Boris Johnson

El álbum de fotos de un (peculiar) Primer Ministro

Acorralado por los escándalos de sus fiestas en pleno confinamiento, el primer ministro británico Boris Johnson se mantiene fiel a su estilo de político ajeno a la solemnidad del cargo.

Lunes, 14 de Febrero 2022

Tiempo de lectura: 4 min

Ni con la soga al cuello da tregua. Acorralado por el escándalo de las fiestas en el 10 de Downing Street en plena pandemia, Boris Johnson sigue protagonizando esas escenas de torpeza autoconsciente marca de la casa con las que lleva más de una década captando

la atención de los medios y el voto de su electorado.

La lista de ‘momentos Boris Johnson’ es extensa: aquel paseo en tirolina que lo dejó bloqueado en el aire; su resbalón, vestido de traje, en una exhibición de sokatira; el exagerado placaje a un niño japonés de 10 años en un partido de rugby; encerrarse en un frigorífico; posar con un arenque aquí, colgarse salchichas del cuello allá... Indelebles escenas que hacen evocan aquella célebre advertencia de Hamlet: «No permitan que los bufones distraigan a la audiencia y la hagan reír mientras se resuelven asuntos importantes».

Ande yo... ¿caliente? Johnson sale a correr por el centro de Londres luciendo bermudas floreadas (¿y un gorro de lana para compensar el frío?) en pleno invierno. Consciente de la presencia de los fotógrafos, es una imagen que él mismo busca. Lo acompaña Dilyn, su adorado  Jack Russell, rescatado de las calles en 2019 y conocido por sus repetidos estragos en el mobiliario del 10 de Downing Street. «Le gusta expresar sus impulsos 'románticos' aferrándose a las piernas de la gente», ha dicho, orgulloso, su dueño sobre él .

Sumido en la mayor crisis de su carrera, él, sin embargo, sigue a lo suyo, añadiendo nuevas y excéntricas estampas a su particular álbum de fotos. Las dos últimas, tomadas en plena tormenta política. Una: Boris Johnson corriendo con su perro por el centro de Londres luciendo bermudas floreadas y gorro de lana en pleno invierno. La otra: Boris Johnson esforzándose al volante de una carretilla elevadora por los muelles del principal puerto de Londres.

Esplendor en la hierba. El 11 de noviembre de 2015 un trajeado Johnson se animó a hacer sokatira con un grupo de militares a las puertas del Ayuntamiento de Londres. La celebración del 'Día del Recuerdo', en honor a los soldados británicos de la Primera Guerra Mundial, terminó con un resbalón sobre la hierba del entonces alcalde de la capital viralizado sin demora en redes sociales.

Instantáneas populistas ambas que permiten concluir que, pase lo que pase, el primer ministro interpretará hasta el final ese papel entre el político y el cómico que desprecia la solemnidad de su cargo que tan buenos resultados le ha dado en el ámbito electoral... Hasta hoy, claro, porque los escándalos de sus fiestas durante el confinamiento han hundido la popularidad del que fuera periodista y alcalde de Londres. Tanto que, de celebrarse nuevas elecciones, vaticinan las encuestas, ni siquiera sería elegido diputado.

Un alcalde colgado. Para celebrar el primer oro de su país en los Juegos Olímpicos de 2012, el alcalde Johnson se subió con un par de banderas británicas a una tirolina en Victoria Park. A veinte metros del final, el mecanismo se atascó y el hoy primer ministro quedó suspendido durante cinco minutos ante miles de personas disparando las cámaras de sus móviles. «¡Traedme una cuerda o una escalera!», acertó a decir.

Dar por muerto a este singular político, sin embargo, siempre parece precipitado. De momento, resiste a todas las presiones: las de su partido, las de la oposición, las de las encuestas... Su fórmula ya es conocida: me disculpo y hago propósito de enmienda, sin abandonar mi habitual arrogancia desafiante; vendo como éxitos de mi gestión el brexit, la campaña de vacunación, mi liderazgo occidental contra Putin...; y recuerdo a mis pares los riesgos de desatar una guerra civil en el seno del Partido Conservador. Suficiente para frenar una moción de censura interna.

Dejad que los niños... Rodeado de estudiantes, Johnson muestra una capacidad inagotable para generar momentos bizarros. Quizá por ello, los colegios siempre han sido uno de sus escenarios favoritos para sus apariciones públicas.  A unos niños de siete años que le mostraron el hotel para insectos que habían creado les preguntó: «¿Y las habitaciones tienen minibar?». En otra ocasión, jugando un partido de rugby en un colegio de Tokyo, atropelló y derribó a un niño de diez años en otra escena de gran éxito en YouTube.

Experto en ganar tiempo, de momento, parece haber obtenido una tregua entre los suyos hasta las elecciones locales de mayo, cuando los tories –que deben a Johnson su actual mayoría absoluta en el Parlamento de Westminster– podrán evaluar la dimensión del daño causado.

Hasta entonces, lejos de esconderse, Johnson sigue al pie del cañón. Y lo hace sin reinvenciones o innovadoras tácticas de marketing, recurriendo, simplemente, a lo que mejor sabe hacer. Ser él mismo. Lo que, traducido a su manual de estilo, implica alimentar todo lo que pueda las páginas del álbum de fotos más estrambótico de la historia de la política mundial.

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