Intercambio de golpes
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Unai Laso llevó al límite a Jokin Altuna con un juego muy sólido y una demostración de carácter, pero al final no pudo evitar la tercera txapela del genio de AmezketaComo el alpinista que un día se quedó a cien metros de la cima del Everest y desde entonces no deja de preguntarse qué le faltó para llegar a su destino soñado. Es probable que, tras la final de ayer, este sentimiento acompañe a partir ... de ahora a Unai Laso. Estuvo muy cerca el navarro de conseguir la txapela. La acarició tras un partido intenso y competido frente al mejor pelotari de la actualidad. La gloria, sin embargo, se le escapó en algunos pequeños detalles que no tendrían mayor importancia ante a otro rival pero ante un genio como Altuna suelen ser como un certificado de defunción.
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Juan Pablo Martín
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Tino Rey
El más importante lo sufrió con 20-20. El frontón de Miribilla hervía de expectación. La final, que se había parado con 19-19 por la irresponsabilidad de algunos jóvenes aficionados, ninguno de ellos abstemio, que se negaban a ponerse la mascarilla pese a los reiterados avisos por megafonía, había vuelto a lo grande. El intercambio de golpes era espectacular en el ring de Miribilla. Aquello iba a ser un cara y cruz; algo que en sí mismo ya hablaba muy bien del nivel competitivo del pelotari de Bizkarreta-Gerendiain. Y es que llevar a Altuna hasta sus límites en el Cuatro y Medio está a la altura de muy pocos. A estas alturas, ya quizá sólo de él. Y de Ezkurdia, quizá.
El caso es que Laso tuvo el tanto 21 en sus manos y cometió un error fatal: desperdició un remate muy fácil desde el cuadro dos con Altuna mal colocado y todo el ancho de la cancha para él. No olvidará nunca esa jugada el delantero de Baiko, quién sabe si producto del cansancio o de los nervios de un finalista principiante en los instantes decisivos. A Jokin Altuna, que firmó con el saque el tanto 22, no se le pueden hacer regalos. Ni siquiera pequeños presentes. Ni un caramelito de menta. Él exige a sus rivales la perfección y Laso no fue capaz de alcanzarla. Ese error en el 20-20, dos pasas con el saque en el arranque del partido, alguna que otra oportunidad perdida tras alcanzar con una buena tacada el 12-12 tras el primer descanso... Casi nada, es cierto, pero suficiente para condenarle.
Hablábamos líneas arriba de intercambio de golpes en el ring de Miribilla y lo cierto es que esta imagen se nos quedó grabada tras el curioso preámbulo boxístico que tuvo la final. Los tiempos avanzan y la pelota se amolda a las últimas modas audiovisuales en los espectáculos deportivos. De manera que ayer las luces del frontón se apagaron y un foco iluminó la salida de Altuna desde la puerta del rebote mientras sonaba una música potente y el locutor citaba el nombre del campeón con el énfasis propio de estos casos. Por supuesto, hizo lo mismo con Laso, que salió desde la puerta contraria, la del frontis. Aquello fue tan sorprendente que uno, fácil de impresionar como es, casi echó de menos que a cada pelotari le acompañase en su salida a la cancha un preparador viejo y sabio de apellido italiano y una cohorte de guardaespaldas de apariencia temible, como en los grandes combates en Las Vegas.
A veces, las luces y los decibelios excesivos, las puestas en escena muy 'yankees', no pasan de ser patochadas que acaban enmascarando espectáculos que no merecen tanta grandilocuencia y efectismo. No fue el caso de la final, que cumplió con los pronósticos en el mejor sentido posible. Se previa una batalla muy dura y lo fue. Por dos razones. La primera es obvia: Altuna es Altuna, un pelotari mayúsculo con un arsenal de recursos excepcional. Lo tiene todo y lo que no tenía -experiencia en las finales- ya lo tiene también. La de ayer, de hecho, era su sexta en el acotado. Unai Laso, por su parte, es competidor nato con un surtido de golpes soberbio. Y algo más. Es un hombre que ha visto la parte oscura de la luna y ha madurado.
Lo cierto es que fue el protagonista de la final. En el arranque, lo hizo todo: lo bueno y lo malo. El tanteador iba y venía con diferencias mínimas hasta que, tras el empate a cuatro, Altuna se fue al 9-4. Ese margen de cinco tantos se mantuvo hasta el primer descanso previsto para los anuncios en televisión: 12-7. El campeón de Amezketa parecía tenerlo todo bajo control, pero Laso salió de vestuarios como un 'miura'. A base de dos paredes magníficos y saques con mucho veneno, logró el empate a 12. A partir de ahí, ningún pelotari llegó a conseguir dos tantos de diferencia. El marcador fluctuó de uno en uno hasta el 20-20 ya referido. Luego la fortuna cayó de mano del campeón. Suele ocurrir. Por lo que sea, es raro que la suerte acompañe a los outsiders, al menos en su primer intento de lograr un título. La emoción, eso, sí, fue máxima. Que se lo pregunten a Gorka Altuna, primo y botillero de Jokin, que tras el partido se pegó una llorera de campeonato -nunca mejor dicho- por lo nervios.
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