El azar, en muchas ocasiones, es puñetero. Ha querido que con apenas unas horas de diferencia hayamos conocido que en nuestra ciudad hay cerca de uno de cada tres funcionarios que, por lo que sea, no van a currar. Y al mismo tiempo, también hemos ... sabido esta semana que en nuestras calles, detrás de las puertas de nuestros vecinos, cada vez hay más personas que pasan hambre. No que tienen poco para comer. Que pasan literalmente hambre. Piénsenlo.

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A simple vista, ambos datos no tienen relación. Y juntarlos puede parecer una canallada para los jetas que no van a trabajar porque no les da la gana. Pero creo que sí tienen una conexión. En el fondo, que en una ciudad no haya recursos para alimentar a toda su ciudadanía y que, simultáneamente, haya personas que despilfarran esos mismos fondos tocándose la barriga en su sofá es una auténtica vergüenza. Nos dice que hay gente que vive entre nosotros que considera que está en una casta superior. Que su oposición en realidad fue la adquisición de un derecho feudal y que los demás, los que con nuestro salario pagamos el suyo, debemos rendirles pleitesía y soportar su caradura. Son los menos, la gran mayoría no lo hace. Pero los que hay no son pocos y merecen ser señalados.

Porque, de no estar realmente enfermos o con una baja bien justificada, quienes se aprovechan de su condición de funcionarios para prolongar las vacaciones, o las resacas, son pequeños corruptos que desfalcan del erario público lo correspondiente a su sueldo. No sé si dentro de ese 30% de personal de baja los chorizos son el 10, el 30 o el 50%. Porque, aunque parezca mentira, en esta sociedad hipercontrolada no hay datos que distingan a los escaqueadores profesionales de aquellos que realmente tienen necesidad de utilizar un derecho, la baja laboral, conseguido con el esfuerzo sindical del que ahora se mofan quienes lo profanan.

Me anticipo a quienes se rasguen las vestiduras por decir algo que no es políticamente correcto. Señalar y sancionar a los caraduras es lo más progresista que hay. Lograr los derechos laborales ha costado mucho como para que cuatro enterados los usen en su provecho. Precisamente, lo que busca una sociedad cívica es que los beneficios se repartan de una forma justa y equitativa. Querría oír a los sindicatos dar la cara por el 70% de los funcionarios, la mayoría, que no solo cumple con su tarea, sino que además tiene que sacar la labor de aquellos que no se presentan en su puesto de forma habitual.

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Mientras tanto, en la misma ciudad en la que unos se ven el catálogo entero de Netflix en su casa a costa del dinero de todos, otros no tienen qué comer. Vaya paradoja.

En Euskadi, el 15,7% de la población está en riesgo de pobreza o exclusión social. El dato es mejor que en el resto de España, excepto en Navarra. Está claro que la fiscalidad foral funciona. Pero no deja de ser terrible que más de una de cada diez personas que nos cruzamos por la calle esté sufriendo en nuestra ciudad. Detrás de esas cifras hay familias, con jóvenes y niños, con personas mayores.

Hay datos peores. El Banco de Alimentos atiende ya a más de 4.500 familias cuando hace solo seis meses eran 4.200. En Berakah, más de lo mismo. Igual que en Cáritas o Cruz Roja. Según estas oenegés alavesas, la situación es «crítica». En una ciudad que le gusta mirarse al ombligo 'green', el hambre se pasea por nuestros parques. Falta cerca de un millón de euros al año para conseguir que el sistema de solidaridad atienda a quienes de verdad lo necesitan. El escenario es dantesco. El responsable de Cáritas, Ramón Ibeas, lo narró de forma gráfica en estas mismas páginas: «La gente está llegando al punto de privarse de la comida por miedo a perder su estatus social. Les resulta vergonzante mostrar un aspecto de falta de recursos».

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Mientras tanto, la cesta de la compra sube, la energía sube y los alquileres se han convertido en un lujo al alcance solo de quienes ganan más de 2.000 euros. En el lado opuesto, para quienes tenemos la suerte de tener recursos, la vida sigue, el puente de San Prudencio se vive en Salou y miramos el precio de los vuelos cada martes para cuadrar el presupuesto de las vacaciones de verano. No pretendo culpabilizarnos ni hacer demagogia, pero es la cruda realidad.

Esta es la foto de una semana que ha querido juntar dos datos que, como decía, parecen no tener nada de relación entre ellos. Pero que en el fondo retratan la sociedad en la que vivimos. El 30% de los funcionarios se escaquea del trabajo, mientras el 15% de la ciudadanía pasa hambre. A la vez, en la misma ciudad. Sinceramente, creo que merece una reflexión.

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