Ha sido una jornada de adecentar los nichos y aflorar los recuerdos en el cementerio de El Salvador. Reportaje fotográfico: Igor Martin
Todos los Santos

Cuando los cementerios de Vitoria cobran vida

El Salvador y Santa Isabel reciben a miles de vitorianos que acuden al reencuentrode sus difuntos en un día de emociones en flor

Miércoles, 1 de noviembre 2023, 18:52

Vale, es cierto que lo de 'cuando lo cementerios cobran vida' puede sonar un poco tétrico y retrotraerle a aquellas pelis setenteras de zombies. Sin embargo, el ambiente que se respiraba este miércoles en los cementerios de El Salvador y Santa Isabel distaba mucho de ... ese lúgubre letargo y esa tristeza funesta que flota en el ambiente en nuestros camposantos el resto del año. Cientos, miles de vitorianos tomaron sus calles, incluso más animadas que algunos rincones de la ciudad durante la mañana, fresca pero agradable. Este Todos los Santos ha sido una jornada de emociones y recuerdo, pero también de reencuentros familiares, de risas al recordar anécdotas con los difuntos, con, incluso críos correteando y jugando al escondite entre las tumbas.

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Es mediodía, hora punta, y en los accesos a El Salvador se respira cierta sensación de colapso. Media docena de agentes de la Ertzaintza y la Policía Municipal tratan de poner algo de orden a esa lenta procesión de coches al ralentí perfumados de claveles y crisantemos frescos. Un poco como los huesos de santo esta es una tradición más del 1 de noviembre: aparcar en el entorno del cementerio puede crispar al más templado.

Ante este panorama y a pesar de las zonas habilitadas estos días ex profeso, muchos conductores se ven obligados a aparcar en fincas aledañas, incluso hay quien se adentra al otro lado de la Nacional. El de las colas y los problemas para dejar el coche en el entorno del camposanto no fue un problema para los cientos de vitorianos que optaron ayer por llegar a su cita con los difuntos en la línea de Tuvisa al cementerio, que se ha visto reforzada con horarios especiales y que durante todo el día de hoy seguirá saliendo cada media hora de la calle Prado.

Izaskun Salazar vende flores en su puesto, abierto todo el año. Igor Martin

A la entrada de la necrópolis vitoriana media docena de floristas ofrecen tiestos y centros elaborados con esmero, incluso con mucho esmero. En albiazul, Izaskun Salazar, de centros y flores Maribel ha tejido con claveles reventones una camiseta del alavés. No es ningún encargo. «He pensado que a alguien le podría hacer ilusión llevárselas a algún aficionado difunto», apunta la mujer mientras despecha a destajo ramos y crisantemo, «que es el rey estos días y lo vendo a 10 euros, el mismo precio de, por lo menos hace cinco años», subraya.

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Un amor eterno

«Pues a mí me parece que este año esta todo muchísimo más caro, por este ramito de nada me han cobrado casi 20 euros», replica Conchi Sacristán, enseñando un arreglo de claveles y coloridas gerberas que, la verdad, palidece un poco con el impresionante centro con dos docenas de rosas rojas por el que asoma Gabriel Querejazu. «Eran las flores favoritas de mi mujer y se las traigo tres veces al año: por Todos los Santos, en su cumpleaños y el día en el que falleció», fía emocionado. Lo de Gabriel sí que es amor eterno de verdad.

Candela Novillo deposita una flor en la sepultura familiar. I. M.

Los ramos de elegantes lirios blancos que llevan Teresa Ruiz y Maite López de Larrinaga, madre e hija, también son de esos que hacen que el personal gire la cabeza a su paso. «Soy de un pueblo de Granada y desde chica tenemos la costumbre de venir al cementerio pase lo que pase», apunta la mujer. «Yo me quedo tranquila con solo venir y poner aunque sea una triste rosa», musita la señora, emocionada tras unas grandes gafas oscuras.

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El de Todos los Santos es, desde luego, una jornada de emociones en flor y de recuerdos resucitados. Por mucho tiempo que haya pasado desde la partida de nuestros seres queridos. «Mi madre, mi padre murieron ya hace muchísimos años y aunque no hay día en que no me acuerde de ellos, hoy es especial, es una costumbre y mientras pueda, vendré», comenta Josefa Tamargo, enhebrada del brazo de su marido Norberto mientras sus hijas le sacan lustre al mármol blanco del nicho familiar.

Hari, Elixabet, Dolores y María rezan por los suyos. I. M.

Es día de limpiar lápidas con esmero y también de hacer arreglos de jardinería, de arrancar las malas hierbas que crecen frente a las sepulturas, de adecentar las sepulturas. En eso está la familia la familia de Candela Novillo, acompañada de los suyos. «Hoy me acompaña mi hija y mi nieto, pero mis nietos ya no quieren venir», apunta apenada la señora mientras deposita una rosa roja en la lápida. Muy cerca de ellos, Elixabet, María, Dolores y la pequeñísima Hari, las tres generaciones de una misma familia rezaban, en silencio, por los suyos. «Este no es un día triste, hoy esto está lleno de vida». Llevan razón.

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