Un Bilbao Basket lleno de impotencia pierde ante el Zaragoza

Ese efecto Balvin inicial sirvió para mostrar al equipo las virtudes del trabajo bien hecho, las ventajas que lleva grapadas en una correcta interpretación del guion. Con cada movimiento lateral para cerrar el paso activaba el espacio para que Jenkins hiciera lo que mejor sabe, anotar. El ejecutor de Nashville firmó los ocho primeros puntos. El Bilbao Basket se contagió con la presencia aunque fuera minimizada del checo. 11-6 en el luminoso al que contribuían buenas ayudas. Zyskowski soportando al gigante Hlinason hasta obligarle a caminar con el balón en las manos. El nórdico se hacía grande sobre el aro, pero se comía tres personales que se traducían en una hipotética gran ventaja táctica, ya que Justiz, el segundo poste, llega también de haber sido un inquilino de largo alcance en la enfermería zaragozana.

Pero ya se adivinaba la llegada de problemas. En cuanto el jugador franquicia tuvo que reposar afloraron los males habituales, las carencias de un equipo insolvente en defensa y jugando al límite en ataque, en el sentido de porfiar su bienestar al triple multiplicando por cinco sus intentos desde la línea mágica. El Casademont vio ante sí a un rival que comenzaba a dudar y no le tembló el pulso, 29 puntos en el primer cuarto y cuatro de ventaja en el control de paso.

Y ya nada volvió a ser lo mismo. Ni de lejos. El RETAbet fue menguando al compás de los cambios defensivos ordenados por un Sergio Hernández que terminó por desquiciar a los hombres de negro, exprimiendo esa experiencia acumulada para radiar el juego, quejarse hasta de su sombra y modelar lo que sucede en la cancha con una gran interpretación táctica.

Pero fue el argentino de Bahía Blanca el que prendió mejor las brasas para que su asado resultara extraordinario, jugoso, sabroso, envidiable. Todo lo contrario que el aspecto desdeñado, desequilibrado, hundido, carente de contenido de unos hombres de negro que en cuanto les zarandearon se vinieron abajo mostrando unas lastimosas señales de impotencia.

Cierto es que, el legado de Murphy manda, se juntó el hambre y las ganas de comer. Todo lo que bordaban los maños se deshilachaba en manos locales. Tampoco ayudaba a que Serrano aportara un reglamento propio, dejando barra libre en su zona de influencia. Sonaban los contactos ante su apática indiferencia. Un detalle más que unir a lo que acabaron siendo diez tiros libres fallados, constante cabeceo en los jugadores negando su sucio karma, reconociéndose vencidos cuando quedaba medio melón aún por abrir.

Veinte puntos abajo en el descanso, con cuatro solitarias canastas de dos en el segundo acto y tres de ellas con la firma de Miniotas. Los rebotes, ni olerlos. En bonus a los cuatro minutos. Desesperante para los que pisaban el parqué, los que mantenían el tipo en la banda y los que aciompañamos al séquito desde la soledad del graderío. Y podía ir a peor porque este mismo Zaragoza ya le pintó la cara al RETAbet en pretemporada, en unas condiciones muy similares de juego, y en el Príncipe Felipe durante la primera vuelta.

El contador aragonés sólo tardó 25 minutos en llegar a los 60 puntos. El aro era de un diámetro escaso cuando los balones los franqueaba la tropa de Mumbrú. La ventaja rival llegó a la treintena con el 0-9 con que comenzó el tramo final de una pesadilla que oparecía carecer de fondo. Por no salir nada, hasta Balvin y Rousselle contabilizaron sendas autocanastas cuando luchaban por rebotes. La crueldad era un componente innecesario, pero parece que viene en el lote.

Brown fue esta vez de los más desolados. Aunque su pincel fue el que más maquilló, junto al del pívot checo, el resultado final para rebajarlo de los 35 puntos que mostraba el luminoso (56-91), el de Indiana se sintió frustrado como pocas veces.

El entorno en estos casos funciona siempre igual y se activa la sed de sangre que, en este caso, no conduciría a nada. Hay que quedarse con el clavo ardiendo de Balvin, y que se unan lo antes posible los de Hakanson y Serron. Ahí está la tabla de salvación de un equipo que, pese a la que le está cayendo encima, no puede permitirse el lujo de no creer.