Guillermo Furiase Músico "Hay gente que enseguida te pone la etiqueta: '¿otro Flores?'"
Último artista de una saga legendaria, Guillermo Furiase inicia su carrera en solitario. Agradecido por las ventajas que reporta su apellido, reivindica, sin embargo, su propio sello. Es lo que hace en esta íntima entrevista, en su casa, mientras sobrevuela –en sus palabras y recuerdos– el espíritu de su abuela.
Furiase González Simoncini Flores. Nunca un cuarto apellido había mandado tanto. Nieto de Lola, hijo de Lolita, sobrino de Rosario y Antonio... Era inevitable: Guillermo Furiase inicia carrera musical en solitario. A sus 27 años, sin embargo, está lejos de ser un recién llegado. Último eslabón del clan, lleva «enredando con la guitarra desde niño». Una pasión impulsada por el hallazgo de Jimi Hendrix a los 13 años. Animado por su madre y su tía, dos más tarde se estrenó sobre un escenario y con 18 montó Albha, una banda de rock. Publicaron un disco, telonearon a Triana y dieron unos cuantos conciertos hasta que se fue por libre. Ha tocado con Lin Cortés, Lucía Fernanda, Jorge Pardo...; ha compuesto música para su madre y su tía; y hace apenas tres semanas lanzó El son, primer anticipo de un álbum que verá la luz este año. Para hablar de todo ello, nos cita en el piso donde vive con su madre y con el espíritu de su abuela Lola Flores. Fotografías, óleos y una estatua de bronce convierten el salón de luminosas vistas a una zona noble de Madrid en íntimo y familiar homenaje a la memoria del mito.
XLSemanal. Su abuela está muy presente en la casa...
Guillermo Furiase. Es que esta es la casa de mi abuela, no la nuestra; ni siquiera la de mi madre. Está presente en todos los sentidos. De hecho, esa estatua chiquitita de ahí la engalanamos en Navidad. Mi madre siempre dice: «Gírala, que nos mire; que viva las fiestas con nosotros».
XL. Su madre tenía 37 años cuando Lola murió…
G.F. Sí, joven. Y yo, año y medio. Siempre he oído hablar de lo que pasaba en la casa cuando estaba ella, pero al principio no entendía nada y preguntaba mucho. Hay miles de historias, claro: reuniones, fiestas, la alegría, su legado... Todos los que no están siguen presentes, la gente que nos hace falta se recuerda siempre de una manera sana.
Guillermo Furiase con Lolita en los años noventa. Madre e hijo viven juntos en un piso en una zona noble de Madrid, donde él cuenta con una habitación convertida en estudio en la que puede pasar 15 horas seguidas tocando.
XL. El día que lanzó El son leí una noticia que comenzaba así: «Lolita está de enhorabuena».
G.F. ¿En serio? Coño, ni que le hubiera dado un nieto [carcajada]. Pero, vamos, que está feliz, claro. Siempre ha sido la primera en animarme. Que ya tardaba en sacar algo, me decía. «Que a ti te puede gustar, mamá, pero ¿y si a la gente no le gusta?», le respondía yo.
XL. Mucho 'miedito' entonces...
G.F. Normal, ¿quién no lo tiene? No veas el vértigo que da todo esto.
XL. ¿Más aún por la expectación que genera al ser un Flores?
G.F. Sí, claro, no puedes lanzar cualquier cosa; sabes que enseguida vas a captar atención. De hecho, fue sacar el single y dispararse mis seguidores en Instagram.
"Fue mi tía Rosario la que me sugirió dejarme el pelo largo. En casa alucinan con lo que me parezco a mi tío Antonio. Es un honor"
XL. Lo cierto es que solo ha sacado una canción. Si estamos aquí hablando es por que es nieto, hijo y sobrino de...
G.F. Lo sé, claro, de ahí la responsabilidad que siento. Y es un privilegio por el que doy gracias a Dios, porque hay mucha gente que lo intenta y nadie se entera, pero conmigo todos abren los ojos y las orejas. Hay una parte importante del camino que ya tengo recorrida. Y sé a qué puertas llamar, con quién tratar, cómo negociar... Es una ventaja considerable.
XL. ¿Son todo ventajas o también hay inconvenientes?
G.F. El inconveniente nunca será mi familia, pero hay gente que enseguida te pone la etiqueta: «¿Otro Flores? Andará con el flamenquito a cuestas». En fin, hay gente que me apoyará haga lo que haga, porque le encanta mi familia, y otros que estarán en mi contra porque les cae mal. Pero sé que a mi familia se la quiere mucho; eso se percibe.
XL. ¿En la calle?
G.F. Por ejemplo, sí. A mi madre la paran y le dicen: «Rosario, cómo me gustas, qué preciosa eres». Y ella: «Que soy Lolita». Y la otra: «Pues tú también me caes genial. Sigue así, guapísima. Vamos a hacernos una foto» [se ríe].
XL. Vuestra madre fue en su día la niña más fotografiada de España. Tu hermana Elena y tú, sin embargo, crecisteis protegidos de los focos. ¿Cuál fue la clave?
G.F. Pues no sé. Todos en casa intentamos proteger nuestra intimidad, pero nunca fue forzado.
La hora de los Furiase
Todo empezó con una boda, en 1983, cuando Lola Flores gritó aquello de «si me queréis, irse» a la muchedumbre que invadía el enlace de su hija Lolita con el empresario argentino Guillermo Furiase. Treinta y ocho años después, Guillermo y Elena –los hijos de la pareja, que se separó en 1995– dan lustre ahora al apellido Furiase. Ella como actriz y él como músico. En la foto, Lolita con sus dos hijos. Foto: GTRES.
XL. De niño, ¿vivió situaciones desagradables con la prensa?
G.F. Sí, claro, y no entendía nada. El día que cumplí 7 años había un montón de periodistas en la puerta. Pero ¿qué hace toda esta gente? ¿Por qué preguntan por mí? Era como una agresión. Y yo, chiquitajo, les tiraba petit-suisse. Ya más mayor te ponen la alcachofa y a ver si caes: «¿Qué tal? Estás muy guapo. Oye, cuéntame cómo está tu madre». De esas... muchas.
XL. ¿Nunca baja la guardia?
G.F. Bueno, andas con pies de plomo... Si es que, además, yo no he hecho nada todavía.
XL. Pero se especula si tiene pareja; si ha roto con ella porque ya no sube fotos a Instagram…
G.F. Sí, sí, esas cosas. Da rabia porque perjudicas a tu pareja y acabas poniéndote unos límites absurdos. Yo solo quiero andar tranquilo por la calle.
XL. ¿Afecta eso a sus relaciones?
G.F. Afecta que te cagas. Yo lo puedo tener asumido, pero la gente con la que andas no tiene por qué.
XL. ¿Alguien le ha sugerido usar el apellido Flores?
G.F. Nadie. La saga sigue ahí, pero el apellido de mi padre también tiene su fuerza. Aunque alguna vez que busco 'Furiase' en Internet me aparece 'Flores' [se ríe].
XL. ¿Con qué música creció?
G.F. De niño, rap: Notorious Big, Violadores del Verso... Con 13 años, Hendrix fue la clave. Pero ¡esto qué es! Flipé. Empecé a hacer bendings (estirar una cuerda para alargar una nota) con la guitarra y a partir de ahí todo el rock de los sesenta y setenta; me metí luego en el jazz y fui saliendo de la burbuja poco a poco.
"Mi madre siempre ha sido la primera en animarme. Que ya tardaba en sacar un disco, me decía. Pero no veas el vértigo que da todo esto"
XL. El rockero de la familia, hasta ahora, era su tío Antonio...
G.F. Sí, pero no lo conocí, aunque en casa alucinan: «¿Cómo puede ser que hayas ido por el mismo camino?». Es un honor, claro, pero no se puede comparar.
XL. Pues lo hace todo el mundo...
G.F. Sí, lo sé, desde la adolescencia. Mi madre fue la primera: «Jo, cómo te pareces a mi hermano en la forma de ser». «Hostia, es que te pareces a Antonio hasta untando el pan». «¡Pero si hasta comes de la olla, como él!». Luego, mi tía Rosario me sugirió dejarme el pelo largo, que no me lo he vuelto a cortar, y ahora voy por la calle y me gritan: «¡Antoniooo! Ah, no, perdona, tío» [se ríe].
XL. ¿Qué papel desempeña esto en el 'miedito'?
G.F. Intento no verlo como una presión, pero sé que aumenta las expectativas sobre mí.
Guillermo Furiase en el piso madrileño donde viven él y su madre, rodeados de recuerdos de su abuela.
@ Carlos Luján.XL. ¿Cómo empezó a tocar?
G.F. Teníamos un piano y yo, con 7 años, toqué un día una tecla, sonó el Let it be, de los Beatles, y me emocioné. Tengo ese recuerdo. Me compraron una batería, que rompí, y siempre había guitarras en casa. Yo, además, quería ser piloto de coches. Hasta que un día Antonio Carmona me enseñó unos acordes y se me dio bien. No soltaba la guitarra, día y noche... Además, era mucho más barato que lo del motor [se ríe].
XL. ¿Y tocaba baladas a las chicas?
G.F. Ni baladas ni na, solo Hendrix [se ríe]. Y no canté hasta montar Albha, con 18. Tocábamos riffs a lo Led Zeppelin. Pero un día me dije: «Joder, tienes que avanzar que esto ya se ha hecho». Han sido años de búsqueda, de ponerme a prueba, de hacer cosas para mamá, para mi tía y otros artistas. Mientras sea música, me da igual: es mi equilibrio, lo que me hace feliz.
XL. ¿Y siempre fluye?
G.F. Hay días en que no me sale ni una nota. Me frustro, temo perderlo todo, no ser capaz de volver a...
XL. Suena a depresión...
G.F. Sí, caigo en pequeños estados depresivos... O no tan pequeños. En septiembre borré toda mi música sin querer, apreté la tecla equivocada. Todo lo que tenía desde los 15 años. ¡Todo! Incluyendo lo que iba a ser el disco. ¡Depresión total! Le dije a mi madre: «Mamá, esto es una señal de que debo dejarlo».
XL. ¿Se le borró el nuevo disco?
G.F. ¡Sí!, imagínate. Me quedé hundido y entré en bucle. «Dios, ¿por qué me has hecho esto?». Hasta que me dije: «Si de verdad querías, empieza de nuevo». Ahora estoy encantado con el material nuevo. He sacado El son, pero vienen más canciones. Sacaré unas pocas, de una en una, para ver la reacción de la gente. Si va bien, acelero las cosas. Ya veremos.
XL. ¿El confinamiento fue propicio desde el punto de vista musical?
G.F. Fue importante, pero no le debo ninguna buena canción. O eso creo, que igual tengo mi Macarena por ahí y la he descartado [se ríe]. Pero sí, me pasaba 15 horas tocando e hice directos en Instagram... ¡para 17.000 personas! No había actuado para tanta gente en mi vida. Le dije a mi madre: «Mamá, ¿qué está pasando?». «Coño, hijo, pues que la gente quiere que hagas cosas».
"El día que cumplí 7 años había un montón de periodistas a la puerta de casa. Era como una agresión. Y yo, chiquitajo, les tiraba 'petit-suisse' por encima de la verja"
XL. ¿Recuerda su primera vez sobre un escenario?
G.F. Claro, en Alcobendas, con 15 años. Jiñado perdido estaba. Me junté en el colegio con una peña que llevaba años tocando y me invitaron. «Tío, tú tienes rollo. Toca con nosotros Superstition, de Stevie Wonder, que mola mucho». Estaba lleno. Y toda mi familia, claro. «Qué, ¿te gusta o no te gusta?», me dijo mi madre. «Me encanta, mamá». «Pues ya está, otro más» [se ríe].
XL. Un alivio para ellos entonces...
G.F. Sí, sí, querían saber si me iba aquello más que yo. Porque me costó: competía en karts, era el único varón, adolescente desperdigado, las chicas... En fin, que tardé en enfocar. Y todos en plan: «Tío, tienes que tener algo».
XL. ¿Se sintió presionado?
G.F. No, nunca fue una obligación. «Inténtalo y si te sale y te gusta, bien». Y en cuanto lo probé dije: «Me encanta, quiero hacer esto».
XL. ¿Qué consejos recibió sobre las trampas del show business?
G.F. Más que consejos, en la adolescencia me ayudó tener un vínculo fuerte y una gran confianza con mis padres. Además, en casa, que es lugar de recibir amigos, ya pasaban muchas cosas... [sonríe]. Pero las conversaciones en ciertos temas siempre fluyeron porque somos una familia de verdad. Mi madre no fue una autoridad para mí y eso me ayudó a tener confianza plena en ella cuando me surgieron las cuestiones de la adolescencia.
XL. ¿Algún ejemplo?
G.F. Pues si llegaba más ciego de la cuenta, en vez de montar el pollo, me decía: «Está bien, cariño, échate aquí conmigo». He tenido mucha comprensión; me escuchan, se interesan. Al final debes saber qué les pasa a tus hijos para ayudarlos con sus problemas y no tratarlos como un policía. Nadie te conoce y te quiere como tu familia. Vamos, que mañana mato a alguien y mi madre me guarda el cadáver. «No se lo lleven; he sido yo», diría [se ríe].
XL. Creció rodeado de mujeres. ¿Siente una influencia especial?
G.F. Claro, esta familia es un matriarcado y algo se te pega. He recibido una parte de sensibilidad femenina que aprecio mucho.
XL. ¿Qué tareas hace en casa?
G.F. Cocino de puta madre. Y, bueno, a lo mejor tardo un poco más en limpiar [carcajadas]. Soy desordenado de nacimiento.
XL. ¿Su tía también le aconseja?
G.F. Ella me dice: «Dale, coño, que se te acaba el tiempo. Que yo ya viví tu situación». Mi madre salió con 17 y mi tío con 19, pero a ella le costó más. Lo importante es que siempre creyeron en mí, porque al final estás solo en este mundo.
XL. ¿Solo?
G.F. Sí, es que de niño me costó encontrar mi sitio. Además, pasé por cinco colegios. Y eso no ayuda. Yo quería hacer música. Estudias cosas que te parecen un coñazo en vez de explorar otras que se te pueden dar bien; no a todos nos interesa lo mismo.
XL. ¿No se le daba bien el cole?
G.F. Sí, el recreo [se ríe]. No, en serio, salvo Matemáticas, todo bien. Y era de los que levantaban la mano. Lo dejé un año antes de terminar bachillerato. «Mamá, no quiero ser abogado, arquitecto ni hacer una carrera –le dije–. Quiero intentarlo ya». Y nadie se enfadó. «Vale, pues demuéstramelo».
XL. ¿Y qué hizo?
G.F. Hice un CD con veinte canciones, sin voz, y me recorrí las agencias con mi motillo, tirando sobres bajo las puertas. Me llamaron, hice música para un anuncio de Mercedes y Chupa-Chups y me pagaron un dineral. Llegué a casa con el sobre y mi madre me dijo: «Muy bien, hijo, puedes dejar el colegio». Y aquí estoy, intento vivir de esto y sentir lo que han sentido otros de mi familia a los que les ha ido bien en la vida.
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