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javier muñoz
Miércoles, 12 de septiembre 2018
«You are the sunshine of my life». La canción de Stevie Wonder se escucha en lo alto del Oiz, final espectacular de la 17 etapa de la Vuelta, y Alberto Contador apenas puede comenzar a realizar sus tareas de comentarista para ... Eurosport, la cadena que retransmite la prueba. «Aquí me siento como en casa», confiesa el exciclista, ganador de la Vuelta, Giro y Tour- . Mientras se acerca al volante de su Skoda a la estrecha senda que conduce la meta del Balcón de Bizkaia, todavía tiene en la cabeza el trazado de una contrarreloj en el Duranguesado que disputó hace ya mucho tiempo. «Cuando competía, antes de la carrera hacía el recorrido llevando yo el coche, no como copiloto, para retener la sensación de las curvas», explica camino de la cumbre.
«Alberto, una foto, por favor», le pide un ertzaina cuando la gran figura del ciclismo español de los últimos años se detiene para preguntar cómo se llega al Oiz, el olimpo donde le hubiera gustado triunfar. La gente que asciende por el arcén dibuja un gesto de sorpresa al reconocerle en su vehículo y se para a saludarle. Él no deja de animar a los aficionados que, antes que los corredores profesionales, se atreven con las terribles rampas de la Vuelta. «¿Cómo vas?», le pregunta Alberto desde la ventanilla a una joven y abnegada ciclista que avanza con gran esfuerzo por la carretera. La muchacha, extenuada, no da crédito a lo que ve y saca fuerzas de flaqueza para sonreír a su héroe, que le ha dedicado unos instantes para insuflarle fuerzas y preguntarle qué desarrollo lleva. «Agur, Alberto», se despide la aficionada, con la voz entrecortada, agradecida por un gesto de apoyo que no esperaba ni en el más increíble de sus sueños.
Un ambiente de fiesta se respira en el Oiz, donde todo está dispuesto para la llegada de los corredores. Horas antes del final agónico de etapa, Contador no oculta que «el gusanillo» de la competición no le ha desparecido. «No cabe duda que me gustaría ser uno de ellos. Tengo los números y los vatios. Podría seguir corriendo, pero en algún momento hay que dejarlo, y si es mejor, con una victoria», reconoce. Bizkaia, la tierra que él conoció de amateur y donde ha dejado su impronta con sus participaciones en la Vuelta al País Vasco, «que creo que he ganado cuatro veces», es para él casi como la localidad de Pinto donde nació, porque los aficionados no cesan de agasajarlo como si fueran paisanos y le piden hacerse fotos juntos.
«Nos faltas tú», le dice un joven seguidor, que busca un espacio para acercarse a él entre los camiones y turismos apiñados en la zona de meta. «No pisen la pintura roja, por favor», recuerda Contador al público justo debajo de la línea de llegada, la que él tantas veces cruzó el primero y donde es feliz de encontrarse porque lo tratan como si no se hubiera retirado. «Como en casa», resume.
El Oiz, bajo un calor sofocante a mediodía y oculto por la bruma de la tarde, será a la llegada del vencedor, Michael Woods, una gran celebración, un gran espectáculo sazonado con el mejor ciclismo y narrado a toda Europa. Todo el mundo quiere participar de ello. Nunca se han contado tantas pellas en colegios e institutos vizcaínos como este día en que llegó la Vuelta. Sobre las 13.00 horas la explanada del Oiz ya empieza a llenarse de chavales, de montañeros y ciclistas, un gentío que parece no haberse dado cuenta de que es día laborable.
A Contador lo rodean mayores y pequeños, y él corresponde a ese afecto mostrándose cercano; muy metido en la nueva vida de comunicador y promotor de su Fundación (dedicada a la difusión del ciclismo y a la prevención del ictus). Por fin consigue meterse en el camión-estudio de Eurosport para narrar la etapa y en un interludio da una entrevista al 'speaker' de la Vuelta. «No he estudiado Periodismo, pero he hecho las prácticas en la carretera», confiesa. Se pierde en la oscuridad del estudio televisivo y ahí da comenzo otro capítulo de la biografía de Contador, aunque el espíritu ganador no ha desaparecido en su mirada.
El exciclista está en su salsa rodeado del público diseminado por el Oiz, con sus bicis apoyadas alli donde ha podido, agotando las existencias de bebidas isotónicas, esperando a que se seque la ropa técnica, discutiendo sobre tal o cual carrera que ganó este o aquel corredor. Que si Omar Fraile, Ion Izagirre... El run run de la etapa todavía llega de muy lejos al Balcón de Bizkaia y se pierde entre las canciones de la megafonía de la Vuelta. Familias con críos de corta edad disfruntan del ambiente. Todos esperando a Valverde, Yates y a Quintana, este último adorado por un solitario colombiano que se ha colocado la bandera de su país sobre los hombros.
Pero falta tiempo para la llegada de las estrellas. Es hora de comer y en la zona de los invitados el catering hace acto de aparición. Los equipos de televisión, realizadores y técnicos, buscan la sombra de los camiones. También lo hacen Virenque y Durand, dos estrellas francesas del ciclismo que comparten con Contador tareas informativas –ellos informan de la Vuelta al público galo, que sigue la prueba con tanto o más interés que el hispano–.
El de Pinto no deja de darle vueltas en la cabeza al durísimo trazado del Oiz. De repente se encuentra con el exciclista Antonio Flecha, que trabaja con él en Eurosport y ha grabado en vídeo el trazado de la etapa –luego se emitirá a lo largo de la retransmisión–. Le indica que el camino final hacia la cumbre tiene algunos descansos y Contador asiente. Antes, cuando subía con su vehículo, había podido comprobar la exigencia de las cuestas, y al tomar una curva muy pronunciada y con gran desnivel, llegó a exclar: «Esta sí es dura de verdad».
Luego le comentarán que, después de todo, son los rivales los que hacen que la carrera sea el infierno. Pero él responde, mirando a la última rampa del monte vizcaíno: «Sí, sí, pero eso hay que subirlo». A él le hubiera gustado hacerlo, como en sus tiempos.
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