Urgente Grandes retenciones en la A-8, el Txorierri y la Avanzada, sentido Cantabria, por la avería de un camión

En primer lugar, contemos las buenas noticias; extraordinarias habría que decir. Con los 38 puntos que ha sumado el Athletic, al equipo de Ernesto Valverde le bastan dos victorias en la segunda vuelta, e incluso una victoria y un empate para que la permanencia en ... Primera División esté en el bolsillo. ¿Pesimista? Hay que serlo para poder disfrutar después. Pero bueno, parece que las cosas no van por ahí, y que esa ilusión que se genera cuando comienza la temporada, cuando todos los casilleros están a cero en los veinte equipos de la máxima categoría, sigue intacta e incluso ha aumentado entre los aficionados rojiblancos.

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Sí, genera ilusión este equipo, pero claro está, la ilusión no se genera por inspiración divina ni porque cada semana sale la bolita del Athletic en un sorteo, sino porque el común de los mortales, al menos los que respiran oxígeno rojiblanco, han percibido que están disfrutando de un equipo sólido, solvente, que ofrece garantías, que juega bien al fútbol y sabe aprovechar las ocasiones que se le presentan. Que al contrario que en temporadas previas, cuando el equipo está en disposición de subir un escalón lo sube, y no retrocede.

La campaña anterior, clasificarse para Europa se puso muy barato en las últimas jornadas. El Athletic pudo meterse arriba no una, ni dos, sino más de tres veces a pesar de los tropiezos, y basta con recordar la derrota en el último minuto frente al súpercolista Elche en San Mamés, cuando hasta un empate servía para la Conference. No fue un equipo solvente, sino que se diluyó en los momentos delicados. Y ahora no pasa, los jugadores han dado un paso adelante, veteranos y jóvenes. Daba la sensación de que con la marcha de Iñigo Martínez se descompensaba la plantilla desde la zaga, y todavía más cuando se lesionó Yeray, pero resulta que Vivian y Paredes se han convertido en una pareja incombustible que, junto a Unai Simón, mantienen la fortaleza defensiva.

Se han unido todas las piezas, la maquinaria trabaja, nada chirría, y cuando pasa eso, por mucho que se fuerce la máquina, y Valverde la fuerza en cada partido, el motor funciona con la misma suavidad que el de un Fórmula 1.

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No se sabe qué tecla ha tocado el técnico rojiblanco, pero no es descabellado afirmar que todos los jugadores han llegado a un gran momento en su carrera deportiva. Algunos, los más veteranos, los habrán tenido mejores seguramente, pero están otra vez por encima de la media, y los más jóvenes, posiblemente por estar integrados en una dinámica positiva, dan lo mejor de sí mismos en cada partido, y los minutos que jueguen.

En Sevilla, Nico Williams aseguró al final que había echado de menos a su hermano, ¿quién no?, pero tal vez más por razones sentimentales que futbolísticas, porque su sustituto, Berenguer, se vació y fue uno de los mejores, y a nadie le importó que la pareja de baile en el centro del campo fuera totalmente diferente a la que jugó en el anterior partido frente a Las Palmas y que además lo hizo de forma brillante. Volvieron Vesga y Galarreta, y como Herrera y Prados en la jornada previa, el equipo se movió a su son. Decía el basauritarra Pedro Elorduy, uno de los entrenadores clásicos de la Tercera División vizcaína en los años setenta, que cuando los equipos van bien, funcionan, lo mismo da Pepito que Juanito. Así se expresaba, y está claro que tenía razón. Es lo que le pasa al Athletic.

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Así que tendremos que abrir al máximo la espita del optimismo, que no del fanfarroneo, y pensar que este equipo tiene todavía muchas alegrías que darnos. Ganar en Sevilla, en el Sánchez Pizjuán, no es algo muy habitual para los rojiblancos, y basta con recordar el partido de la temporada pasada frente a un equipo que tal vez estaba peor, porque al menos Quique trata de darle una estructura, y en la feliz tarde del jueves, un servidor, que suele ser bastante pesimista, pensó desde el minuto 1, que ganar iba a estar chupado. Para que vean cómo cambian las cosas en nuestras cabezas, pero no por generación espontánea, sino porque lo estamos viendo cada partido en el césped.

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