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El desplome del techo del bar Botanic, que causó diez heridos leves (con dos hospitalizados) la noche del jueves y sobresaltó a los vecinos de la 'Zapa', tuvo su origen en una antigua construcción irregular en la parte trasera del inmueble. En esa dirección apunta ... la primera conclusión que alcanzaron los servicios de emergencia y las técnicas municipales. Todas las miradas se dirigieron al anexo fuera de ordenación del edificio original. Un «saliente» del bar y, sobre él, una terraza con una caseta a la altura de la primera planta ocupan parte del caño situado en la trasera del número 84 de esta calle del Casco Viejo. La normativa municipal insta a eliminar las estructuras desde hace al menos 17 años (2007).
Los registros que posee el Ayuntamiento, a los que ha tenido acceso EL CORREO, abogan por «suprimir» estos apéndices de la vivienda y el bajo por no estar contemplados en la normativa municipal. De hecho, el documento urbanístico, que alerta de «elementos discordantes» en el edificio, los considera una «invasión del caño», que siempre debería dejar el paso libre. «Según el PERI actual, se tienen que quitar», aseguran expertos consultados por este periódico. Así se desprende de la norma actual, a la espera de que se actualice para el próximo año.
A pesar de que se trata de una práctica bastante habitual en el pasado y que proliferó durante décadas en las calles del Casco Medieval (se emplea en muchas ocasiones a modo de almacén o como ampliación de lonjas), no está regulada por el Plan General. Esta especie de vacío puede agravar aún más su falta de mantenimiento por complicar mucho más cualquier reforma. A efectos prácticos, es como si no existiera en el planeamiento del Casco Medieval. Sin embargo, nadie podía obviar ayer la presencia de esa doble construcción un tanto improvisada, situada encima de la zona posterior del Botanic.
Según los primeros diagnósticos de los expertos, el agua se filtró por tiempo indefinido a través de esa especie de «patio o terraza ubicada en un caño, situado sobre el fondo del bar» y se acumuló sobre el techo del Botanic, que terminó por ceder ante un peso que no podía soportar. De hecho, no sólo había una capa. Los especialistas detectaron «varios falsos techos» que se habían sumado tras varias reformas en los últimos años. El agua se habría filtrado a la estructura, que colapsó.
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Fue en ese momento cuando la docena de clientes que se encontraba en el bar y los vecinos se llevaron un susto que tardarán en olvidar. Al menos pudieron pasar la noche del jueves (seguramente sin pegar ojo) al comprobar los Bomberos que la estructura del edificio principal, de unos 76 años, no corría peligro inminente.
A la espera de resultados más concluyentes, una de las causas más «determinantes» fue el agua, según fuentes municipales. «El forjado (del anexo) ya era algo endeble y ha terminado por ceder», explican. Esa es la hipótesis más sólida que ayer manejaba el Consistorio. No sólo por dónde se produjo el derrumbe, que afectó a una superficie de unos 10 metros cuadrados, sino porque los técnicos de Espacio Público confirmaron que «la parte visible del caño no ha sufrido daños». Es decir, todo apuntaba a que el deterioro se producía en el interior.
A pesar de que el inmueble, construido en 1948, no arrastraba grandes patologías (ahora deberá vigilar de cerca la estructura tras el último incidente), el Ayuntamiento ya anticipaba que su rehabilitación no debería demorarse. Al menos, no más allá de 2030, según un estudio que encargó hace dos años. El informe advertía de que la conservación del inmueble no era óptima, sino «regular». Pese a los achaques, está en mejor situación que los considerados «ruinosos» o que atraviesan un «mal estado».
Por lo pronto, lo inmediato es apuntalar el local para poder retirar los escombros amontonados y dejar vía libre a la reforma del techo. Si bien por el momento no se fijan plazos, la complejidad de estos trabajos, que obligan a ir casi palmo a palmo y que están condicionados además por la posible aparición de amianto, impiden establecer una fecha de reapertura del bar.
Doce horas después del accidente, el dueño del negocio, Javier Fernández, volvió a subir ayer a las once de la mañana la persiana. De esta manera, los Bomberos pudieron acceder al local para constatar el estado del edificio. Las potentes linternas alumbraron esa montaña de cascotes que se vinieron abajo y el destrozo que dejó a su paso. Tres horas después de arduo trabajo, el equipo desplazado hasta el lugar –tres coches del parque de Aguirrelanda– abandonó el lugar, a la espera de continuar con las labores de asentamiento. Los buzos embadurnados por completo de polvo y el incansable sonido de una rotaflex eran el fiel reflejo de la tarea desempeñada en el interior.
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El local afectado no fue el único foco de actuación. Las arquitectas del Ayuntamiento, acompañadas por los bomberos, también revisaron el estado en el que se encontraba el local anexo, que sirvió de escapatoria para los clientes, y las viviendas del edificio en cuestión, así como las contiguas. Se quiso descartar que el derrumbe pudiese haber ocasionado daños en la estructura, lo cual obligaría a desalojar a los moradores. Tras revisar puerta por puerta, se confirmó que las viviendas no se había visto afectadas. A primera hora de la tarde el bar volvió a quedar precintado, a la espera de la siguiente actuación.
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