Su increíble gesta inspiró la película “Hotel Ruanda”. Paul Rusesabagina era el gerente del Hôtel des Mille Collines que salvó del genocidio a más de un millar de personas. Ahora, este héroe de los derechos humanos enfrentado a un juicio por terrorismo en su país, acaba de ser declarado culpable. ¿Cómo sucedió todo?
Lunes, 20 de Septiembre 2021, 18:26h
Tiempo de lectura: 9 min
La tarde del 27 de agosto de 2O2O, Paul Rusesabagina aterriza en el aeropuerto internacional de Dubái procedente de Chicago. Su intención es seguir su viaje esa misma noche hacia Burundi para dar una charla por invitación de un pastor evangélico.
Para Rusesabagina, estos viajes son habituales. En todo el mundo se lo considera un icono de la defensa de los derechos humanos desde que en 1994, cuando trabajaba como gerente en un hotel de Kigali, salvó la vida a más de un millar de personas durante el genocidio cometido por la mayoría hutu contra la minoría tutsi. Su historia sirvió de inspiración a la película Hotel Ruanda. El presidente estadounidense George W. Bush le entregó en 2005 la Medalla Presidencial de la Libertad, una de las condecoraciones más importantes del país.
Ya en la terminal, Rusesabagina envía un mensaje a Taciana, su mujer: «He llegado, estamos pasando el control de fronteras». En Dubái lo espera un amigo: Constantin Niyomwungere, el pastor que lo ha invitado. Los dos suben a un avión privado. Cuando el aparato toma tierra poco antes del amanecer, Rusesabagina cree que ha llegado a Burundi.
Rusesabagina cayó en una trampa. Creyó que lo invitaba un amigo, un sacerdote de Burundi. Pero el avión privado se desvió a Ruanda. El cura estaba compinchado con el régimen de Kagame
Pero en la misma pista de aterrizaje varios guardias armados lo arrastran al interior de un vehículo. En ese momento, Rusesabagina se da cuenta de que no está en Burundi, sino en Kigali, la capital de Ruanda. Ha caído en una trampa: su amigo, el pastor, colabora con el régimen del presidente ruandés Paul Kagame. Rusesabagina es acusado de terrorismo, tendrá que enfrentarse a un proceso judicial.
Para un hombre como él, elogiado por su valor y humanidad, verse en esta situación resulta un duro golpe. La historia de Paul Rusesabagina es tan enmarañada y compleja como la de su país. Pero sobre todo es la historia de dos hombres aliados en la guerra y que con el tiempo se han convertido en rivales irreconciliables.
Porque hubo un tiempo en que Kagame y Rusesabagina estuvieron en el mismo bando. En 1994, este último escondió en el Hôtel des Mille Collines de Kigali a tutsis y hutus moderados perseguidos por las milicias hutus. Y Kagame -líder del Frente Patriótico de Ruanda, un grupo rebelde tutsi- contribuyó a poner fin a aquel genocidio. Las cosas han cambiado. Hoy, Rusesabagina califica al presidente ruandés de dictador. Kagame, por su parte, sostiene que Rusesabagina es un terrorista. Durante estos últimos años, Kagame ha ordenado la detención y la muerte de un buen número de opositores, pero Rusesabagina, con ciudadanía belga y permiso de residencia permanente en Estados Unidos, siempre se había sentido a salvo.
Por eso, su detención en Ruanda el pasado verano causó tanto revuelo. Human Rights Watch llegó a hablar de «desaparición forzada», el Parlamento Europeo denunció que se había cometido una flagrante ilegalidad. Mientras, Kagame definía la operación de sus servicios secretos como «intachable». A primera vista, el reparto de papeles entre Kagame y Rusesabagina resulta claro: de un lado, el dictador; del otro, un paladín de la defensa de los derechos humanos. Pero las cosas no son tan sencillas.
Once semanas escondidos en el hotel
En el Hôtel des Mille Collines de Kigali no queda nada que recuerde el drama que se desarrolló aquí hace 27 años. No hay una placa que honre la memoria de las víctimas, tampoco se menciona por ningún lado el nombre de Rusesabagina. Los empleados de este hotel de cinco estrellas callan cuando se les pregunta por su famoso exgerente.
Paul Rusesabagina nació en 1954, hijo de padre hutu y madre tutsi. Durante siglos, en Ruanda pertenecer a una u otra etnia no había tenido ninguna relevancia. Fueron los invasores europeos, especialmente los belgas, quienes alentaron los conflictos étnicos como forma de facilitar su control sobre el país.
Y así llegamos a abril de 1994, cuando el presidente ruandés Juvénal Habyarimana, hutu, muere al impactar un misil en el avión en el que viajaba. El magnicidio desencadenó una orgía de violencia. Los extremistas hutus masacraron a hasta un millón de tutsis y hutus moderados. Los asesinos usaban machetes, hachas, armas de fuego. Las mujeres eran violadas delante de sus hijos, a los hombres les cortaban los brazos antes de quemarlos vivos. Europa y Estados Unidos no frenaron el genocidio. Según Roméo Dallaire, el canadiense que estaba al frente de la misión de la ONU en el país, habrían bastado 5000 soldados para impedir el desastre. Pero nadie movió un dedo. En medio de la pesadilla, sobrevivir dependía de la suerte… y del valor de gente como Paul Rusesabagina.
«Paul nos salvó la vida a mí y a mi familia», dice Odette Nyiramilimo, una doctora que años más tarde llegaría a ser ministra de Asuntos Sociales en el Gobierno de Kagame. En total, 1268 personas encontraron refugio en el hotel. Los refugiados resistieron 11 semanas escondidos. Cuando se acabó el agua, empezaron a beber la de la piscina. Rusesabagina sobornaba a los soldados con whisky y cigarrillos para protegerlos de los ataques de las milicias hutus.
Mientras tanto, Kagame luchaba en uno de los grupos rebeldes que combatía contra el Ejército hutu. Luego, tras la victoria, con solo 37 años fue nombrado ministro de Defensa, vicepresidente y, poco más tarde, presidente de Ruanda.
La forja de un dictador
Ahora, Paul Kagame tiene 63 años y lleva más de dos décadas gobernando Ruanda con puño de hierro. Disciplinado e inflexible, según cuentan, cuando algún colaborador comete un error, sus guardaespaldas lo muelen a golpes. Kagame tuvo que reconstruir el país sobre los escombros dejados por el genocidio, tarea que llevó a cabo con una sorprendente eficacia, como reconocen incluso sus críticos.
Ruanda es un pequeño país de casi 13 millones de habitantes, rodeado de vecinos más grandes y sin acceso al mar. A pesar de todo, su economía ha crecido a un ritmo de hasta un 10 por ciento anual durante estos últimos años. Kagame ha invertido millones en infraestructuras, ha abierto escuelas y puesto en pie uno de los mejores sistemas sanitarios de África. Pocos países reciben tanta ayuda al desarrollo en relación con su población como Ruanda, aunque el país se haya convertido poco a poco en una dictadura. Hoy, el presidente controla medios de comunicación y jueces, reprime toda oposición. En las elecciones de 2017 se declaró vencedor con el 99 por ciento de los votos. Las calles de Kigali están tan limpias porque, entre otros motivos, la Policía encierra a los mendigos en campos de internamiento.
El presidente da caza a sus rivales dentro de sus fronteras y también en el extranjero. Según la organización estadounidense Freedom House, desde 2014 ha ordenado secuestros o asesinatos de disidentes en al menos siete países. En 2019, ya tenía puesto en punto de mira a la figura más crítica con su poder: el héroe que inspiró Hotel Ruanda.
El taxista que contaba su historia
Anaïse Kanimba, de 29 años, vive en Washington D. C. Su padre es Paul Rusesabagina. En realidad, Anaïse no es hija biológica suya; ella y su hermana Carine son hijas del hermano de Taciana, que perdió la vida durante el genocidio, al igual que su esposa. Los Rusesabagina adoptaron a las dos niñas.
Fue un milagro que su padre consiguiera que todas las personas refugiadas en el Hôtel des Mille Collines sobrevivieran al genocidio, cuenta su hija. Pero tras la caída del Gobierno hutu siguió sin sentirse seguro en Ruanda. Por eso huyó a Bélgica con su mujer y los seis niños.
Rusesabagina solicitó asilo, trabajó como taxista y a sus clientes les contaba las experiencias que vivió en Ruanda. Fue así como el director Terry George conoció la historia del Mille Collines en 2002. Y se quedó fascinado.
La película entusiasmó a la crítica. Su protagonista, el actor Don Cheadle, que interpretaba a Rusesabagina, fue nominado al Oscar. La vida del exiliado ruandés cambió de golpe. De la noche a la mañana pasó de ser un anónimo taxista a una celebridad. Rusesabagina aprovechó su repentina fama para iniciar una carrera internacional en defensa de los derechos humanos. Viajaba por todo el mundo, aparecía en actos por la paz al lado de personajes como George Clooney.
Al principio, a Rusesabagina le gustaba Paul Kagame. Le atribuía el haber liberado al país del terror Interahamwe, la sanguinaria milicia hutu. Pero cuanto más se iba relacionando con exiliados ruandeses, más parecía cambiar la visión que tenía de su país natal. En su autobiografía Un hombre corriente, del año 2006, criticó duramente a Kagame y habló de «una nación gobernada por y para el provecho de un pequeño grupo de la élite tutsi». El libro lo convirtió definitivamente en un enemigo del Estado. Ruanda no necesitaba «héroes artificiales, fabricados por Europa y Estados Unidos», fue la réplica de Kagame. Su Gobierno presentó testigos que habían estado en el Mille Collines y que aseguraban que, en vez de salvar a tutsis, se dedicó a extorsionarlos para sacarles dinero. Odette Nyiramilimo, compañera de Rusesabagina durante años, lo niega. «Paul se preocupaba de verdad de la gente», añade. Sí admite que, tras el estreno de la película, fue teniendo la sensación de que su amigo perdía poco a poco el contacto con el mundo real.
Una de las mujeres que estuvieron refugiadas en el hotel cree que Rusesabagina cambió con la película. Viajaba en primera, era famoso… “¿Cómo no soy aún presidente de Ruanda?”, le dijo
Rusesabagina volaba por todo el mundo en primera clase, su mujer se iba de compras con estrellas como Angelina Jolie. Un día, después de que George W. Bush le entregara la Medalla Presidencial de la Libertad en 2005, Rusesabagina le preguntó: «Odette, ¿cómo es que todavía no soy presidente de Ruanda?» «Paul, por favor, no confundas la realidad con la película», le respondió ella. Anaïs, la hija de Rusesabagina, desmiente esta imagen de su padre. «Nunca ha querido ser el presidente de Ruanda», dice.
Pero Rusesabagina sí empezó a construirse una carrera política. Se convirtió en el portavoz del exilio hutu. El hombre que durante mucho tiempo había predicado la tolerancia se radicalizó. Así figura en un dosier confidencial elaborado por diplomáticos europeos en Kigali. En él se recoge que Rusesabagina admite haber iniciado la lucha armada en Ruanda.
La radicalización del hombre pacífico
En otra de sus muchas entrevistas, Rusesabagina insinuaba que el propio Kagame había ordenado derribar el avión del presidente Juvénal Habyarimana en 1994 para desestabilizar el país. «Kagame es responsable de la muerte de un millón de personas», aseguraba también. Incluso proclamó en un vídeo de YouTube su «apoyo sin límites» a la milicia armada.
Ante la sede del Tribunal Supremo en Kigali hay apostados hombres armados. Esta mañana de marzo, Rusesabagina es conducido esposado a la sala de vistas con otra veintena de reclusos. El régimen de Kagame lo acusa de pertenencia a organización terrorista, asesinato y robo. El juicio se retransmite en directo por YouTube. Durante su declaración, Rusesabagina insiste en que la razón única de su viaje era hablar ante un grupo de creyentes evangélicos. Pero esta afirmación no resulta muy creíble. Debía de saber que una iglesia de Burundi difícilmente contaría con recursos económicos suficientes como para pagarle un vuelo privado.
El Gobierno de Ruanda cree que Rusesabagina es uno de los líderes del grupo terrorista Frente de Liberación Nacional. Lo acusa de recaudar fondos para este grupo armado. Rusesabagina lo niega. «Estoy aquí como rehén -dice ante el tribunal-. He sido secuestrado».
Rusesabagina, de 67 años, acaba de ser declarado culpable por pertenencia a una organización terrorista.
@ Der Spiegel
-
1 ¿Cómo han convertido las adolescentes la medicina estética en algo tan habitual como ir a la peluquería?
-
2 Tres propuestas para que tu dieta antiinflamatoria sea, además de saludable, sabrosa
-
3 Pódcast | Drogas, abortos, abusos... el dolor de Maria Callas en el rostro de Angelina Jolie
-
4 Cada vez más cerca del otro planeta 'habitado': así trabaja el telescopio Tess
-
5 Transnistria, un lugar atrapado en el tiempo (y muy apreciado por Putin)