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i. aramburu
Miércoles, 12 de septiembre 2018
Entre la niebla, surgió Michael Woods. El canadiense peleó por una etapa, por un triunfo de prestigio en la Vuelta, en una cima inédita, pero también luchaba por la memoria de su hijo, de ese pequeño que no llegó a nacer. Con él en ... mente, con esa tragedia en la cabeza, adquiría combustible. Era su homenaje. Cuando entró en solitario, el más fuerte de una etapa de postal por Bizkaia, el norteamericano lloraba. Inconsolable. Emoción y extenuación. Fue su reacción, tremenda, tras una agonía mortal. La muerte de las piernas. Se había dejado el alma en los 300 metros finales, por la memoria de su hijo. No avanzaba. Se giraba.
Nublado, venía a Teuns. Todos iban clavados. Crucificados en esa pared oscura. Su equipo, el Education First, se había despertado con un disgusto: con varios vehículos manchados por pintadas contra la Vuelta. Un vándalo y un espray bastan para eso. La afición, multitudinaria, le aplaudía en Oiz. A él y a todos. Era un etapa especial. Sobre todo, para Woods. Tenía esta victoria en su cerebro. Por esa tragedia que le golpeó a su familia. Llanto. Y confesión. «Mi esposa y yo perdimos a nuestro hijo cuando estaba embarazada de 37 semanas. Ella, además, ha perdido hace poco a su padre. Ha sido un año difícil en casa», contó. Woods tenía las lágrimas cargadas de historias. «Me encanta correr en Euskadi. Cómo te grita la gente. Es fácil emocionarse aquí», agradeció. Y miró al cielo. A su hijo. A su suegro.
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