El 28 de abril de 1937, Benito Mussolini inauguró a las afueras de Roma su particular sueño cinéfilo. Sin Cinecittà, el neorrealismo, la comedia italiana y superproducciones como Cleopatra y Ben-Hur no habrían sido lo mismo.
En los estudios romanos se han filmado
3.000 películas, 37 de las cuales conquistaron el Óscar. Comedias como Dispara fuerte, más fuerte... no lo entiendo, de 1966, con Raquel Welch y Marcello Mastroianni, una historia en la que el alcohol y la fiesta son piezas fundamentales, recogían en buena medida el espíritu reinante en este centro de producción.
La constante lluvia de estrellas sobre Roma propició una desbocada proliferación de paparazzi. Rino Barillari fue el rey de todos ellos, atrincherados entre la Via Veneto y la Fontana di Trevi. Fellini recreó aquel ambiente en La dolce vita, pero la agresión de Franco Nero a Barillari en 1965 fue tan real como la ‘vita’ misma.
El amor de Liz Taylor y Richard Burton surgió en Roma, en el rodaje de Cleopatra, que duró 14 meses. Casados ambos, pese al escándalo y las críticas vaticanas, en junio de 1962 se besaban sin recato en la isla de Ischia.
Otra superproducción, La sombra de un gigante, llevó a Roma en 1965 a una constelación entera: Kirk Douglas, Angie Dickinson, Sinatra, Yul Brynner y John Wayne podían ser vistos, por ejemplo, bebiendo cerveza en Piazza Esedra.
Jack Lemmon, Joan Collins y Robert Wagner también pasaron por Cinecittà en los 60. El esplendor, sin embargo, acabó. Hoy sale mucho más barato alquilar un castillo que construir la aldea y la torre de El nombre de la rosa.
La caída del Imperio romano, de 1963, marcó el ocaso del cine made in USA en Cinecittà. Para la ocasión, Mel Ferrer se llevó a su familia: Audrey Hepburn y su hijo Sean. El cine italiano, en todo caso, se mantuvo firme hasta los años 80.
Ekberg reinó en los estudios tras rodar La dolce vita. En 1962 conducía este Mercedes por Roma.
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