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No es nada personal, son sólo negocios. Kepa Arrizabalaga ha sido implacable, como en las películas de la Mafia, ni un atisbo de sentimentalismo en su actuación. Pese a ser de Ondarroa, y del Athletic desde pequeño, en su debe y su haber ... únicamente ha contado el dinero. Sólo negocios. En dos días, dicho, expuesto, meditado y hecho. Comida rápida. Me pones un portero; sí, el menú completo. No, no quiero ketchup. ¿Cuánto es? Ochenta millones. ¿Se puede pagar con tarjeta? Ah, en efectivo. Vale, pues aquí tienes.
A Kepa, implacable, sólo negocios, no le importa marcharse de un club distinto a los demás por otro que tiene como patrón a un magnate ruso, Roman Abramovich, el patrón oro, por otra parte. Ni siquiera tiene la excusa de ganar la Champions, porque el Chelsea jugará la Europa League, nada que el Athletic no conozca en los últimos años. Algo que en el equipo rojiblanco ni siquiera jugaba el portero titular.
En Madrid las temperaturas alcanzaban los 40 grados el martes, pero Kepa, frío como un témpano, se abrigaba con una sudadera como de grafitero a punto de abordar un muro, o un vagón de tren con sus sprays. Ni buenas tardes les dijo a los periodistas, alertados de su llegada a la terminal área. Otro reconocimiento médico en la capital, el segundo en menos de un año, y a firmar. Sólo negocios, no es nada personal, ya se sabe. Quienes todavía albergaban alguna esperanza, la abandonaron cuando se abrieron las puertas de desembarque de la T4 y salió el nuevo grafitero del Chelsea con sus sprays en la mochila.
El fútbol es cada vez más implacable. Ni un sentimiento, que eso queda para los aficionados y sus desazones hasta por un córner mal sacado. Son los nuevos tiempos, de besar el escudo de la camiseta, algo que no se le recuerda a Iribar, por ejemplo. Son gestos vacíos que ningún futbolista debería hacer, por si acaso, que en cualquier momento te viene un Chelsea o una Juventus a sacarte los colores del escudo.
Ni un año ha pasado desde el último auto de fe de Kepa Arrizabalaga, que se lo va a poner complicado al speaker del Chelsea, que ya lo tenía mal con Azpilicueta. En enero se produjo aquella foto del Kepa sonriente con unos directivos del Erandio en Zaldupe, que todos interpretamos como el «se queda» definitivo, pero han pasado siete meses y no era tan definitivo, sólo negocios. Ahora aparece diáfana la traducción de aquella sonrisa. La frialdad entre los palos y en los despachos. Zidane no me quiere, mejor no me voy, y ya me querrán otros. Me quedo en la estación que ya pasará otro tren.
El hielo no se derritió pese a la ola de calor, por eso llevaba sudadera en el tórrido Madrid, camino de Bahía Internacional, que suena más a terraza de verano sirviendo mojitos que a máquina de picar carne futbolística. Allí le aconsejan. Lo mejor para él y para ellos. Tal vez también lo mejor para el Athletic, para evitarse el sinvivir de cada ventana abierta en los mercados de futbolistas, en los establecimientos de comida rápida hiperinflaccionados que con tanta alegría financian las televisiones.
Kepa ya es jugador del Chelsea. Ahora a ganar títulos, y si no, pues eso: a ponerse la sudadera de grafitero y buscar otro horizonte. En realidad, para Kepa en el fútbol no hay nada personal. Son sólo negocios.
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