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«Mientras siga así de gordo, no hay que preocuparse. No hay yonkis gordos»

Peter Doherty, estrella del rock y ex de Kate Moss

«Mientras siga así de gordo, no hay que preocuparse. No hay yonkis gordos»

La escandalosa estrella del ‘rock’ británico, que fue pareja de la modelo Kate Moss entre 2005 y 2007, vive retirada en la costa francesa. A sus 45 años y con 30 kilos más, pinta, escribe canciones y lucha contra su adicción a la heroína y al ‘crack’. En su autobiografía A Likely Lad y en el documental Extraño en mi propia piel repasa los días en los que para pagarse al droga se dejaba fotografiar por los camellos mientras se pinchaba y ellos vendían las fotos a la prensa.

Lunes, 11 de Septiembre 2023

Tiempo de lectura: 9 min

Pasan varios minutos hasta que por fin abre la puerta metálica verde que da acceso a la propiedad. Un camino de grava conduce hacia una hilera de construcciones frente a la costa de Normandía. Para poder entrar primero he tenido que llamar a la mujer de Peter Doherty, Katia. Porque él no tiene teléfono. El artista comenta que lleva casi tres años sin consumir heroína ni crack y que, para aumentar las probabilidades de que esto siga así, entre otras cosas, tiene prohibido el móvil.

Dos perrazos bajan disparados por el camino de grava. Tras ellos, con unos shorts no muy limpios y chanclas, Peter Doherty. Sus movimientos son tambaleantes, pero sus ojos tienen un brillo amable. Ha cumplido 43 años y pesará 30 kilos más que cuando Pete Doherty, cantante y guitarrista de los Libertines, era novio de la supermodelo Kate Moss, un yonqui reconocido y la figura más proclive a los escándalos que dio el rock 'n' roll de comienzos del siglo XXI.

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Sospechoso habitual. Doherty tras una de sus múltiples comparecencias ante el juez. Esta vez por conducción temeraria.

Es un milagro que siga vivo. Doherty hizo de su descenso a los infiernos un arte, relatado sin piedad por los tabloides británicos que encontraron en él un filón: la estrella del rock y la supermodelo, los vídeos consumiendo cocaína y crack, estancias en la cárcel, incluso muertos, como su amiga Amy Winehouse.

El hecho de que sea uno de los compositores con más talento de su generación siempre quedó en un segundo plano. En 2019 hizo su primer intento serio por dejar las drogas después de casi 20 años de adicción. Y sigue limpio, como él mismo confirma, aunque sin convicción. «Mientras siga así de gordo, todos están tranquilos. Solo habría motivo para preocuparse si volviera a estar delgado. No hay yonquis gordos».

Ni venas donde pincharse

La casa en la que vive ahora se encuentra en un acantilado junto al mar. Pertenece a los padres de su mujer. Aquí ni siquiera hay una estación a la que pueda acercarse a pillar, como él dice. Además, una vez al mes le ponen una inyección que bloquea los efectos de la heroína. Antes había que ponerse implantes subcutáneos, ahora por suerte hay inyecciones, añade. Dormir, nadar, comer, esa es su vida, dice. Todavía se encuentra en una fase muy temprana de recuperación, sigue teniendo los pulmones bastante mal por culpa del crack.

En la casa se ha montado un pequeño estudio con varias guitarras y un teclado. Abajo, en el pueblo, tiene un taller, donde pasa dos o tres noches a la semana trabajando en sus pinturas y collages. En su día, los Libertines allanaron el camino para las muchas bandas guitarreras que surgieron en la primera década del siglo, pero no duraron mucho: el grupo se desintegró después de solo dos álbumes por culpa de las tensiones entre sus integrantes y los problemas con las drogas, aunque han vuelto a reunirse varias veces en los últimos años. Ahora, Peter Doherty y Carl Barât quieren trabajar en un nuevo disco. Será en Jamaica, en un país neutral, ya que Barât no quiso venir a Francia ni Doherty ir a Inglaterra.

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20 años 'colocado'. Pete y su compañero de The Libertines Carl Barât en el backstage de su gira en 2004. Su vida como cantante durante 20 años estuvo ligada al consumo de drogas.

En cuanto a su faceta de artista plástico, cuando era yonqui, Doherty tenía una relación muy estrecha con la sangre, estaba muy versado en el uso de la jeringuilla. Así que en 2005 empezó a extraerse sangre para usarla como pintura. Le parecía un recurso muy práctico, siempre había sangre disponible. Incluso cuando, con el tiempo, cada vez le costaba más encontrar venas en las que poder pincharse.

Doherty comprobó que la gente estaba dispuesta a pagar mucho dinero por sus cuadros hechos con sangre, factor este, el económico, nada desdeñable, aunque seas una estrella del rock. La sangre constituye casi un subgénero propio en la obra de Doherty, formada por pinturas, collages, dibujos e instalaciones de todo tipo. Sangre, pintura, lápiz y hojas mecanografiadas son sus materiales. Y reptiles, calaveras, jeringuillas o pipas de fumar crack son algunos de sus motivos. Efectivamente, no oculta nada.

Después de nadar un rato, Doherty dice que todavía no ha desayunado. Propone pedir dos piñas coladas en un restaurante a pie de playa, de esos con las cartas plastificadas. ¿No es un problema lo del alcohol para un adicto?

Para él no, dice. Todos los meses le ponen su inyección de Buvidal.

En 2019 orinó en medio de la comisaría. Estuvo tres días con la ropa meada en una celda con 15 tipos. Después de aquello «se acabó»

Este fármaco no solo frena el efecto euforizante de la heroína, también alivia los síntomas de la abstinencia. De todos modos, tampoco sabe muy bien si quiere seguir adelante. «Para ser sincero, echo un poco de menos la vida de yonqui».

¿Y eso?

«Sí, el tener un objetivo diario. La camaradería con los otros yonquis. Buscar la vena. En realidad es un poco lo mismo que les pasa a las personas que han estado en la guerra y la echan de menos cuando vuelven a casa».

Katia, su mujer, le salvó la vida. Entre 2003 y 2019, el artista pasó por un montón de clínicas de desintoxicación, desde Tailandia hasta isla Mauricio, pero más pronto o más tarde le acababan entrando ganas de salir a buscar heroína. Y lo hacía. Su última escala fue la localidad costera de Margate (en el condado de Kent), donde compró un hotel. La idea era rehabilitarlo y convertirlo en el Albion Rooms. Doherty se mudó al desvencijado edificio y allí se quedó.

Aquella etapa y aquel lugar acabaron siendo como un fin de trayecto para Doherty. Lo arrestaron varias veces, sufrió varias infecciones, lo ingresaron en el hospital, también empezó a probar el bloqueante de heroína, lo que lo llevó a consumir solo crack. El colofón fue un catastrófico último arresto durante una gira con los Libertines en 2019: se bajó los pantalones y se puso a orinar en medio de la comisaría, lo tuvieron tres días con la ropa meada y apestando metido en una celda con otros 15 tipos.

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Una pareja en el foco. Pete y Kate Moss se conocieron en 2005 y se convirtieron en la pareja más cool del momento. Pero el escándalo por consumo público de cocaína de Kate Moss un año después dinamitó la relación.

Después de aquello se acabó. Doherty prohibió las drogas y el alcohol a todo el personal de la gira, dio los conciertos que quedaban sobrio y se retiró a Normandía con Katia. Y luego llegó el confinamiento por la pandemia de covid.

El taller de Doherty se encuentra en un viejo almacén a las afueras del pueblo. El lugar transmite la impresión de que efectivamente allí se trabaja. Hay lienzos con pinturas a medias, las paredes de madera están cubiertas de dibujos y collages, una Fender Telecaster sin cuerdas yace apoyada en el respaldo de una butaca con tapizado de flores. En otra butaca se sienta Doherty, luce un sombrero como toda concesión a un estilismo de artista: sigue llevando el bañador, las chanclas y una camiseta. De camino al taller ha comprado unas cervezas y abre un par de botellas con los dientes. Los músicos y los artistas suelen decir que lo de crear arte bajo el influjo de las drogas no funciona, que la mayoría de las veces solo salen verdaderos churros. En el caso de Doherty, en su día no le iba mal.

«Para ser sinceros, echo un poco de menos la vida de yonqui: el tener un objetivo diario, la camaradería...»

¿Nota ahora alguna diferencia? «Alguna se tiene que notar. Las drogas tienen una influencia muy fuerte en tu estado de ánimo. En dónde estás, con quién estás, cuánto tiempo pasas solo. Los yonquis pasan mucho tiempo solos porque  los demás no quieren estar cerca de ellos. Cuando era yonqui, estaba solo a menudo, y eso te destroza. Si quería trabajar, solo tenía una breve ventana temporal para hacerlo, tenía que ir rápido y sin interrupciones».

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Su sangre cotiza. Habituado a las jeringuillas por sus adicciones, en 2005, Doherty empezó a extraerse sangre para usarla como pintura. Pronto comprobó que había gente dispuesta a pagar mucho dinero por esos cuadros. La sangre ya constituye un subgénero en su obra.

¿Diría que trabajaba mejor? «Tal vez. Cuando consumía droga, sentía una presión enorme, tenía que crear grandes obras, escribir grandes canciones para justificar cómo vivía». Hoy, añade, apenas siente presión, se pasa durmiendo casi todo el tiempo. «¿Eso quiere decir que tengo que volver al crack y a la heroína para escribir canciones como las de antes? Si veo que en los próximos cinco años no escribo ni una sola canción buena, entonces quizá. Sería un canje: sano o feliz».

El fantasma del suicidio

Cuenta que hace poco volvió a tomar ketamina, un psicofármaco que empezó usándose como anestésico para caballos. Fue después de un concierto de los Libertines, un tipo de otro grupo tenía una bolsa llena. Se sintió genial, dice. Luego intentó tocar la guitarra, pero le costaba encontrar una melodía.

En un lienzo sobre un caballete hay un dibujo a medio terminar de los acantilados del pueblo. Tiene un aspecto inquietante, a pesar de que el lugar es un destino turístico muy agradable. En realidad, es un destino para suicidas, dice Doherty. Por los acantilados. Todas las semanas se mata alguien, a veces hasta tres en una semana, la mayoría de los casos se mantienen en secreto.

Un amigo de Doherty tiene aquí un hotel, de ambiente lujoso. Afirma que reconoce enseguida a las personas cansadas de la vida que llegan a su hotel para morir. Una de las señales, por ejemplo, es que no llevan equipaje. A veces su amigo los sigue cuando van al acantilado para intervenir en el último momento. Y precisamente a un sitio así, dice, ha venido él para salvarse, casi resulta cómico. Luego se queda callado unos instantes. «¿Sabe? En el pueblo solo hay otro yonqui, es camarero Me cae muy bien. Me gustaría presentárselo».

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Con Katia, su actual mujer

Pero repara en que a Katia no le gusta que quede con él. Así que quizá mejor no hacerlo. Dos días más tarde, Peter Doherty se encuentra a la entrada de la galería berlinesa en la que expone, tocando el clásico de la Velvet Underground I can't stand it con una guitarra solo ligeramente afinada que ha cogido de una de sus instalaciones. Es probable que haya decidido ponerse a tocar en mitad de la inauguración porque ya estaba un poco harto de responder preguntas sobre sus obras, de algunas de las cuales ya no recuerda muy bien cómo las hizo ni por qué. Como la calavera pintada en un grueso papel amarillento. Este papel solo lo hay en Tailandia, dice, así que la calavera tuvo que haberla hecho allí.

La exposición resulta impresionante, obras de gran formato como la Union Jack hecha con sangre se alternan con dibujos o instalaciones. En una de las salas se encuentra un trozo de pared de su habitación en el hotel de Margate: es un fragmento de muro enmarcado y cubierto de garabatos amarillos. Se reconoce el contorno de las islas británicas, una cruz gamada invertida, un corazón, el símbolo de la libra, también un número de teléfono, probablemente de su camello, dice Doherty, y una exhortación: «Contain yourself (seriously)».

Doherty está de pie junto al trozo de yeso con un ron en la mano. Pregunta cómo podemos seguir la noche en Berlín. Contain yourself (seriously) también es el título que le ha puesto a su exposición. Contente, en serio. Es lo que uno querría desearle.


© Der Spiegel