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Marcelino es de esos entrenadores que viven los partidos con una intensidad abrasadora. Se mueve por el área técnica como un tigre enjaulado, gesticula, se encabrita o se entusiasma, a veces sostiene pulsos con el banquillo rival... Los que son como él suelen ganarse ... muy rápido la simpatía de los aficionados de su equipo, que se identifican con él porque perciben que vive los noventa minutos con tanto sentimiento como ellos. En el Athletic, Luis Fernández fue un ejemplo canónico de este tipo de identificación, uno de los primeros en hacerse querer por su espontaneidad desatada y flamenca. Recibió algunas críticas por ello -este club siempre ha tenido un punto de altivez aristocrática-, pero se ganó el corazón de la hinchada rojiblanca, que supo apreciar el potente efecto revulsivo que su personalidad provocó en un equipo tristón.
concepto
Es seguro que los hinchas rojiblancos disfrutaron ayer con las imágenes del asturiano celebrando como un forofo el gol de Raúl García o abrazado a sus jugadores después de una tanda de penaltis que prefirió no ver para no sufrir demasiado. Hay una realmente graciosa, colgado sobre Simón. Viéndola, se hace inevitable pensar que el entusiasmo compartido es un arma poderosa en cualquier equipo. A este Athletic se le ve con el ánimo por las nubes. Su capacidad de sacrificio y su resistencia integral a la derrota ya eran virtudes que le adornaron en la Copa con Garitano. Sólo hace faltar recordar cómo se alcanzó la final la pasada temporada. Pero ahora se advierte un plus de optimismo y confianza sin el cual no se puede explicar la buena racha de los rojiblancos.
Tras lograr el título de la Supercopa, disfrutamos hablando del Athletic como un equipo grande. Después de eliminar al Betis, habría que insistir en ello con más ahínco. Al fin y al cabo, los equipos grandes son los que ganan cuando juegan bien y no pierden cuando juegan mal. Este signo de distinción, tan difícil de obtener, se aprecia sobre todo en el grado de autoestima. Ya sea de un equipo o de un deportista concreto. Hay una frase del gran maestro Efim Bogoljubow, una de las grandes leyendas del ajedrez, que ilustra muy bien lo que significa tener una máxima confianza en las propias capacidades. «Cuando juego con las piezas blancas, ganó porque tengo la iniciativa. Y cuando juego con negras, gano porque soy Bogoljubow», dijo.
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Siempre es bueno ser un grande así, rebosante de confianza en uno mismo, pero tampoco hay que tensar demasiado la cuerda. Jugar mal acaba siendo siempre dañino, de manera que hay que evitarlo todo lo que se pueda. El Athletic no estuvo bien en el Benito Villamarín. Sobrevivió gracias a esa fortaleza agonística que le distingue y le hace competitivo incluso en sus días más negados. Por cierto, quién nos iba a decir hace unos pocos años que íbamos a celebrar por todo lo alto un gol marcado entre Iñigo Martínez y Raúl García y con Marcelino de entrenador.
Los rojiblancos cayeron el jueves en viejos errores: confusión, falta de profundidad, imprecisiones... Se notó en exceso la baja de Muniain, sobre quien ha pivotado gran parte del juego ofensivo del Athletic en el último mes. También se echó de menos a Williams, pero lo cierto es que, cuando salió al campo, tampoco aportó en exceso, algo que también podría decirse de Berenguer, un fichaje cada vez más discutible. Por otro lado, la nueva prueba de la pareja Vesga-Dani García confirmó lo que ya se sabía. No mezcla bien. El equipo pierde claridad y velocidad en sus combinaciones en ataque. Ahora bien, el Athletic acabó con el dúo Vencedor-Unai López y la cosa estuvo muy lejos de mejorar. En fin, que hay que seguir probando opciones y combinaciones en la medular. Una de ellas podría incluir a Zarraga, ya oficialmente en el primer equipo, un futbolista con condiciones muy buenas para el fútbol de Marcelino. Es raro que no le haya dado ninguna cancha.
futuro
El reto de seguir mejorando el juego es complicado en un escenario de tanta exigencia competitiva. La pasada temporada el equipo ya sufrió en sus carnes, por estas mismas fechas, el desgaste de disputar dos partidos por semana. Metidos de nuevo en esa vorágine, las dificultades vuelven a ser las mismas. Incluso superiores, ya que hay que contar con un factor añadido: la mayor carga psicológica. Tener en el horizonte una final de Copa siempre puede ser un elemento de distracción. Lo de poder tener dos sería ya algo muy fuerte. Obligaría a los jugadores a un esfuerzo de concentración extraordinario para no dejarse ir en la Liga. El reto de la ansiada regularidad se complicaría, pero tampoco es algo que pueda pillar de sorpresa a un equipo grande. Que no sólo son los que ganan cuando juegan bien y no pierden cuando juegan mal, sino también los que disfrutan asumiendo objetivos complicados.
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