San Mamés es una fiesta. No es extraño que un lunes por la noche acudan casi cincuenta mil aficionados a la catedral. Saben que van a disfrutar y nunca salen decepcionados. El Athletic de esta temporada es una máquina imparable cuando juega al calor de ... su público. Un equipo con la autoestima por las nubes, capaz de dominar pero también de reaccionar cuando vienen mal dadas, una manada de leones presta a dar caza una por una a todas las piezas que se le pongan por delante, incluso a este Girona, que lo pasó muy mal en el primer tiempo pero que, tras el descanso, sacó a relucir los argumentos que le han llevado a la segunda posición en la tabla. La ovación que La Catedral dedicó al equipo catalán fue casi tan intensa como la que premió al Athletic, el broche perfecto a una gran noche de fútbol, vivida y disfrutada con pasión desde el primer hasta el último minuto, desde el tempranero gol de Berenguer hasta el cabezazo salvador de Vivian bajo el larguero cuando apenas faltaban cinco minutos para la conclusión de un partido alargado por un problema sanitario en la tribuna Este que obligó a alargar el descuento hasta los nueve minutos.
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Cuando después de un partido se dice eso de que las defensas superaron a las delanteras suele ser sinónimo de aburrimiento; generalmente, una forma piadosa de describir una castaña de partido. Anoche ocurrió todo lo contrario: las delanteras se impusieron a las coberturas en las dos áreas. Tanto que todos los goles llegaron por fallos defensivos. Alguien que solo viera los goles en un resumen en lugar del partido completo podría decir que aquello fue una verbena, pero nada más lejos de lo que ocurrió. Fue un señor partido, un choque espectacular, jugado de poder a poder, un derroche físico por parte de dos equipos empeñados en robar el balón lo más cerca posible de la portería contraria. Cualquier mínimo error, cualquier desajuste en la salida, precedía la catástrofe. La catástrofe se produjo en cinco ocasiones, pero al menos otra media docena de situaciones no llego a plasmarse en el marcador por falta de puntería o por pura casualidad.
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Javier Ortiz de Lazcano
Javier Ortiz de Lazcano
El Athletic y el Girona son esta temporada los dos equipos que practican el fútbol más atractivo para el espectador. Sus planes huyen de la especulación y buscan la portería contraria por el camino más corto, con la elaboración justa. El equipo catalán cuenta con un frente de ataque temible, pero no lo es menos el que dispone Valverde, que ayer volvió a recurrir a Berenguer reservando a Nico Williams. La respuesta del de Barañain fue de altura: dos goles y un partido sensacional tanto en ataque, como en la recuperación, trabajo en el que, por cierto, ninguno de sus compañeros le fue a la zaga. Los rojiblancos hicieron tanto daño con balón como sin él, hasta el punto de desdibujar a un Girona que muy bien pudo irse al descanso con un par de goles más en el saco, a poco que Iñaki Williams hubiera estado más lúcido en el trámite final. El mayor de los hermanos acabó marcando el gol que a la postre le daría el triunfo al Athletic, un justo premio a su derroche de energía y al juego que desplegó en la zona de tres cuartos.
El partido que nos ofrecieron estos dos equipos en la primera vuelta ya nos había puesto en antecedentes, así que todos esperábamos una gran noche de fútbol. No nos decepcionaron. Fue un partido de ida y vuelta, una montaña rusa de emociones en la que la grada pasó de celebrar un conato de goleada a sufrir la angustia de unos últimos minutos que se hicieron eternos, con el Girona volcado sobre la portería de Simón con toda su artillería, que no es poca, desplegada sobre el césped.
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Hubo final feliz para los de casa y, lo que es mejor, fue un desenlace justo porque en el cómputo general el Athletic fue mejor durante más minutos y dispuso de ocasiones suficientes como para disfrutar de un marcador más amplio y un final más tranquilo. Fue una de esas victorias que se celebran doblemente, por la alegría de los puntos que se suman en el casillero y porque llegó a base de un fútbol de gran nivel ante un rival que exigió al máximo hasta el último aliento.
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