La actriz australiana ya fue en 2022 la mejor pagada de Hollywood y este año ha protagonizado Babylon, junto a Brad Pitt, y estrena Barbie, llamada a ser el gran taquillazo del verano.
Es la nueva reina de Hollywood. Lleva años, en realidad, acechando ese trono, pero este año despeja todas las dudas. La actriz australiana de 32 años ha estrenado Babylon con Brad Pitt; Asteroid city, con Tom Hanks, Edward Norton, Dafoe, Goldblum, Brody... Y luego Barbie, la película llamada a ser el bombazo del año. Con Barbie, de hecho, la actriz se convirtió en la actriz mejor pagada de 2022, con 12,5 millones de dólares. Pero hay más.
La propia Robbie produce y protagoniza su siguiente proyecto, una precuela de Ocean’s 11, ambientada en los años 60, con estreno previsto como colofón de su año estelar. En resumen, Robbie engordará en 2023 una de las filmografías más redondas del Hollywood actual, convertida ya en la actriz con la que todos quieren trabajar.
Se trata de una posición que Robbie lleva trabajándose sin descanso desde que Martin Scorsese la eligiera en 2013 para ejercer como libidinosa esposa trofeo del personaje de Leonardo Dicaprio en El lobo de Wall Street. Aquel papel, que incluye la ya icónica y tórrida escena en la que anuncia a su marido que está harta de usar bragas, le propició una pléyade de interpretaciones de relevancia creciente hasta el clímax que supuso su conversión en la pérfida Harley Quinn de Escuadrón Suicida, el taquillazo de 2016 que acabó por colocarla en el mapa.
El lobo de Wall Street, película de Martin Scorsese de 2013, le proporcionó el primer impacto mundial de su carrera. Incluye la ya icónica escena en la que le dice a Dicaprio que no volverá usar bragas. A partir de ahí comenzaron a lloverle papeles y campañas publicitarias.
Su carta de presentación como gran actriz, sin embargo, fue Yo, Tonya, satírico biopic sobre la patinadora artística Tonya Harding que le valió nominaciones a la santa trinidad de los premios: Óscar, Globos de Oro y Bafta. No se llevó ninguno, pero a partir de ese papel nadie volvió a discutir su talento.
Lo demostró un año después al hacer de Isabel I en María, reina de Escocia; amplificó su alcance al conseguir que Tarantino la convirtiera en la Sharon Tate de Érase una vez en Hollywood; siguió acumulando elogios al unirse a Nicole Kidman y Charlize Theron en El escándalo, el relato de las mujeres que sufrieron acoso sexual en el canal Fox News; y, ya convertida en una de las actrices más cotizadas, ella misma produjo Aves de presa, su regreso a Harley Quinn, en una alimenticia película completamente a su servicio.
El éxito de Quinn se estiró con una nueva entrega del escuadrón suicida, a la que siguieron el año pasado Ámsterdam y la mencionada Babylon, estreno con el que arranca el año de su ascenso al trono de Hollywood. Su poder, de hecho, no se sustenta exclusivamente en la elección de sus proyectos como actriz.
La productora LuckyChap Entertainment, que fundó en 2014 con su marido, el británico Tom Ackerley, ha ido ganando influencia con su política centrada en el cine y la televisión al servicio de historias de mujeres. La empresa combina proyectos con aspiraciones en taquilla –Aves de presa, la propia Barbie o una revisión de El estrangulador de Boston protagonizada por Keira Knightley–, con apuestas hacia el cine independiente y el talento emergente. Una joven prometedora, dirigida por Emerald Fennell, la actriz que interpreta a Camilla Parker Bowles en la serie The Crown, es un reseñable ejemplo. También lo son, en el medio catódico, la miniserie Mike, sobre Mike Tyson, y la segunda temporada de Dollface, ambas para Hulu.
Colegas de profesión como Reese Witherspoon, Elizabeth Banks o Mindy Kaling comparten con Robbie ese modo de tomar el control de sus propias narrativas, pero la incidencia de la australiana en la primera línea de la industria nos inclina a aventurar que vivimos el advenimiento de la era de Margot Robbie.
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