
George Boole, padre de la era digital
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George Boole, padre de la era digital
George Boole quería entender la mente de Dios. No de un dios en particular –acudía a iglesias de distintos credos–, sino de una divinidad tan extraordinaria que es capaz de crear el universo y se expresa a través de las matemáticas. Boole, nacido en 1815 y profundamente religioso, no dudaba de la existencia de Dios, pero sobre todo era un hombre fascinado por el cálculo y la lógica, que había aprendido de niño de forma autodidacta. Creía que las matemáticas reflejaban el pensamiento divino y, por lo tanto, debían servir para comprender su creación.
Boole fue educado solo por su padre, un zapatero de Lincoln, Inglaterra, que, además de trabajar para mantener a sus cuatro hijos, leía –y no era una época en la que muchos zapateros supiesen leer– cuantos libros caían en sus manos. Incluso construyó telescopios e invitaba a los vecinos que quisieran observar «la obra de Dios» a mirar por ellos.
Los descendientes de George Boole heredaron el gran talento del matemático. Sus cinco hijas (de pie, en la foto) fueron extraordinarias científicas, artistas y escritoras. Y su tataranieto es el ‘padrino’ de la inteligencia artificial, Geoffrey Hinton, sin el que no existirían el ChatGPT ni los asistentes virtuales.
1. Margaret, ARTISTA Y MADRE DE GENIOS: Margaret es la segunda de las cinco hermanas y optó por estudiar Arte en la universidad. Se casó con un conocido pintor, Edward Ingram Taylor, y tuvieron dos hijos: Julian, condecorado cirujano que sirvió en las dos guerras mundiales (6), y Geoffrey (7), un físico excepcional.
2. Ethel, ESCRITORA DE MASAS EN LA URSS: Ethel, pianista, compositora y escritora, era la más pequeña. Afín a causas revolucionarias socialistas, escribió en 1897 una novela, El tábano, que se convirtió en un éxito y referencia en la Unión Soviética. Aunque ella no se enteró de ese éxito hasta muchos años después, en 1955. Ethel vivió entre Londres y Nueva York y entonces el aislamiento de la URSS era tal que ni supo que se habían hecho dos películas basadas en su novela. Ethel se casó con otro activista, el polaco Wilfrid Voynich, de quien heredó el más enigmático de los manuscritos que existen, el códice Voynich.
3. Alicia, LA VIDA EN LA CUARTA DIMENSIÓN: Alicia, matemática, la tercera de la hermanas, destacó por sus aportaciones en la geometría en cuatro dimensiones. Trabajó en ello con su cuñado Howard Hinton. Alice era capaz de visualizar lo ‘inimaginable’, pero, pese a ello, trabajó casi toda su vida como secretaria. No fue hasta cumplidos los 50 años cuando publicó por primera vez sus hallazgos. Se casó con Walter Stott, financiero de seguros, y tuvieron dos hijos (8 y 10).
4. Lucy, UNA QUÍMICA DE PRIMERA: Lucy se decantó por la química y, de hecho, fue la primera mujer admitida en el Real Instituto de Química y la primera profesora en la London School of Medicine. Un camino nada fácil: Lucy no recibió educación universitaria. La temprana muerte de su padre dejó a la familia en pésima situación económica. Tuvieron que regresar a Londres desde Cork, Irlanda, donde su madre trabajo como bibliotecaria en el Queen’s College. En una escuela adjunta, Lucy se formó en el oficio de farmacéutica y así fue cómo aprendió química. No se casó. Falleció con 42 años.
5. Mary Ellen, PIONEROS DE LA CIENCIA FICCIÓN: Mary Ellen, la mayor, trabajó con su marido, Charles Howard Hinton, un prestigioso matemático y popular escritor de ciencia ficción. Sus teorías de la cuarta dimensión (para la que acuñó nuevos términos e inventó palabras) inspiraron la relatividad de Einstein. Curiosamente, también inspiraron cuentos de Borges. Mary Ellen y él tuvieron dos hijos, George (11) y Sebastian, y los dos harían buen uso de las enseñanzas de sus padres.
7. Geoffrey I. Taylor, EL PADRE DE LA FÍSICA DE FLUIDOS: Sir Geoffrey Ingram Taylor, físico y matemático, hizo contribuciones clave a la mecánica de fluidos. Considerado como uno de los científicos más notables del siglo XX, fue parte de la delegación británica que asesoró en el desarrollo de la bomba atómica al equipo de Robert Oppenheimer.
9. Mary Everest, LA MATRIARCA PEDAGOGA CON APELLIDO DE MONTAÑA: Mary Everest Boole, la matriarca del clan, era sobrina del geógrafo George Everest que dio nombre a la montaña. Feminista y reconocida matemática y educadora, creó innovadores métodos pedagógicos para que los niños aprendiesen álgebra. También estaba muy interesada en la parapsicología.
11. George Hinton, EXPERTOS EN BOTÁNICA E INSECTOS: George Hinton, ingeniero, trabajó mucho tiempo en las minas de México y allí descubrió la botánica, a la que acabaría dedicándose por completa. En esa línea, su hijo Howard Everest Hinton se convirtió en un brillante entomólogo. Y es el padre de Geoffrey Hinton, que a su vez es el ‘padre’ de la IA generativa.
George Boole dio pronto señales de una inteligencia asombrosa y, por increíble que parezca, en aquel taller empezó a sentar las bases de lo que hoy conocemos como la era digital. Tenía una mente excepcional no solo para los números, sino para detectar patrones. A los 12 años tradujo un poema griego al inglés, sin haber estudiado griego; solo estableciendo patrones a partir de diversos libros. Su traducción se publicó en un periódico local, para asombro de sus paisanos. Con el mismo método aprendió también latín, alemán y francés. Este dominio del lenguaje no es trivial a los efectos de su influencia en la informática del siglo XX, porque los cimientos del mundo digital son precisamente el cálculo y el lenguaje.
A los 16 años, Boole ya trabajaba como maestro y escribía artículos sobre complejos problemas matemáticos que lograba publicar en revistas académicas, como The Cambridge Mathematical Journal. En uno de esos artículos, escrito a sus 25 años, ya alumbró una nueva rama de las matemáticas: la teoría de invariantes, que luego Einstein usó para desarrollar la de la relatividad. Otro de sus artículos, publicado en 1844, ganó la medalla de oro de la Royal Society de Londres y consolidó su prestigio entre los eruditos. Con todo, Boole no podía permitirse asistir a las caras y elitistas universidades británicas. Tenía que seguir trabajando como maestro en su pueblo para garantizar el sustento de sus padres y sus hermanos pequeños.
Voynich, el yerno de Boole
El códice Voynich es uno de los misterios más fascinantes y sugerentes que se conocen. Es un libro ilustrado escrito por un autor anónimo y en un idioma incomprensible hace 500 años y que sigue sin ser descifrado. Y por esos azares, o no, del destino, está para siempre vinculado al hombre que más habría disfrutado descodificándolo, George Boole, aunque no llegó a verlo. El código lleva el nombre del marido de su hija Ethel, el activista polaco Wilfrid Voynich, químico y gran coleccionista de libros. Lo adquirió en 1912 en un colegio jesuita de Villa Mondragone, Italia. Son 240 páginas escritas y bellamente ilustradas con plantas insólitas y mujeres desnudas. Hoy sigue desafiando a los estudiosos e incluso a la inteligencia artificial, con la que se intenta, en vano, de momento, descifrar.
La oportunidad académica para Boole no llegó hasta 1849. En Cork, una depauperada región de Irlanda, se iba a crear una nueva universidad. Buscaban profesores que quisieran asentarse en aquel lugar todavía sin prestigio y sin muchos medios. Boole no tenía titulación académica, pero pidió cartas de recomendación y algunos de los más importantes matemáticos de la época, que habían leído sus artículos, lo avalaron con entusiasmo. Boole se convirtió en el primer profesor de Matemáticas de la Universidad de Cork. Era una comunidad pequeña, con un centenar de estudiantes, pero por primera vez tenía acceso a una buena biblioteca y al contacto directo con sólidos académicos.
Boole llegó a Irlanda en la época de la gran hambruna irlandesa, en la que murieron más de un millón de personas y provocó el gran éxodo a Estados Unidos. El desencadenante de la hambruna fue una enfermedad causada por un hongo que atacó a los cultivos de patata, la principal fuente de alimentación de la población. Aquello arruinó las cosechas durante años, pero la mortandad que causó era desproporcionada, no obedecía a ninguna lógica, porque lo cierto es que el país seguía produciendo maíz, que se exportaba, y seguía habiendo peces en el mar, lo que para una isla debería haber sido alimento suficiente. Por supuesto, las razones políticas y la atroz gestión de la región explican lo sucedido, pero aquel ‘sin sentido’ estimuló a Boole a centrarse aún más en la lógica, en cómo aplicarla para encontrar patrones en aquel desastre social.
Sebastian Hinton, nieto de George Boole
Sebastian Hinton, hijo de Mary Ellen Boole y el matemático Charles Howard Hinton, se decantó por la abogacía y se fue a vivir a California. Allí se casó con Carmelita Chase, una profesora decidida a revolucionar las escuelas, entre otras cosas, instalando parques para que los niños pudiesen jugar y la enseñanza no fuese tan estática. Al diseño de estos parques contribuyó Sebastian con las conocidas en todo el mundo como ‘barras de mono’ (aunque él patentó el invento como jungle gym). Esas barras están basadas en los dispositivos que fabricaba su padre en busca de la cuarta dimensión, teorías matemáticas que inspiraron luego películas como Interstellar. Charles defendía que era importante familiarizar a los niños con todas las posibilidades del espacio y para ello les construía a sus hijos cubos apilados con bambú para que trepasen por ellos. En las uniones, ponía coordenadas X, Y, Z. Gritaba, por ejemplo: ‘X2, Y4, Z3, ¡ya!’ Y los niños corrían unos contra otros hacia la coordenada correcta. En los primeros jungle gym incorporados por Sebastian Hinton a los colegios americanos todavía grabó las coordenadas X, Y, Z en las uniones de las barras.
No pudo, evidentemente, acabar con el hambre en Irlanda, ni pudo, como tanto quería, demostrar la existencia de Dios. Pero su esfuerzo, casi un siglo después, se convertiría en la piedra angular de otro ‘milagro’: la revolución digital.
«En un principio, fue el verbo». Esta sentencia bíblica fue el punto de partida de uno de los grandes trabajos de Boole, que decidió aplicar el análisis lógico a la Biblia para intentar llegar a la religión pura, libre de interpretación, que armonizase razón y fe, pero también que pudiese explicar el sufrimiento y el mal que veía a su alrededor en aquella Irlanda tan asolada.
¿Cómo se manifiesta Dios en sus obras?, se preguntaba Boole. ¿Cómo puede ser Dios bueno y omnipresente y haber sufrimiento en el mundo? Tenía que haber un lenguaje simbólico universal detrás de todo ello. Boole ya había propuesto que el razonamiento lógico podía ser expresado en términos algebraicos, el germen de lo que más tarde se conocería como ‘álgebra booleana’. Y en 1854 publicó Una investigación sobre las leyes del pensamiento. En ese texto, Boole desarrolló un sistema que permite, a través de unas operaciones matemáticas básicas, reducir cualquier proceso lógico a decisiones binarias; es decir, una lógica que opera con dos estados: verdadero o falso. Esos estados luego se cambiarían por los valores 0 y 1, haciendo posible la digitalización moderna.
Joan Hinton, bisnieta de George Boole
La hija de Sebastian y Carmelita Hinton fue física nuclear y una de las pocas mujeres científicas que trabajó para el Proyecto Manhattan en Los Álamos. Trabajó en el proyecto asumiendo que la bomba atómica se usaría solo en experimentos para atemorizar y forzar la rendición japonesa. Después de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, renegó de las armas nucleares y poco después renunció a la física y se fue a China, confiando en encontrar algún sentido en la revolución comunista. En la China maoísta se esforzó, junto con su marido, Erwin Engst, un experto en ganadería, en hacer rentable la economía agrícola comunista. Siempre negó haber facilitado información sobre la bomba atómica al gobierno de Mao. «No había ni metal viejo para hacer ollas; no estaba en la mente de nadie el desarrollo de la bomba atómica». Joan murió en 2010 en una granja cerca de Pekín.
En los ordenadores, todos los datos (texto, números, imágenes, sonido) se representan en última instancia como secuencias de unos y ceros. Pues bien, esta representación binaria es una aplicación directa de la lógica booleana. Pero en el siglo XIX, el álgebra de Boole no era el lenguaje de los ordenadores, que no existían ni como concepto, sino que vendría a ser ‘el lenguaje de Dios’, capaz de simbolizar todo lo existente, por medio de la lógica y la matemática. Boole estaba muy satisfecho de su hallazgo, pero en su época, su álgebra tenía pocas aplicaciones, y aunque se reconocía su talento matemático, su aportación no fue apreciada.
Su reivindicación llegaría en 1938, cuando Claude Shannon, un estudiante de ingeniería del MIT, reconoció en su tesis doctoral el potencial de la lógica booleana para el diseño de circuitos eléctricos. En aquel momento, Shannon lo aplicó a la industria de las telecomunicaciones, y lo primero con lo que acabó el álgebra de Boole fue con ‘las chicas del cable’, las telefonistas que conectaban los cables para comunicar a dos interlocutores, porque permitían automatizar el proceso con la lógica verdadero/falso, aplicada a encendido/apagado. La misma lógica se aplicaría poco después al diseño de computadoras digitales.
A pesar de la trascendencia de su trabajo (tuvo también un gran impacto en la filosofía, la lingüística y la psicología cognitiva), la vida de Boole fue corta y modesta. Siguió dando clases en Cork hasta su muerte en 1864, a los 49 años. Un día dio clases con la ropa empapada tras caminar bajo la lluvia los tres kilómetros que separaban su casa, en Ballintemple, de la universidad. Cuando regresó a su vivienda, ya con fiebre, su esposa, Mary Everest Boole, otra reconocida y talentosa matemática, pero llena de contradicciones (también fue una entusiasta feminista, pero se oponía al voto de la mujer), le aplicó los remedios homeopáticos y esotéricos en los que creía. Defendía la llamada ‘medicina por similares’ y, siguiendo esta creencia, envolvió a su marido en mantas húmedas, puesto que la lluvia lo había enfermado, para intentar curarlo. Era un 8 de diciembre en Irlanda. Boole murió, lógicamente, de neumonía.
Geoffrey Hinton, tataranieto de George Boole
Físico, filósofo, psicólogo e informático, Geoffrey Hinton, hijo del entomólogo H. E. Hinton y la profesora Margaret Clark, es un pionero de la inteligencia artificial. Logró, trasladando el comportamiento del cerebro humano a los ordenadores, que las máquinas aprendan por sí solas. Su aproximación a la IA era radicalmente distinta cuando la propuso en los años 70: no se trataba de aplicar solo la lógica, sino de replicar redes neuronales que permitiesen crear nuevas conexiones a los propios ordenadores. Como a su tatarabuelo, tardaron en reconocer el mérito. Aunque Hinton ha llegado a vivir para verlo… y para temerlo. Desde que en 2022 probó el ChatGPT se ha convertido en un profeta de los peligros de la IA porque cree que está avanzando más deprisa y más descontroladamente de lo que él mismo preveía. Y eso que, como profesor de la Universidad de Toronto, ha formado a los principales ingenieros de la inteligencia artificial generativa, entre ellos a Ilya Sutskever, creador del ChatGPT.
Mary Everest Boole, desolada, viuda a los 32 años y con cinco hijas, regresó a Inglaterra e inició una saga familiar extraordinaria, destinada a hacer historia en la ciencia y las artes y que llega en la actualidad a su tataranieto Geoffrey Hinton, el ‘padrino’ de la inteligencia artificial, el hombre que creó las redes neuronales para la computación, la base de la actual inteligencia artificial generativa que con tanto impacto se ha materializado en el ChatGPT, aunque desde hace una década ha revolucionado toda la ciencia computacional.
Hinton, profesor emérito de la Universidad de Toronto, que siempre ha defendido que una máquina puede hacer lo mismo que una persona, incluido tener sentimientos (reducibles, según él, a enunciados de lógica matemática), se ha convertido ahora, a los 76 años, en un ‘profeta’ de los peligros a los que nos enfrentamos por el extraordinariamente rápido y descontrolado desarrollo de la IA en los dos últimos años.
Aunque tiene claros los beneficios de esta tecnología, cree que nos enfrentamos, realmente, a un riesgo existencial, a una posibilidad de que la humanidad sea superada y sometida a las máquinas (riesgo que se atreve a cuantificar en entre un 10 y un 20 por ciento). Alega que no hay muchos ejemplos de que un ente más inteligente que otro no acabe imponiéndose al menos inteligente, y las máquinas van a ser, afirma, más inteligentes que nosotros.
Tiene alguna propuesta para evitarlo (o retrasarlo), como prohibir el código abierto de la IA: es, dice, como que todo el mundo tenga acceso a las investigaciones nucleares. Pero, aunque profundamente ateo, a diferencia de su tatarabuelo George Boole, tiene también explicaciones más ‘trascendentales’: «Quizá los humanos no seamos más que una etapa en el desarrollo de la inteligencia».