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Mitxel Ezquiaga
Domingo, 16 de junio 2024
Vivía y creaba en Alkiza, rodeado de sus esculturas, robles y hayas trasmochas, con una actividad solo superada por su imaginación. Koldobika Jauregi (Alkiza, 1959) era uno de los grandes escultores de su generación: a ratos se metía en su caserío para preparar una obra ... encargada desde Gran Bretaña y a ratos le veías en su tractor cortando hierba o moviendo piedras. Un infarto ha segado este domingo su vida de manera inesperada: seguía a tope de trabajos y proyectos, con una exposición recién inaugurada en Soraluze o las 'residencias de arte' en Ur Mara Museoa ya completas de inscritos para este verano.
Porque Jauregi, con obra en numerosos museos de distintos países, y especialmente de Alemania, que fue su tierra de trabajo durante años, hizo en su Alkiza natal Ur Mara, el museo vivo y salvaje que mejor refleja la personalidad de este hombre que era un ermitaño en su mundo de montañas pero comprometido, por ejemplo, como edil de su pueblo, de menos de 400 habitantes. Y un estupendo e inteligente conversador, un sentimental oculto bajo su físico rotundo, como podemos confirmar todos los que tuvimos la suerte de tratarle. También fue activo en el debate social, con sus críticas a la política cultural de las instituciones.
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Mitxel Ezquiaga
El padrinazgo de Chillida, que dio a Jauregi la única beca que concedió a un artista, en 1990, fue el impulso al principio de su carrera, y Ur Mara es el legado que queda, «un Chillida Leku pero en salvaje», como bromeaba el propio Koldobika Jauregi para definir las 17 hectáreas de grandes árboles, río, praderas y esculturas de su territorio en Alkiza. «No sabemos bien qué es, si museo o qué, pero sí que queremos que sea un lugar vivo, abierto a todos y que sirva para transmitir conocimiento», decía sobre su proyecto más personal.
Fue un curioso inagotable desde niño. Recientemente recordaba en este periódico que en sus años más jóvenes ayudaba a sus padres en el bodegón que regentaban en la calle Miracruz, al lado del Cine Trueba en Donostia. «Soy de Gros, y recuerdo que en invierno sacaba la arcilla para modelar de la playa de la Zurriola, pero la mayor parte del tiempo echaba una mano con las comidas y cenas. Cada día podíamos servir de 170 menús para arriba».
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La beca de Chillida permitió a Jauregi conocer Alemania y encontrar gentes del arte como el mecenas Karl Henrich Müller, que le llevaron a pasar cinco años en aquel país en una etapa que marcaría su trabajo y su vida en muchas cosas. «Un tiempo vivimos aislados en una antigua base militar de la OTAN», solía recordar.
Hasta que un día, con su compañera Elena Cajaraville, artista especializada en creación de joyas originales, con quien tienen una hija, también artista, decidieron volver a casa y crear junto al caserío familiar de Alkiza este museo donde exponer sus obras, recibir a otros artistas y pensadores y «hacer muchas cosas». Nació así Ur Mara, denominación basada en un juego de palabras entre 'Umana', toponímico cercano, y 'Ura eramana', algo así como «llevado por el agua». Sin mucha publicidad pero con una labor en red Ur Mara, en quince años de vida, recibe más de 1.500 visitantes al año, de los cuales un tercio proceden del extranjero, pero para muchos guipuzcoanos sigue siendo un lugar desconocido. «Pensamos que es mejor conocerlo con una visita guiada en la que explicamos los detalles y respondemos a las preguntas», decía el artista a este periódico en mayo de 2021. «Hay quien quiere saber más de las esculturas, de la cantera, del huerto donde nacen las plantas para fabricar papel, de los árboles...».
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«Queríamos ser un museo privado, sin apenas intervención institucional, para ser más libres», rememoraba Jauregi. «También queríamos ser sostenibles en todos los sentidos: con los menores gastos posibles para no estar sujetos a las crisis, y respetuosos con la naturaleza al máximo». Poco a poco fue creciendo este museo donde pueden verse esculturas del propio Jauregi, una antigua calera del tipo francés con su pequeña cantera, un auditorio natural donde se celebran conciertos y un pequeño pabellón cerrado. «Cuando hacemos actividades contamos con colaboradores que nos apoyan, desde caseros de la zona hasta profesores universitarios».
Pero una descripción escrita queda corta para resumir un recorrido en el que no faltan sorpresas, como la cabaña dedicada al filósofo Thoreau, 'Hitzaren babesa', donde el propio Jauregi y su chica vivieron de jóvenes un par de años fieles al más puro estilo de vuelta a la naturaleza, y donde, una vez al año, el profesor Antonio Casado da Rocha celebraba un encuentro vinculado al pensador fallecido hace dos siglos. También en las praderas de Ur Mara hay una especie de maqueta de la escultura creada para Baiona sobre el final de ETA, obra que aún sigue sin ser colocada en su destino y generó polémica en su día.
«Yo sigo viviendo de mi trabajo como artista, el museo bastante hace con autofinanciarse», decía con humor. Algunas de sus esculturas, como la instalada en el barrio donostiarra de Intxaurrondo, se convirtieron en iconos ciudadanos. Y trabajo no le bastaba: recientemente colocó una escultura en Gran Bretaña y recogió en un vídeo todo el proceso, desde la creación en Alkiza hasta su llegada al museo de destino. Hace solo unas fechas hablamos para hacer un reportaje en este periódico contando ese viaje, pero ya no podrá ser posible, al menos en sus palabras. Aún resulta increíble que este hombre vital, que en diciembre nos enseñaba cómo estaba reacondicionando el original caserío familiar de Alkiza, sea ahora portada por su fallecimiento.
En su búsqueda de fuentes creativas de todo tipo nada le resultaba ajeno. La música, por ejemplo, siempre le acompañaba en su estudio. «Descubrir a Laboa fue algo diferente, con este hombre se me rompe un poco todo por la fuerza de su creativdad. Luego entablamos amistad y tuve la suerte de participar con mis textos en su concierto de despedida», recordaba en este periódico, aunque puestos a elegir el disco de su vida elegía uno que bien podría resumir su talante. «En una tienda de Gros encontré un álbum de Karlheinz Stockhausen, uno de los más polémicos de la música del siglo XX, con la música de un espectáculo, 'Der Jahreslauf'. Me sigue enganchando. Crea vacíos que para mí son muy creativos, me dispara, me manda mensajes». Entre el monte y Stockhausen, cuántos Koldobikas hubo y cuántos han quedado por descubrir.
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