exportables. El coro se llevaba buena parte del peso vocal, pero cuando Rosalía cantaba un verso flamenco (en 'De madrugá', por ejemplo), el público se volvía loco y gritaba olés. El momento más estremecedor fue 'Catalina', el que fue su primer sencillo, la única canción que recupera de aquel pasado suyo: la interpretó prácticamente a capela en mitad de uno de esos silencios que parecen más hondos porque intervienen miles de personas.
Quizá eso, lograr la atención masiva y devota para una canción flamenca sin aliño contemporáneo ni trucos de producción ni jaleos tecnificados, sea un triunfo más importante que la respuesta febril a los temas clave de 'El mal querer' (el inicio del concierto con 'Pienso en tu mirá', por ejemplo, desató un enajenamiento general en el que la gente gritaba desde «reina» hasta «me lo voy a hacer encima») y a la traca final de 'Con altura', 'Aute cuture' y 'Malamente'. El concierto, un espectáculo global que obliga a buscar referentes en la música anglosajona, estuvo cuidado al milímetro, combinando los pasajes de sonido más urbano con los momentos flamencos en los que queda claro que esta mujer sabe cantar.
Rosalía pronunció la palabra «Bilbo» en incontables ocasiones (y también dijo «maite zaitut» y «bihotz-bihotzetik»), bajó a regalar un abanico, versionó el 'Te estoy amando locamente' de Las Grecas (un referente ineludible en su empeño de modernizar el flamenco contra viento y marea) e incluyó también en el 'setlist' su colaboración con James Blake ('Barefoot In The Park') y esas canciones suyas que se reserva de momento para el directo y suelen descolocar a sus fans menos completistas ('De madrugá', 'Como Alí', 'Lo presiento'...). Y para el bis, como aterrizaje plácido después de la apoteosis, se reservó una sorpresa: el estreno en directo de 'Dio$ no$ libre del dinero'. Amén, Rosalía.
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