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Cortes siempre ha sido una calle de contrastes, y lo era todavía más en sus tiempos gloriosos. Trescientas sesenta y cuatro noches al año, una ... más los bisiestos, ejercía de corazón bilbaíno de aquello que llamaban vida alegre y que no siempre lo era tanto: las convenciones morales se dejaban fuera del barrio y en los cabarés fluían la música, los billetes y el champán. Pero había una noche diferente en la que Cortes se convertía en la calle más piadosa de Bilbao, como si el exceso hubiese cambiado de bando, y en realidad las dos caras de esta calle extraordinaria estaban íntimamente ligadas: al paso del Nazareno, aquellas chicas llegadas del sur se emocionaban, como si el Cristo hubiese acudido a la cita para aliviarlas un poco de sus penas, y le rendían tributo con vistosos mantones, flores y saetas, al estilo de otras Semanas Santas menos rigoristas que la nuestra.
Hoy las cosas han cambiado. El esplendor de antaño fue perdiendo brillo y color, los cabarés son solo un recuerdo y los clubes que siguen abiertos, pocos ya, languidecen como vestigios de otra era. Tampoco esa noche especial es como entonces, pero sí que obra el milagro de revivir en cierta medida aquella religiosidad popular que brotó en el ambiente menos esperado. Tras la barra del Manhattan, como siempre, Luisa Íñiguez tenía preparado su espléndido ramo de flores para el Melenas, que es el apodo del Cristo en el barrio, en su barrio. «Es la tradición y yo le cuido para que nos traiga salud y no nos falte trabajo. Llevo cuarenta años aquí y antes la noche de la procesión era maravillosa», dice, y se pone a evocar la voz increíble de aquella madrileña que siempre le cantaba, o la de aquel otro artistazo que trabajaba en el Nueva York.
- ¿Y siempre le compra flores?
- ¡Claro, es mi novio!
Al Nazareno, el Cristo de Medinaceli, también le aplauden mucho. Es algo así como la estrella de la Semana Santa, el cabeza de cartel, esa figura indispensable sin la que todo quedaría incompleto. Y, como tal, suele hacerse esperar. Este lunes lo sacaron a la puerta de la Quinta Parroquia a las nueve menos veinte, con diez minutos de retraso: allí le esperaba ya, cara a cara, la Magdalena, el otro paso de la procesión. Pero todavía tenían que desfilar ochocientos cofrades, a los que el Cristo parecía pasar revista, con su cabellera de pelo natural sacudida por la brisa. «¿Cuándo sale?», preguntaba cada tres minutos un crío, y los adultos le hacían callar aunque en realidad estaban pensando lo mismo. Al final, el Cristo emprendió su camino a las nueve y veinte, justo cuando empezaba a chispear, y la gente -ya con esa embriaguez sensorial que produce el tamborileo de las sucesivas bandas- se dejó las palmas aplaudiendo, levantó miradas conmovidas y también le rindió esa moderna forma de admiración que son los móviles alzados para grabar.
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En Cortes, a algunos ya se les humedecían los ojos antes de que llegase, solo con pensar en su estampa recorriendo la calle. «A mí me transmite mucho sentimiento, mucha emoción», decía Vanesa Bañuelos. «Y muchas lágrimas -añadía, a su lado, María Jesús Márquez-. Yo lloro siempre. Antes salía descalza y le pedía por mis hijos, por mi familia: es algo que se vive muy dentro». «Yo le doy gracias y le pido perdón. Creo que he sido un poco mala», confesaba Vanesa. Este año, las saetas 'oficiales' se trasladaron del club Edén al cruce de Cortes con Laguna. Allí estaban los cantaores Pedro Rodríguez y Paco Duque: «Soy devoto del Nazareno desde hace 25 años. No tengo que prepararme, solo templar la voz: aparte de eso, hace falta sentimiento y arte», explicaba Paco, que le entonó 'Con el rostro dolorido'.
- ¿Y cómo se queda después de cantarle?
- Relajado... Y también algo más, noto que me he quitado un peso.
La otra novedad de la jornada era la incorporación de las alumnas de castañuelas de Pilar Moreno: «He venido a esta procesión siempre: con mi madre, con mi marido, con mis hijos... Y no me puedo creer que vayamos a formar parte de ella», suspiraba la profesora.
En los últimos años, los devotos han echado mucho de menos al Jesús de Medinaceli. Primero fueron las dos suspensiones por la pandemia. El año pasado, la procesión se tuvo que cancelar en el último momento por la lluvia. «Aunque yo no me quedé sin verlo, fui a la iglesia, porque el Nazareno es el Nazareno», puntualizaba Maite Repecho, «con los pelos de punta» por las saetas. Este lunes nada se torció y Cortes, esa calle que tanto sabe de noches especiales, pudo celebrar el reencuentro con su Cristo.
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