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Es el momento «más crítico». La permanente inflación que vive la cesta de la compra y el encarecimiento de gastos como la luz o el gas provoca que cada vez sean más las familias alavesas que cruzan forzadas la línea roja de la pobreza. Los ... datos son alarmantes. El Banco de Alimentos atiende ya a «más de 4.500 familias, cuando hace medio año eran 4.200». Cada día en las puertas de su local se forma una hilera de cien personas que desesperadamente buscan algo de comida. Este no es el único punto que sirve de termómetro para calibrar la situación límite en la que sobrevive cada vez más gente. El comedor Zugaz de Berakah, la obra obra social ligada a la Diócesis, no da más de sí. «Nunca habíamos repartido más de 200 menús diarios. Estamos por 300. Estamos sobrepasados». La percepción es idéntica en Cáritas. «Viene más gente y en peor situación. Estamos trabajando con 4.600 familias, medio millar más que antes». Estas cifras, como apuntan desde Cruz Roja, «asustan. Los recursos se quedan cortos», alertan desde esta organización que redobla sus esfuerzos también contra el otro frente abierto: el encarecimiento de la energía.
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Lucía Palacios y Sergio Llamas
Ante esta grave realidad, las organizaciones sociales lanzan un claro SOS. «Se nos rompe el alma porque cada vez llaman más familias a nuestra puerta. Familias que además tienen hijos a su cargo», comenta Daniel Muñoz, presidente del Banco de Alimentos de Álava. Unos hogares que viven, o más bien sobreviven, asfixiados por su mermada economía. «Tras hacer frente a los gastos obligatorios, el margen que les queda es nulo. También acuden otros que directamente no tienen padrón», añade Fidel Molina. El responsable de Berakah ofrece un perfil de la gente que cruza sus puertas. «Si bien antes eran africanos, ahora la procedencia es de Sudamérica», abunda, de países como Colombia, la comunidad mayoritaria en Vitoria, Perú o Venezuela. Así lo refleja la fila de personas que acuden de lunes a viernes a por un menú -se les entrega en un túper- en su local de la calle Cuchillería. «Cada vez hay más gente», constata Yurbi, venezolana de 29 años con una hija de 4. Tras ellas aguarda un colombiano «solicitante de asilo» (no da su nombre) que acude a por su ración «desde hace cuatro meses». «Duermo en la calle porque en todos los albergues me dicen que no hay plazas», lamenta. Su compatriota Camilo Abel, también sin hogar, admite que «sin la ayuda de Berakah no tendría para comer».
Los responsables de las ONG miran preocupados el presente y aterrorizados el futuro. De ellos depende la subsistencia de estas familias. La cuerda está tan tensa que amenaza con romperse porque cada vez son más los beneficiarios y menos los recursos. Hasta el punto de que el Banco de Alimentos ha tenido que abrir la hucha de emergencia y recurrir a los bonos. «Para julio o agosto ya nos los habremos gastado todos», advierte acerca de las aportaciones en dinero. ¿Y luego, qué? «Tendremos que volver a reajustar la cesta», vaticina.
Porque de un tiempo a esta parte la organización ha tenido que aplicar continuos recortes. Algo que también revela la imagen que presenta la nave, con baldas más vacías de lo habitual. «En las cestas actuales entregamos un 30% menos de alimentos que hace un año». Una medida que permite que «nadie se quede sin comer» y que de seguir en esta dinámica tendrán que seguir aplicando. En el menú, la leche -«el tope al IVA apenas lo hemos notado»- ha pasado de 12 litros mensuales a seis. Los huevos se reducen a una docena. Y la pasta y las legumbres se alternan en función de la disponibilidad. Eso, por familia. «El único menú que nunca tocamos es el de los niños», comenta sobre esa coraza.
30% es el recorte que el Banco de Alimentos de Álava ha aplicado a las cestas de alimentos que entrega a las familias. Y de seguir en esta dinámica, la organización deberá reajustar de nuevo los menús.
Familias atendidas El incremento de la lista de Cruz Roja «asusta». Las solicitudes de ayuda a la alimentación rozan las 600 sólo en Álava. A esos hay que sumar aquellos que también han demandando la línea contra la pobreza energética. En 2021 fueron 220 y en este primer trimestre son ya 160.
300 Es el número de túpers de comida que reparten a diario desde Berakah, unas cifras que superan a la organización. «Nunca habíamos entregado más de 200 menús. Nos hemos gastado ya el presupuesto que teníamos hasta julio»
«Viene más gente y en peor situación» Las organizaciones alertan de la peligrosa nueva realidad que golpea al territorio alavés, pero también a Bizkaia y Gipuzkoa. El encarecimiento de la vida afecta a las familias y a las entidades sociales, que se ven incapaces de dar respuesta a todo el volumen con menos recursos.
«Para poder mantener las cestas que entregábamos el año pasado necesitaríamos casi un millón de euros extra». Porque al igual que usted lo ha notado cuando mira el ticket de la compra, cuando ellos acuden al supermercado también necesitan rascar más el bolsillo. También para cubrir esa tarifa de la luz más 'engordada'. «Llegamos incluso a apagar las cámaras frigoríficas para abaratar costes». Esto, por un lado. El otro factor tiene que ver con los donativos. Porque las campañas de recogida de alimentos son más 'light' -la última concluyó con 40.000 kilos y 36.000 euros, un tercio menos de lo esperado- y porque los supermercados exprimen más la vida de los alimentos; antes les cedían los que estaban a unos días de caducar, pero ahora los mantienen en las baldas hasta el límite.
Nadie parece encontrar la venda con la que cortar la hemorragia. Berakah lleva 17 años sirviendo túpers de comidas mañanas y tardes, «pero nunca al ritmo de ahora, entregando 300 cada jornada». El problema es que hace falta redoblar el esfuerzo económico. «Nos hemos gastado ya lo que teníamos presupuestado hasta junio».
En Cruz Roja, la entidad ha necesitado recibir un nuevo impulso económico desde el Gobierno vasco. Pero no es suficiente. «Hemos aumentado la partida para la línea de ayudas para la alimentación, con 2,5 millones de euros. Estimábamos que serviría para ayudar a unas 2.500 familias en Euskadi». Pero el escenario sobrepasa a todos. «Llevamos 3.500 solicitudes, de las que casi 600 son en Álava», advierte Txomin Ondarre, director de Inclusión Social y Empleo de la ONG en Álava.
La comida no es el único frente abierto. El encarecimiento de la luz y el gas también ha agrandado aún más la grieta económica. «La vivienda es prioritaria para la gente y destinan sus pocos recursos a eso, sin que les quede para la comida», apunta Ramón Ibeas, secretario general de Cáritas Diocesana de Vitoria. Lo que explica que tanto ellos como Cruz Roja hayan tenido que redoblar las ayudas contra la pobreza energética. «En 2021 trabajamos con 220 familias en el territorio. El año pasado ya fueron 362. Y en el primer trimestre de este ya vamos por 160. De seguir a este ritmo doblaremos las cifras. Así no vamos a poder seguir», concluye Ondarre.
Entre la espada y la pared. Entre un techo bajo el que resguardarse o poner en la mesa comida. Es la realidad a la que se enfrentan cada vez más familias alavesas. «La gente se ve obligada a tener que elegir entre pagar el alquiler de un piso o hacer la compra; hacer frente a las dos les es imposible», revela Fidel Molina, diácono y responsable de Berakah. Esta entidad cuenta con más de una veintena de pisos de acogida, gracias a la colaboración con Fundación Vital. Doce están destinados a madres con niños. Diez más son ocupados por familias sin recursos. La idea es que las estancias sean rotacionales, pero esa rueda hace tiempo que se estancó. «La duración es de seis meses para que después de ese periodo puedan acogerse a las ayudas sociales de las instituciones».
Pero la nueva realidad hace que sean insuficientes. «No hay rotación porque no consiguen encontrar vivienda y no podemos dejar a nadie en la calle. El precio del alquiler está tan caro en Vitoria que si el salario no es superior a 2.000 euros no tienen nada que hacer», explica Molina. Ante este escenario, la organización ha tomado la decisión de ampliar la ocupación en algunas viviendas y tratar de aliviar la presión de más familias. Muchas con historias desgarradoras, como una madre peruana que huyó de su país con sus tres hijos y que se ha visto obligada a llamar a sus puertas para escapar de la calle. O la de Nilse -en la cola diaria para recoger un menú de esta obra social-, que viajó del país andino a España «víctima de una estafa». Rosario escapó del mismo lugar tras sufrir malos tratos de su pareja.
Ya no solo el alquiler se come las economías de los hogares. Ahora la elección baja de rango y en algunos casos se centra entre los gastos de la vivienda como la luz y el gas o comer. De ahí que cada vez más familias, como apuntan desde Cruz Roja, demanden las ayudas de pobreza energética o alimentarias. El escenario se agrava a pasos agigantados. Hay familias que deben ya elegir entre la vestimenta o una nutrición correcta. «La gente está llegando al punto de privarse de la comida por miedo a perder su estatus social. Les resulta vergonzante mostrar un aspecto de falta de recursos», alerta Ramón Ibeas, secretario general de Cáritas en Vitoria.
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