Ni con la soga al cuello da tregua. Acorralado por el escándalo de las fiestas en el 10 de Downing Street en plena pandemia, Boris Johnson sigue protagonizando esas escenas de torpeza autoconsciente marca de la casa con las que lleva más de una década captando
la atención de los medios y el voto de su electorado.
La lista de ‘momentos Boris Johnson’ es extensa: aquel paseo en tirolina que lo dejó bloqueado en el aire; su resbalón, vestido de traje, en una exhibición de sokatira; el exagerado placaje a un niño japonés de 10 años en un partido de rugby; encerrarse en un frigorífico; posar con un arenque aquí, colgarse salchichas del cuello allá... Indelebles escenas que hacen evocan aquella célebre advertencia de Hamlet: «No permitan que los bufones distraigan a la audiencia y la hagan reír mientras se resuelven asuntos importantes».
Sumido en la mayor crisis de su carrera, él, sin embargo, sigue a lo suyo, añadiendo nuevas y excéntricas estampas a su particular álbum de fotos. Las dos últimas, tomadas en plena tormenta política. Una: Boris Johnson corriendo con su perro por el centro de Londres luciendo bermudas floreadas y gorro de lana en pleno invierno. La otra: Boris Johnson esforzándose al volante de una carretilla elevadora por los muelles del principal puerto de Londres.
Instantáneas populistas ambas que permiten concluir que, pase lo que pase, el primer ministro interpretará hasta el final ese papel entre el político y el cómico que desprecia la solemnidad de su cargo que tan buenos resultados le ha dado en el ámbito electoral... Hasta hoy, claro, porque los escándalos de sus fiestas durante el confinamiento han hundido la popularidad del que fuera periodista y alcalde de Londres. Tanto que, de celebrarse nuevas elecciones, vaticinan las encuestas, ni siquiera sería elegido diputado.
Dar por muerto a este singular político, sin embargo, siempre parece precipitado. De momento, resiste a todas las presiones: las de su partido, las de la oposición, las de las encuestas... Su fórmula ya es conocida: me disculpo y hago propósito de enmienda, sin abandonar mi habitual arrogancia desafiante; vendo como éxitos de mi gestión el brexit, la campaña de vacunación, mi liderazgo occidental contra Putin...; y recuerdo a mis pares los riesgos de desatar una guerra civil en el seno del Partido Conservador. Suficiente para frenar una moción de censura interna.
Experto en ganar tiempo, de momento, parece haber obtenido una tregua entre los suyos hasta las elecciones locales de mayo, cuando los tories –que deben a Johnson su actual mayoría absoluta en el Parlamento de Westminster– podrán evaluar la dimensión del daño causado.
Hasta entonces, lejos de esconderse, Johnson sigue al pie del cañón. Y lo hace sin reinvenciones o innovadoras tácticas de marketing, recurriendo, simplemente, a lo que mejor sabe hacer. Ser él mismo. Lo que, traducido a su manual de estilo, implica alimentar todo lo que pueda las páginas del álbum de fotos más estrambótico de la historia de la política mundial.
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