En 1989 estrené mi primera película, Demasiado viejo para morir joven, que fue un completo fracaso. Los siete años que pasaron hasta que estrené Cosas que nunca te dije, fueron años de aprendizaje, de un aislamiento autoimpuesto: estuve alejada del cine, lamiéndome las heridas —quizá demasiado, quizá exageré, lo sé—, trabajando en Estados Unidos, en publicidad, y todo lo que tenía que ver con el cine era como un motivo de dolor, como reabrir una herida. Pero las heridas, tras supurar mucho, si tienes suerte, cierran y, una vez cerradas las mías, reuní la energía y la autoestima maltrecha que me había alejado del cine y escribí Cosas que nunca te dije. Sentí que había llegado el momento. Me dije: «Bueno, si fracaso otra vez, no es el fin del mundo. Ya sé cómo fracasar. Y además, qué puede pasar. Nada. ¿Que se hunda el mundo? No se hundirá».
«No había en mí espíritu de revancha. Sí sentía que el mundo había sido muy injusto conmigo, con mi primera película, que era fallida, mala, pero no tanto… Hace más de 30 años, cuando yo empecé, ser joven y mujer era como ser un cordero que va al matadero. Como a tantas otras, me tocó empezar cuando todos los palos caían sobre 'mujer/joven'. Y ahora, de alguna manera, una mujer joven tiene como una patente de corso para equivocarse mucho más que lo que se nos permitió a nosotras, algo que, desde luego, me parece estupendo. Pero una viene de donde viene y yo vengo de: ‘Vamos a mirar primero a esta chica por encima del hombro porque no ha pasado por una escuela de cine, ha hecho publicidad, es joven y no viene de ninguna capillita del cine ni es hija de nadie'. Supongo que había entonces en mí unas ganas, un arrojo, que hicieron que me sobrepusiera a todo. Porque el guion pasó, además, por muchísimos productores, nadie lo quería producir y, de entrada, nadie lo entendía. Así que la película nace de muchas circunstancias que se cruzan: de un momento en el que yo vivía en Estados Unidos —del cine que veía y de las cosas que vivía— y, ya más íntimamente, de una relación frustrada. Yo grabé casi palabra por palabra el monólogo que Ann, la protagonista, graba ante la cámara hablándole al hombre que la ha dejado. Lo grabé para alguien a quien nunca llegué a enviarlo… Meterlo en una película es como haberlo enviado, sí, y, de hecho, causó algo del efecto buscado. Pero, bueno, ya era demasiado tarde. A veces, los efectos que tú quieres producir en otros suceden tarde, y entonces ya no tienen ningún sentido, han perdido su razón de ser. Cosas que nunca te dije fue para mí una gran catarsis».
«Desde el momento en que pensamos, tenemos una vida secreta. Ocultamos cosas, pero mayormente para proteger a los otros y, evidentemente, a nosotros mismos. Eso hace que todo el mundo tenga una vida secreta, tan importante como la vida que manifiesta. Nadie dice realmente todas las cosas que le gustan y detesta, porque a veces ni siquiera nos atrevemos a decírnoslas a nosotros mismos. Como a muchos autores, es algo que me obsesiona y que siempre he buscado transmitir. Sobre todo, en Cosas que nunca te dije, donde empiezo ya incluso a recurrir a elementos externos: la cámara como elemento de reflexión, de comunicación de cosas que, en presencia de una persona, no diríamos y que seguramente es la manera más directa de comunicarlas, justamente por la ausencia de esa otra persona. Y mis películas, es verdad, están cargadas de voz en off, algo que empieza en Cosas que nunca te dije, porque tenemos dos voces: una voz íntima —que en la película es la de Don— y luego la voz que exteriorizamos, en este caso la de Ann hablando a la cámara con su amante, el objeto de su obsesión, o de su amor, que no está allí. Me obsesionaba, además, ya entonces, la relevancia que la tecnología empezaba a tener mediando las relaciones humanas. Recuerdo haber estado en Stanford y que alguien me dijera: 'Hay un tipo que da una conferencia, deberíamos verla', y era Steve Jobs. Todo lo que él contaba ya te hacía intuir cómo iban a ser las cosas. Cómo dependeríamos de la tecnología era algo que ya estaba en el aire».
«Por entonces, me fascinaba lo de las crisis lines en Estados Unidos. Era una cosa mucho más común que lo que se conoció aquí a través del Teléfono de la esperanza. Allí había crisis lines para todo. Y me fascinaba esa cosa de que pudieras llamar a esos servicios para hablar. Y había leído que había un Teléfono de la esperanza para los propios trabajadores del Teléfono de la esperanza. Y esto ya me parecía como rizar el rizo. Incluirlo como el trabajo voluntario de Don por las noches me permitía hablar, además, de la historia del transgénero, que surge cuando conocí a Alexis Arquette (Tom en la película): él estaba justo en pleno proceso de transición, que luego hizo, y cuando lo conocí en el casting de la película, salimos alguna vez y me enseñó algunos clubs alucinantes en Los Ángeles, porque él quería hacer el papel de Debi Mazar, que interpreta a la transexual. Y le dije: ¿no te parece que, justamente porque tú en tu vida quieres hacer esta transición, es más interesante como actor un personaje que no tenga nada que ver contigo? Y me dijo: es verdad, tienes razón, y aceptó entonces el otro personaje».
«Cuando alguien llora, muchas veces lo hace por otra cosa que no es la que realmente la hace llorar. Una centraliza las carencias en el helado o en cualquier tontería que se transforma en un drama, pero que está indicando que hay otra cosa debajo. Al personaje de Ann le da mucha pena ver así a esta mujer y piensa que nunca será como ella, y luego vemos que acaba siéndolo. Para mí, ese era el sentido de esa escena, igual que en otra que finalmente cortamos de la película, una en la que Ann entra corriendo a una librería y se compra diez libros sobre cómo superar una ruptura después de haber dicho que odiaba los best sellers de autoayuda. Ann es una persona que no vive ningún drama especial y, de repente, se ve cayendo en todos los tópicos que ella pensó que no iban con ella. Y yo creo que eso iba personalmente por mí, porque yo me he burlado de muchas cosas en las que luego he caído de cuatro patas. La vida es muy aleccionadora en estas cosas».
«Mi interés por las lavanderías proviene de cuando voy por primera vez a Nueva York, en 1983, y comparto piso con un montón de gente y una chica me dice: «Es el mejor sitio para conocer gente». Y yo: '¿Cómo…? ¿Qué…?'. Y, claro, ella salía a novio semanal en las lavanderías. Cuando se aburría, se cogía cuatro ropas y se iba allí. Incluso se iba con ropa limpia. A veces me escribe y me dice: 'Hombre, qué jugo le has sacado a aquello que te enseñé'. Y entonces, claro, para mí eso de no tener una lavadora en la casa era alucinante. En las lavanderías hay algo que me gusta. Para mí ir allí era un poco como ir a jugar. Siempre les he tenido mucho mucho cariño. Y hay algunas americanas o inglesas que son verdaderamente increíbles. Hay algo ahí… tienen algo que… no sé. Hopper no pintó ninguna, pero debería haberlo hecho».
«Todas las pulsiones amorosas que llevan a la cristalización de una relación me gustan e interesan. Todo lo que viene después es otra cosa. Igual está bien, pero toda ese ‘de repente, clic’ que hacen dos personas, o tres —que todo tiene su interés, parejas, 'triejas' y demás (yo lo de la trieja lo veo muy complicado, pero oye, todo puede suceder)—, me interesa. Una de las muchas personas que hace unas semanas me escribieron comentándome lo que había significado para ellas la película decía: 'no es una película romántica, sino una de amor'. Yo sí creo que es una película romántica, en tanto que presenta una versión idealizada de muchas cosas. Todos querríamos que la vida fuera así y nos diera la oportunidad de reencontrarnos con alguien que querríamos volver a ver después de habernos separado. Creo que eso ha conectado con gran parte de toda una generación. Lo sentí así, me lo han hecho saber y lo sigo sintiendo de esa manera. Han nacido muchísimas historias de amor de Cosas que nunca te dije. De alguna manera, si había dos personas a las que les gustaba esa película ya tenían algo en común para empezar algo. Y siendo yo alguien que no suele sentirse orgullosa de nada, de eso sí. Es la película que más satisfacciones me ha dado».