Rosalind Franklin y el ADN

La visionaria que descifró el código de la vida

¿Celos laborales? ¿Machismo en el laboratorio? La investigadora Rosalind Franklin jugó un papel fundamental en el descubrimiento de la estructura  del ADN, pero algunos prefirieron olvidarlo. Cuando se cumplen 60 años de la concesión del premio Nobel por ese magnífico hallazgo, que ella no llegó a recibir, recuperamos la figura de una científica menospreciada.

Martes, 22 de Marzo 2022, 14:48h

Tiempo de lectura: 7 min

Cuál es el mayor hito científico de la segunda mitad del siglo XX? Si responde como la mayoría de los científicos dirá: «El descubrimiento de la estructura en doble hélice del ADN, la molécula fundamental para la vida». Su autoría reportaría a los investigadores

James Watson y Francis Crick el reconocimiento mundial y, en 1962, el Nobel de Medicina, que compartieron también con Maurice Wilkins.

Pero si le preguntan «¿cuál es la mayor injusticia científica de los últimos 50 años?», solo si sabe lo que se cuece fuera de los laboratorios contestará: «La perpetrada contra Rosalind Franklin, sin cuya fotografía número 51 —en la imagen de abajo, obtenida por difracción de rayos X y que revelaba claramente la naturaleza heliocoidal de la molécula de ADN en la que se basaron Watson y Crick sin ella saberlo— estos no hubieran descubierto la estructura del ácido desoxirribonucleico, al menos no en la fecha en la que lo hicieron».

Rosalind murió en 1958 —con 37 años— de un cáncer de ovarios que hoy se asocia a las largas horas de exposición a los rayos X: sólo la citada fotografía 51 exigió 100 horas de exposición. Muerta prematuramente, Rosalind no pudo compartir el Nobel ya que este no es concedido de manera póstuma. Pero incluso así lo cierto es que Rosalind Franklin fue la gran ignorada de la ceremonia y su contribución jamás fue reconocida oficialmente. De hecho, ni James Watson ni Francis Crick mencionaron su nombre y Maurice Wilkins apenas hizo una vaga alusión a ella.

¿Qué ocurrió realmente? ¿Fue un problema de machismo, de celos profesionales o de simple usurpación de datos?

«Ella ignoraba que Watson y Crick habían tenido acceso a sus datos y sus fotografías. Por ello asumió sin recelos un papel secundario»

Sea cual fuere el trasfondo, la escena clave tiene lugar una tarde de finales de enero de 1953. Aquella tarde Watson (que trabajaba con Crick en la Universidad de Cambridge) visita el King's  College de Londres, donde su amigo Wilkins le muestra la fantástica foto de rayos X que ha conseguido su colega Rosalind Franklin, con la que apenas se habla. Años más tarde, el propio Watson describiría el instante en su libro La doble hélice: «Al ver la imagen, me quedé con la boca abierta y mi pulso se aceleró. Sus reflejos cruzados sólo podían proceder de una estructura helicoidal». En el viaje de vuelta en tren a Cambridge, James Watson se apresuró a dibujar en un trozo de periódico los detalles que recordaba de la fotografía. Cuando llegó a su destino, ya había decidido «que Crick y yo deberíamos construir enseguida un modelo [en metal] de la estructura».

La carrera por llegar primero

En realidad tenían motivos para darse prisa. Por sus noticias, tanto Rosalind como también Linus Pauling podrían llegar a la meta antes que ellos. Un mes más tarde, el tándem Watson-Crick ganaba la carrera y publicaba el descubrimiento en la revista Nature. Según declara Brenda Maddox, autora de Rosalind Franklin, the dark lady of DNA ('Rosalind Franklin, la oscura dama del ADN'), «Rosalind ignoraba el sprint que otros iniciaban a sus espaldas y nunca supo que Watson y Crick habrían tenido acceso a sus datos y sus fotos». Por ello, no sólo asumió sin recelos un papel secundario en el descubrimiento, sino que aceptó la amistad que luego le ofrecieron Watson y Crick, hasta el punto de viajar con James Watson por Estados Unidos en 1954 y, después, por España con Francis Crick, en 1956.

Los ganadores. En la carrera del ADN, James Watson y Francis Crick se impusieron a los demás equipos que también lo investigaban. El 25 de abril de 1953 dieron a conocer mundialmente la macromolécula que forma los genes y los cromosomas humanos.

Campaña contra Rosalind

Paradójicamente, fue La doble hélice, de Watson (publicado diez años después de la muerte de Rosalind), lo que hizo ver al mundo el desafuero cometido. «Era fácil imaginarla —escribe Watson— como el producto de una madre insatisfecha que estimula indebidamente en una chica el deseo de una carrera profesional capaz de salvarla de una boda con un marido aburrido…», escribe intentando ‘explicar’ las razones que pueden llevar a una mujer a trabajar fuera del hogar.

«Dado su talante pendenciero, había que poner a Rosy en su lugar, pues a Wilkins le hubiera sido imposible mantener una posición dominante que le permitiera pensar en el ADN sin estorbos», añade dejando claro el papel secundario que debe tener una mujer investigadora. «Está claro que el mejor sitio para una feminista es en un laboratorio ajeno», remata. «Los comentarios suenan tan viles —declara una amiga de Franklin—, que, cuando quise consolar a la madre de Rosalind diciéndole que al menos su hija siempre sería recordada, me respondió: ‘Preferiría que cayera en el olvido a que la recordaran de esta manera'».

En cualquier caso, Watson —el único de los ganadores de aquel Nobel de 1962 aún vivo: Wilkins y Crick murieron en 2004— lleva ya muchos años convertido en uno de los investigadores más cuestionados y repudiados del mundo científico, desde que en 2007, preguntado sobre el futuro de África en una entrevista publicada en el Sunday Times, contestara que él era pesimista debido a que «todas nuestras políticas sociales se basan en el hecho de que su inteligencia es la misma que la nuestra, mientras que todas las pruebas dicen que en realidad no lo es». En 2019, tras insistir en sus comentarios racistas en un documental emitido por la PBS, la televisión pública de Estados Unidos, los laboratorios Cold Spring Harbor le retiraron todos los títulos que le habían concedido antes por sus investigaciones. Rosalind Franklin, a diferencia de lo que temió su madre, no ha caído en el olvido ni es recordada según la opinión de Watson.

Rosalind se sentía discriminada en el King's College de Londres, un centro donde «las mujeres —decía— no tenemos acceso a la sala de profesores»

¿Pero quién y cómo era realmente Rosalind Franklin? ¿Era la Cruella de Vil de la Biología Molecular que sugiere Watson? ¿Era la Silvia Plath de la biología, según algunos, o la persona brillante, atractiva y divertida que recuerdan sus amigos?

Nacida en 1920 en Londres, en el seno de una rica familia judía llegada de Silesia en 1763, quienes la conocieron de cerca coinciden en que «Rosalind jamás pensó que la considerarían menos por se mujer». «Su educación contribuyó a ello». Brenda Maddox describe una atmósfera familiar nada opresora. Una mansión de cuatro pisos en Notting Hill, un ambiente cosmopolita, colegios privados y viajes al extranjero conformaron una fuerte personalidad. «Alarmantemente inteligente, se pasa el día haciendo problemas de aritmética por diversión», escribió de ella su tía Mamie.

Tras graduarse en la Universidad de Cambridge en 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, Franklin se dedicó a estudiar la estructura molecular del carbón, primero en Inglaterra y luego en París, donde se convirtió en una especialista en cristalografía con rayos X. Allí le llegó el primer amor. Enamorada de su jefe, el cristalógrafo Jacques Mering, no se le conocieron relaciones de pareja con él. De hecho, Rosalind —se cree— habría sido una ingenua en materia amorosa y no se habría enterado de 'las verdades de la vida' hasta el tercer año de carrera, cuando un estudiante de bioquímica se avino a explicarle 'cómo se fabrican los niños'.

Genio y figura. Rosalind Franklin nació en 1920, en Londres, en el seno de una rica familia judía, y falleció prematuramente, a los 37 años, el 16 de abril de 1958, víctima de un cáncer de ovarios, probablemente generado durante las muchas horas de exposición a los rayos X que exigían sus investigaciones.

En 1951, regresó a su país, provista de una oferta de John Randall, del King's College de Londres, para investigar sobre células vivas. Pero esta fue desde el principio una oferta envenenada. Randall hizo creer a Rosalind que estaba por encima de Wilkins, quien a su vez pensaba que Franklin era sus subordinada. Randall se escabulló del problema y el trabajo se reveló imposible. Prácticamente sola, logró la imagen clave en el camino hacia el ADN, pero el boicoteo personal y laboral fue tan duro que, de hecho, cuando se publicó la noticia del ADN en Nature, ella ya trabajaba en el Birkbeck College, donde se dedicó a investigar la estructura del virus de la poliomelitis y de los virus en mosaico del tabaco. En 1955, conoció a Don Caspar, investigador del Instituto Tecnológico de California, con el que intimó. Aquella relación pudo haber cuajado de no haber intervenido el destino.

«Era fácil imaginarla como el producto de una madre insatisfecha que estimula indebidamente en una chica el deseo de una carrera profesional capaz de salvarla de una boda con un marido aburrido…», escribió Watson de ella

En 1956, Rosalind Franklin sintió un fuerte dolor en el abdomen: era un cáncer de ovarios. A pesar de tres operaciones y de un tratamiento de quimioterapia, siguió trabajando hasta su muerte, el 16 de abril de 1958.

Quienes creen que 'el tiempo pone a cual en su sitio', quizá sientan un atisbo de justicia al saber que no pasó un día sin que los ganadores del Nobel de 1962 no debieran recordar a quien les hizo merecedores del mismo. Casi en cada conferencia que pronunciaron, alguien siempre preguntó: «¿Podrían explicar cuál fue la verdadera contribución de Rosalind Franklin al descubrimiento del ADN?». Y siempre estallaba en la sala una atronadora salva de aplausos.


Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

MÁS DE XLSEMANAL