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En Balmaseda el tiempo también se mide por Cristos. Los vecinos de la villa encartada manejan una especie de cronología alternativa, solo para iniciados, en ... la que los años se personalizan en el joven que encarnó a Jesús en la correspondiente Pasión Viviente: el año de Iván, el año de Dani, el de Manolo, el de Aitor... Además, esas evocaciones se enredan con otras en una tupida malla genealógica, que lleva a remontarse a padres o tíos que también se metieron en la piel del protagonista del vía crucis, porque aquí hay álbumes de fotos familiares que más parecen colecciones de estampas bíblicas. En cada Semana Santa, con su multitudinaria representación de la muerte de Cristo, Balmaseda celebra también su propia historia, el compromiso decidido y duradero con una tradición que ha aguantado el paso de los siglos.
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En ese calendario íntimo de los balmasedanos, 2025 es el año de Fabio, Fabio Orrantia. Y el desdoblamiento, el juego de espejos, se puede llevar más allá. Fabio es un joven de 27 años, licenciado en Derecho, que trabaja como secretario interventor en el Ayuntamiento de la localidad burgalesa de Arlanzón. Pero, en esa realidad paralela que Balmaseda cultiva con esmero, Fabio es sobrino de Javier, el Cristo de 1980, e hijo de Koke, que prácticamente ha pasado por todo el escalafón del vía crucis menos por el puesto titular. Y, por supuesto, Fabio también es el Cristo de la Pasión txiki de 2012 y el de 2015 en la juvenil, la que aquí suelen llamar «de los medianos».
«Esta es la Pasión de un pueblo, la ves desde niño, pero además mi familia ha hecho prácticamente todos los personajes alguna vez», sonríe mientras camina por esas calles que dentro de unos días serán el camino al Calvario, que en cierto modo ya lo son a su paso. Ah, Fabio también interpretó, en 2008, al niño ciego, el único crío que interviene en la Pasión de los adultos: «En aquel momento me di cuenta de que esto suponía mucha responsabilidad, a la vez que me divertía muchísimo. En la de txikis no ensayas más que tres días, pero aquello suponía ensayar todo un mes, de noche, y además al niño ciego todos lo apoyan, incluido Jesús». Ahí, con 10 añitos, tuvo claro que algún día quería ser el Cristo grande, el Cristo de Balmaseda.
«¡Mejor irías a rezar!», le grita con guasa un caballero –barbudo, como tantos aquí estos días– que pasa a lomos de una bici plegable. Es Santiago Barcenilla, jubilado y, en su otra vida, miembro del Sanedrín: «He estado mucho tiempo sin salir en la Pasión, pero ahora quiero que me vean mis nietos. Con Fabio nos llevamos bien, pero lo vamos a detener de todas formas», se ríe, y sigue su camino hacia «el desguace», como llama él al hogar del jubilado. Unas señoras que echan la sobremesa en la terraza del Atípico examinan sonrientes al Cristo del año.
–¿Cómo lo ven?
–Majo, majísimo.
–De diez.
–Viene de raíces este chiquillo.
Al frente del Teike, uno de los referentes hosteleros de Balmaseda, está Íñigo Ramos, el Cristo de... «Del 18», asegura con firmeza Fabio, ante la sorpresa del aludido: «¿Del 18 o del 16? ¡Del 18, me quitas un peso de encima! El otro día me cogí una depresión pensando que habían pasado ya nueve años». Íñigo y Fabio son amigos y, de hecho, Fabio fue el San Juan de Íñigo en su año, su apóstol más querido. ¿Cómo recuerda el hostelero su experiencia como Jesús? «Mucha presión, pero lo voy a aligerar para que este no se acojone. No lo volvería a hacer nunca, pero la gocé», responde. ¿Y qué memoria guarda Fabio de la interpretación de su amigo? «Hizo la mejor Oración del Huerto que he escuchado».
–¿Es verdad eso, Íñigo?
–No sé, yo no me he visto, me da cosa. No me he puesto jamás la grabación y nunca lo haré... Bueno, a lo mejor cuando tenga hijos.
La preparación del Cristo combina mentalización, disciplina física, cambio estético y pelea con los nervios. «Para mí, lo más difícil es interiorizar el personaje, hacerte a la idea de lo que pudo sentir Jesús. Miedo no siento, solo respeto». El mordisco del flagelo no tiene nada de ficción y la cruz, que no se toca hasta ese día, pesa más de 70 kilos: «Aquí –se detiene Fabio en la Plaza de San Juan– se hace la tercera caída, la más fuerte, porque lo normal es quedar debajo de la cruz. Eso no se ensaya, simplemente hay que ir con todo». El entrenamiento («más comba, menos pesas») le ha llevado a perder ocho kilos y ya acierta a ver en el espejo al Mesías de los cuadros. «Yo me miro y doy la imagen. Mi peor cualidad como Cristo es la barba: del pelo, en cambio, estoy orgulloso, me gusta mi ondulado natural –presume con tono burlón–. La verdad es que ya no me acuerdo de mi aspecto sin melena».
Sobre este último punto hay otras personas con opinión válida. Una es su novia, cómo no: «Es de Trapagaran. Lo bueno es que nos conocemos desde los 18 y ya ha visto que en Semana Santa ocurre algo conmigo. Me dice que estoy guapo y me da consejos de tratamiento capilar, ja, ja...». ¿Y en el Ayuntamiento de Arlanzón qué piensan de ese secretario que, los días de pleno, combina efigie bíblica y traje formal? «Hubo un momento en que tuve que explicarlo. Por suerte, ya conocían esto y ahora se lo cuentan a todos. La alcaldesa, Marta, va a venir a verme». De Balmaseda a Arlanzón hay hora y cuarenta minutos en coche y Fabio hace ida y vuelta casi todos los días, para después afrontar los exigentes ensayos de la Pasión. «Cansa, sí, pero el trabajo me permite desconectar de la presión del vía crucis y viceversa. También toco el saxofón en la Asociación Musical San Roque de Llodio, pero este mes no ensayo, es imposible».
En el piso superior del Palacio Horcasitas se almacenan el vestuario y los complementos de la Pasión txiki, en la que Fabio está implicado como miembro de la asociación que la organiza. El presidente es otro amigo, Oier Cid, que también hizo de Cristo niño y Cristo joven. ¿Por qué no de Cristo adulto? Oier se baja un poco el cuello de la camiseta y deja ver el extremo de un tatuaje en la espalda. «Tengo ocho. Es difícil salir de Jesús en la Pasión, así que tampoco vas a condicionarlo todo a eso. Además, ¡hay muchos mejores!». ¿A Fabio le pone buena nota? «Las tablas las tiene. En los ensayos no lo he visto, porque quiero que sea de primeras el propio día: cuando lo hace un amigo, te emociona especialmente».
El Cristo de 2025 deambula entre esos objetos que en Balmaseda se han vuelto extrañamente cotidianos. Un contenedor de plástico lleva el letrero de 'Última Cena', otro guarda las cosas del Ecce Homo infantil, un tercero el atrezo del juicio... Los látigos de los sayones se amontonan en una colorida caja de Jumpers. Hay lanzas, estandartes y cascos, placas de 'INRI', toscas túnicas para la turba... y una bandera del Athletic que el año pasado, con la fiebre de la final de Copa, alguien pretendía incorporar al uniforme de cabo romano. También se ven cruces de distintos tamaños y hechuras, aunque aquí no está la suya, la de los mayores, la que inscribirá definitivamente el nombre de Fabio en la historia íntima de Balmaseda. «Siempre nos preguntan si somos muy religiosos –comenta–. Yo creo en la doctrina que predicaba Jesús: la fraternidad, el altruismo... Son valores que deben regir la sociedad. En el contexto que tenemos ahora, la solidaridad no debería faltar».
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Silvia Cantera, David Olabarri y Gabriel Cuesta
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