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El Pizjuán siempre fue una plaza complicada y el Sevilla un hueso duro de roer, y los números lo dicen, porque después de 179 partidos ... oficiales entre los dos equipos, una victoria sevillista le hubiera igualado en triunfos, ahora 74 para el Athletic por 72 de su rival, además de 33 empates. Lo mejor de la histórica pugna entre los dos clubes es que tras el paso de Joaquín Caparrós por el banquillo de San Mamés en Sevilla se empezó a ver con más cariño al «Bilbao» después de que, algunas décadas antes, jugar en Nervión era un calvario. Y no solo porque en los setenta y ochenta del siglo pasado el terreno de juego habitualmente estaba duro como una carretera, sino porque unos cuantos periodistas de bufanda acostumbraban a montar en cada visita campañitas de prensa que enconaban a la grada. Hubo un año en el que se arrió la bandera del Athletic por parte de los aficionados sevillistas después de un artículo incendiario publicado la víspera.
Pero esas cosas han ido cambiando. El césped del Pizjuán es ahora una alfombra, como cada campo de Primera, los seguidores del Athletic acuden sin temor a las gradas del estadio del Sevilla y después de década y media de esplendor palangana –que así les llaman a los aficionados sevillistas–, el imperio nervionense parece en declive, así que las estadísticas que empezaban a inclinarse hacia el sur vuelven a mirar más al norte, aunque nadie regala nada, claro está, como se pudo ver en la fría y lluviosa tarde sevillana, en la que el Athletic consiguió llevarse un partido muy trabajado a base de oficio.
Lo hizo después del bajón por el penalti fallado en el límite de la primera parte, y tras haber dominado esos 45 minutos bastante feos, sin demasiadas ocasiones, pero sí imponiendo la jerarquía rojiblanca a pesar de los ocho cambios en la alineación. Y gracias también a que Unai Simón ya lleva unas cuantas jornadas siendo el de siempre y ganando puntos desde la portería, sujetando con sus acciones cuando el rival desborda a la defensa.
Daba la sensación de que se jugaba a lo que Ernesto Valverde quería, y más todavía en la segunda parte, cuando decidió mover el banquillo y dar entrada a Galarreta y Jauregizar, para cambiar por completo la fisonomía del medio campo, además de a Nico y un rato más tarde a Maroan.
Parecía que iba a ser cuestión de tiempo que llegara el gol del Athletic. Tuvo su gran ocasión Iñaki Williams, pero al final fue Yeray, rematando de cabeza un descomunal pase de Álex Berenguer, quien lo hizo. El navarro completó un partido extraordinario, aunque eso ya no sea noticia, porque sigue siendo una pieza fundamental para Valverde. Es una lástima que Sancet siga sin poder aparecer en la alineación, pero incluso sin su concurso el equipo funciona y vuelve a ampliar la diferencia con el quinto puesto, que en este momento comparten el Villarreal y el Betis.
Es lo bueno de que este Athletic no sean once individualidades brillantes, sino un bloque solvente, cohesionado y con calidad, que en esa característica tiene su mayor virtud. Queda mucha temporada todavía, pero las señales que emite el Athletic siguen siendo buenas. La victoria en Sevilla es una más.
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