Habla el cocinero de Reza Pahlevi «Si envenenaban al sha, era mi responsabilidad»
El chef francés Cottin Verger, cocinero del sha de Persia durante su exilio en México, habla por primera vez de lo que fue su convivencia con una familia acostumbrada a la adulación y el boato y, sobre todo, de los los desafíos para evitar su asesinato.
Sábado, 09 de Abril 2022, 01:50h
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El chef francés Jean Louis Cottin Verger nunca ha estado en Irán, pero aún llama al sha Reza Pahlevi «su majestad», como hace 43 años cuando le sirvió el desayuno por primera vez. Hoy tiene 73 años y un pequeño restaurante en Ramos Arizpe, al norte
El chef francés Jean Louis Cottin Verger nunca ha estado en Irán, pero aún llama al sha Reza Pahlevi «su majestad», como hace 43 años cuando le sirvió el desayuno por primera vez. Hoy tiene 73 años y un pequeño restaurante en Ramos Arizpe, al norte de México, donde es una celebridad local. Lo que muy pocos saben es que Cottin Verger fue el chef personal del sha de Persia durante seis meses.
Reza Pahlevi huyó de la revolución de los ayatolás en enero de 1979 y se instaló temporalmente en las Bahamas, donde en marzo organizó una de las fastuosas fiestas que tanto le gustaba protagonizar. Así lo conoció a Cottin Verger. El cocinero francés trabajaba en un restaurante en Paradise Island, donde el sha se había instalado temporalmente. «Le gustó mi comida –dice–. Y me preguntó si quería trabajar como su chef personal». Cottin Verger tenía entonces 29 años y le pareció una oportunidad. En aquel momento, cuenta, «nadie quería tratar con el sha por el miedo de los intentos de asesinato».
«Una vez, un soldado entró en la cocina y miró dentro de las ollas. Fue un escándalo. Por seguridad tuve que tirar toda la comida. Solo mis empleados y yo podíamos tocarla»
En la tierra natal de Phalevi había comenzado una caza de brujas para todos los que estaban cerca de él. «Todos los que lo tocaban tenían que morir —explica Cottin Verger—. Sus maestros, los maestros de sus hijos, ellos mismos mataron a sus perros y sus pájaros de compañía». El ayatolá Jomeini había regresado a Teherán desde su exilio francés el 1 de febrero y, poco después, Reza Pahlevi fue sentenciado a muerte en rebeldía. En junio de 1979, los ayatolás pidieron públicamente que mataran al sha donde quiera que estuviera.
Ningún país quería acoger a la familia real persa, ni Estados Unidos, que había apoyado al sha durante décadas. Tampoco podían quedarse en Bahamas aunque, según recuerda el chef, «aquello les gustaba». Bajo la presión de Washington, José López Portillo, el entonces presidente de México, acabó permitiendo su entrada. «La solución era ideal para los estadounidenses», aclara Cottin Verger. «En México estaba lejos de Washington, pero cerca de Estados Unidos». Allí la CIA podía vigilar cada paso que daba la familia del sha.
La familia era respetuosa con sus sirvientes, afirma el chef. La hija menor jugaba con él en la cocina: «Aunque no tenía permitido tocarla, era una princesa»
Cottin Verger los siguió a su exilio en una lujosa residencia en Cuernavaca, un pueblo de montaña a 80 kilómetros al sur de Ciudad de México, donde fue trasladado en un avión privado como un diplomático. Allí toda precaución era poca. «La casa era frecuentada por muchos almirantes y altos cargos oficiales que había huido de Irán con el sha». Y relata uno de los episodios más inquietantes que vivió: «Una vez, un soldado entró en la cocina y miró dentro de las ollas. Fue un escándalo. Por seguridad tuve que tirar toda la comida. Solo mis empleados y yo podíamos tocarla. Era parte de un código de conducta no escrito que existía en la casa. Si hubiera sido envenenada, habría sido mi responsabilidad».
La vida sin ‘cash’
En Cuernavaca, el sha había alquilado la propiedad de una millonaria mexicana casada con un escultor italiano. «No era tan lujoso como en las Bahamas, pero el sha estaba feliz», cuenta Cottin Verger. «Él y su familia se sentían bastante cómodos en México». Reza Pahlevi se trasladó allí con su tercera esposa, Farah Diba, y sus cuatros hijos, «dos princesas y dos príncipes», comenta el chef. «Todos se habían criado en Europa y hablaban inglés y francés». La familia era muy educada y respetuosa con sus sirvientes: «No eran arrogantes», afirma el chef, mientras recuerda que el sha envió una felicitación de cumpleaños para la madre de Cottin Verger, que vivía en Francia, y que su hija menor jugaba con él en la cocina: «Aunque no tenía permitido tocarla, era una princesa».
El chef francés recuerda un episodio divertido: «Jugaban al tenis y al golf y, de vez en cuando, iban a restaurantes de la ciudad. En una ocasión, un joven portero mexicano lo detuvo cuando volvía a casa del tenis porque no había pagado la tarifa de la cancha. El sha era inmensamente rico, pero nunca llevaba dinero en metálico porque otros pagaban por él». Reza Pahlevi se sentó en un banco y esperó a que su guardaespaldas lo rescatara. «Más tarde se río a carcajadas», explica el cocinero.
Cottin Verger se encargó de cocinar para toda la familia durante seis meses y todos los días iba al mercado a comprar: «Fue complicado al principio porque había muchas cosas en México que al sha no le gustaba comer», cuenta. Luego lo enviaron a Nueva York en un avión privado para comprar: «Traje patos, bistec, cordero y otras delicias conmigo». En el mercado compraba sobre todo fruta y verdura con dólares al cambio que pagaba a través de su chófer, un hombre que le hacía de traductor hasta que un día le dijeron que lo estaba estafando. «Entonces el Estado Mayor Mexicano me proporcionó un intérprete honesto».
Cuernavaca fue también el lugar donde el chef conoció a su futura esposa. Era costurera y tenía una pequeña tienda. Farah Diba había ido a visitarla varias veces para ver su colección y, según cuenta el chef, «la esposa del sha vestía como una europea y fumaba de forma empedernida: mi mujer guardaba el cenicero con las colillas como recuerdo».
El trono de oro y la fiesta que le costó el imperio
Mohamed Reza Pahlevi tenía 22 años en 1941 cuando subió al trono después de que Gran Bretaña obligara a abdicar a su padre por sus simpatías hacia Hitler. Desde ese día, el nuevo sha de Persia se propuso levantar uno de los imperios que más había fascinado al mundo a lo largo de la historia. Veintiséis años y tres matrimonios después de esa fecha, una fastuosa fiesta acabó con aquel sueño.
Convertido en uno de los grandes aliados de Occidente en la región, el sha inició una política de modernización apoyándose en la ayuda militar de Estados Unidos y en una poderosa policía política, el Savak. Suprimió los partidos políticos, se abolió el feudalismo en el campo, instauró el sufragio femenino, se construyeron centros comerciales con tiendas occidentales… El problema es que estas reformas, conocidas como la 'revolución blanca', solo alcanzaron a una pequeña parte de la población, favoreciendo el enriquecimiento de la clase ligada al poder y el empobrecimiento de muchas capas de la sociedad. Y, mientras el descontento popular comenzaba, el sha decidió coronarse emperador.
Fue en 1967. Se trata del primer evento popular celebrado junto a tercera esposa, Farah Diba. «Llevaré a mi pueblo a ser la nación más avanzada del mundo», decía en su discurso, mientras las imágenes que trascendían eran las de él sentado en un trono de oro macizo, adornado con veintisiete mil piedras preciosas y con una corona imperial de otras 3380 piedras preciosas. No contentos con eso, el sha colocó sobre la cabeza de su tercera esposa una corona de diamantes azules de Van Cleef & Arpels. Era la primer mujer coronada Emperatriz de Persia en los últimos 2500 años de la historia de Irán.
Pero por si acaso no habían quedado claras su riqueza y su poder, el sha decidió organizar un fiestón, el megaevento que lo consolidaría en el poder y le traería la admiración del mundo entero. Eso creía, sí.
El sha inició una política de cierta modernización: abolió el feudalismo en el campo, instauró el sufragio femenino, construyó centros comerciales con tiendas occidentales…
Del 12 al 16 de octubre de 1971, Reza Pahlevi decidió tirar el palacio por la ventana para celebrar los 2500 años del nacimiento del Imperio Persa. Según el Libro Guinness de los Records, la gala del 14 de octubre ha sido la más larga y cara de la historia moderna. Una cena para 600 personas que duró cinco horas y media, con una inversión que, según se estima, osciló entre los 90 y los 180 millones de euros.
En el entorno de las ruinas arqueológicas de Persépolis, la antigua capital del imperio persa, se construyó una ciudadela con toldos hechos con 37 kilómetros de seda para hospedar a más de 60 miembros de la realeza, presidentes, jefes de Estado y líderes internacionales. Al lado, se construyó un aeropuerto para recibir a los jets privados y una autopista de 1000 kilómetros para conectar con la capital, Teherán. El restaurante Maxim’s de París, considerado el mejor de la época, cerró su sede para servir al sha durante aquellos días.
La resaca se presentó en forma de indignación popular, ya que el entonces exiliado ayatolá Ruhollah Musavi Jomeini calificó aquel evento como el «festival de diablo», sembrando al semilla del movimiento que terminaría con su reinado y que años después lo convertirían en el último sha de Irán.
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