Una historia de España La Constitución de Cádiz y el reinado de Fernando VII, contados por Arturo Pérez-Reverte
«Érase una vez una piel de toro con forma de España –llamada Ishapan: tierra de buenos conejos–...». Así arrancaba el escritor y académico su serie de artículos sobre la historia de España para XLSemanal. Son 92 entregas que muestran su personal visión de nuestro pasado y que recuperamos ahora para nuestros lectores.
Miércoles, 26 de Octubre 2022
Tiempo de lectura: 2 min
Cada dos semanas, durante cuatro años, Arturo Pérez-Reverte publicó en XLSemanal su serie Una historia de España. Comenzó con iberos y celtas y, de ahí, hasta el final de la Transición, convirtiendo su sección Patente de Corso en una pedagógica travesía al pasado.
Con rigor histórico, pero sin la ortodoxia narrativa del género, el escritor y académico combina en sus artículos una visión tan ácida como lúcida del pasado patrio, con sentido del humor (cáustico mayormente) y la equidistancia necesaria para combatir los dogmas históricos que han poblado el relato de nuestra historia. Compruébalo aquí mismo...
Una historia de España (XLIII)
Y así andábamos, en plena guerra contra los franceses, con toda España arruinada y hecha un descalzaperros, los campos llenos de cadáveres y la sombra negra de la miseria y el hambre en todas partes, los ejércitos nacionales cada uno por su cuenta, odiándose los generales entre ellos -las faenas que se hacían unos a otros eran enormes; imaginen a los políticos de ahora con mando de tropas- y comiéndose, jefes y carne de cañón, derrota tras derrota pero sin aflojar nunca, con ese tesón entre homicida y suicida tan propio de nosotros, que lo mismo se aplica contra el enemigo que contra el vecino del quinto.
Una historia de España (XLIV)
En marzo de 1812 se aprobó, tras acaloradas discusiones, la desdichada Constitución por la que España debería regirse...» Esa cita, que procede de un libro de texto escolar editado -ojo al dato- siglo y medio más tarde, refleja la postura del sector conservador de las Cortes de Cádiz y la larga proyección que las ideas reaccionarias tendrían en el futuro. Con sus consecuencias, claro. Traducidas, fieles a nuestro estilo histórico de cadalso y navaja, en odios y en sangre. Porque al acabar la guerra contra los franceses, las dos Españas eran ya un hecho inevitable. De una parte estaban los llamados liberales, alma de la Constitución, partidarios de las ideas progresistas de entonces: limitar el poder de la Iglesia y la nobleza, con una monarquía controlada por un parlamento
Una historia de España (XLV)
Además de feo -lo llamaban Narizotas- con una expresión torva y fofa, Fernando VII era un malo absoluto, tan perfecto como si lo hubieran fabricado en un laboratorio. Si aquí hubiéramos tenido un Shakespeare de su tiempo nos habría hecho un retrato del personaje que dejaría a Ricardo III, por ejemplo, como un traviesillo cualquiera, un perillán de quiero y no puedo. Porque además de mal encarado -que de eso nadie tiene la culpa-, nuestro Fernando VII era cobarde, vil, cínico, hipócrita, rijoso, bajuno, abyecto, desleal, embustero, rencoroso y vengativo. Resumiendo, era un hijo de puta con ático, piscina y garaje.
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