En El origen del hombre (1871), Charles Darwin describió los ‘rudimentos’, unos «órganos por completo inútiles que a menudo desaparecen por falta de uso». Entre ellos, citaba el apéndice. Así, durante más de un siglo, se ha pensado en él como en un órgano vestigial que, en la evolución del ser humano, perdió la función que le daba sentido: albergar bacterias capaces de ayudar a nuestros antepasados a digerir la celulosa de las plantas. Además de ser inútil, su inflamación, la apendicitis, podía poner en riesgo nuestra vida.
Un trabajo publicado en 2007 en el Journal of Theoretical Biology devolvió al apéndice cierta dignidad; al parecer, si una infección arrasa nuestra microbiota, las bacterias de ese almacén acuden como el séptimo de caballería a repoblar nuestro intestino con microorganismos beneficiosos. ¿Es entonces preocupante que nos extirpen el apéndice? No, asegura la doctora Rocío Anula, del servicio de cirugía del Hospital Clínico Universitario San Carlos de Madrid: «Ante signos claros de apendicitis, debe operarse». Pero si el diagnóstico es dudoso, mientras hace décadas se optaba por la extirpación, hoy se prefiere dar antibióticos y observar la evolución.
Amígdalas, muelas del juicio...
En los años setenta se extendió la práctica de extirpar las amígdalas ante cualquier síntoma, aun cuando no estuviera relacionado con una infección en la garganta. Se creía que, además de no servir para nada, podían potenciar ciertas patologías. Hoy se sabe que este tejido linfático es una primera defensa que, ante todo en la infancia, activa la respuesta inmune. Y un reciente estudio con más de un millón de niños revela que quitar las amígdalas triplica el riesgo de asma, bronquitis y neumonía. Eso sí: en caso de infecciones severas repetidas, habrá que eliminarlas.
A menudo son problemáticas. A partir de ahí, la práctica de extraer los terceros molares se ha convertido en habitual en muchas consultas odontológicas. La opinión médica está dividida: frente a muchos ortodoncistas que optan por su extracción ‘para evitar recaídas’, las directrices europeas del Instituto Nacional para la Salud y la Excelencia Clínica señalan que solo deben extraerse cuando suponen un problema, pero no cuando el objetivo únicamente es la prevención.
La evolución eliminó casi todo nuestro vello corporal, pero lo mantuvo en el pubis para protegernos de heridas e infecciones. Sin embargo, la moda de la depilación púbica –informa la Asociación Española de Dermatología– ha provocado un aumento alarmante de las enfermedades de transmisión sexual entre los jóvenes, sobre todo los condilomas genitales causados por el VPH. Por un lado, se debe a los contagios piel con piel; por otro, las heridas de la rasuración facilitan que los patógenos penetren e infecten de herpes, impétigos o sífilis.
Sí, se puede vivir sin vesícula. La función de este órgano es la de almacenar bilis, un líquido necesario para descomponer las grasas que ingerimos. Ante distintos trastornos –como cálculos, pólipos, pancreatitis o colecistitis– es frecuente que se decida su extirpación. A partir de ese momento será el colédoco –un conducto que va del hígado al intestino– el encargado de realizar sus funciones. Y, según aseguran los expertos, su extirpación no limita la calidad de vida; al contrario, la mejora.