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La extraordinaria capacidad de movilización del Athletic nunca deja de sorprendernos. No importa que conozcamos de sobra el tirón popular de este equipo, ni que ... hayamos leído las crónicas periodísticas de aquellos recibimientos en la estación de Atxuri y en el Ayuntamiento de Bilbao a principios del siglo XX. Tampoco importa que nosotros mismos hayamos participado en algunas invasiones a ciudades que albergaban finales y era necesario conquistar. Siempre que comprobamos todos los que somos -o los que podemos llegar a ser en un momento determinado- nos sorprendemos a nosotros mismos y, sin querer, vemos cómo aflora un orgullo de pertenencia muy particular.
Volvió a ocurrir ayer en el partido de Copa contra el Atlético de Madrid. Un total de 48.121 personas se presentaron en San Mamés para apoyar a las chicas de Joseba Agirre. Al conocer la cifra no pude evitar hacer las odiosas y pertinentes comparaciones. En el choque de la Champions contra el Nápoles en 2014 hubo 47.000. Está dicho todo. Lo de ayer fue un acontecimiento. Se tensa un poco más la cuerda y acaba habiendo reventa. Y eso que las entradas eran gratis. La verdad es que nunca se había asistido en España a un partido de fútbol femenino con tanta gente y un ambiente tan espectacular. Los más optimistas estaban convencidos de que se podía batir el récord de los 35.000 espectadores de 2003, pero que se hiciera con un margen tan grande no lo esperaba nadie. Este fue nuestro triunfo.
La derrota se vivió sobre el césped. El Atlético demostró por qué es el líder de la Liga, de largo el mejor equipo junto al Barcelona. Aguantó el despliegue racial de las bilbaínas en la primera parte, golpeó en una jugada puntual justo antes del descanso y en la segunda supo mantener el tipo en inferioridad e incluso marcar el 0-2 en el descuento. Las pupilas de Joseba Agirre merecieron más. De haber tenido un poco de suerte en un par de llegadas hubieran podido adelantarse en el marcador y el partido hubiera tomado un cariz muy diferente. Todo hubiera cambiado también, por supuesto, si en el minuto 86 Ana Azkona no llega a cruzar demasiado un balón muy franco. Las gradas ya cantaban el empate. Pese a todo, la solidez y pujanza de las colchoneras no se discute. Son una selección, profesionales de primer nivel y sospecho que, lejos de amedrentarles, jugar en San Mamés fue para ellas un placer inolvidable.
Más allá de la decepción, el partido demostró la salud del Athletic como institución. Y también el amor al fútbol que nos une. La pasión por este juego que demostró la hinchada rojiblanca es la misma que hizo posible que hace un siglo, durante la Primera Guerra Mundial, las Dick, Kerr Ladies llenaran estadios en Inglaterra. Quedó clara la voluntad de la afición de que el Athletic siga siendo una referencia en el fútbol femenino de este país. Ahora bien, para ello no basta con hacer grandes alardes y crear entre todos un estado de opinión tan exultante y unánime que parecía que ayer había que estar chalado o enfermo para no acudir a San Mamés. La realidad es que, aunque cada vez haya más focos apuntando en su dirección y la cobertura informativa esté creciendo a marchas forzadas, el día a día del equipo de chicas es otro muy diferente, incomparablemente más modesto y familiar. Y es ahí donde debe incidir el club. Que las entradas gratis y las invitaciones a colegios e ikastolas no sean algo excepcional para llenar San Mamés y sacar músculo una tarde de enero sino algo habitual en Lezama, que sirva para que el Athletic femenino siga creciendo.
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