Los 'peligros' de pasear
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Los 'peligros' de pasear
Ahora vamos a todas partes caminando, pero siglos atrás esta actividad estaba mal vista e incluso era considerada de pobres y delincuentes. Para ser exactos, no fue hasta finales del siglo XVIII que salir a caminar comenzó a considerarse algo 'normal'.
Independientemente de la época histórica, caminar siempre ha sido una herramienta de supervivencia y el único método de transporte antes de que surgieran los diferentes medios de locomoción. También, el único gratuito. Pero, en aquel entonces, para nada existía el prisma que hoy se tiene sobre esta actividad, que es una de las más elegidas cuando se busca un plan de ocio. De hecho, antes la mayoría de la población solo conocía las diferentes calles de su ciudad a través de los viajes en carruaje y se quedaba sin descubrir otras muchas calles cercanas.
Gran parte de esta costumbre se debía al estado de las calles en las que, además de la suciedad típica de las ciudades, los caballos de los carruajes llegaban a acumular más de 1.000 toneladas de estiércol. También estaba arraigada la costumbre de que las personas arrojasen sus restos de orines y todo tipo de enseres por la ventana, por lo que el cuidado y la limpieza de las carreteras destacaba por su ausencia. Incluso había grupos metropolitanos que tuvieron que organizarse para recoger las heces y asear los caminos del vecindario, conocidos como los 'limpiadores de calle'.
En 1780, cuando caminar empezó a tener presencia en las principales ciudades, se publicaron unas reglas de comportamiento cívico en las que se contemplaba un epígrafe exclusivo para el paseo. Se recomendaba no mirar fijamente a alguien al caminar para no «dar sensación de matón» y se sugería que el paseo se hiciera con silbidos, acompañado o conversando.
Fueron personalidades como Samuel Taylor Coleridge y Charles Dickens los que hicieron que caminar se pusiese de moda (y sin tantas reglas). El novelista llegaba a recorrer hasta 30 kilómetros diarios por las calles londinenses. Estos paseos eran su táctica para crear grandes historias. Una de esas noches en las que padecía insomnio comenzó a caminar y consiguió la inspiración para su ensayo 'Caminatas nocturnas' en el que desgrana las principales zonas de la ciudad: desde los barrios más marginales hasta Covent Garden. Por lo general, siempre paseaba solo, pero en alguna ocasión lo hizo acompañado. Para él, invitar a alguien a caminar juntos era todo un cumplido, tal y como relata un artículo de The New York Times de 1879.
No es de extrañar que justo, en este contexto, se marca el origen del pedestrianismo. Se trataba de una competición deportiva de caminatas rápidas con las que se llegaba a apostar cantidades desorbitadas de dinero. Algunas de estas pruebas llegaban a durar hasta seis días.
Uno de sus máximos exponentes fue un asistente judicial inglés, Foster Powell, que pasaba su tiempo libre caminando. En una de estas competiciones llegó a recorrer 644 kilómetros desde Londres a York. Con el tiempo, se expandió esta moda de caminar por países como Estados Unidos, Canadá y Australia, que tuvo su máximo desarrollo en el siglo XX. Y hasta hoy...
Los primeros en echarse a caminar
Nietzsche utilizaba el caminar para activar la mente. El filósofo consideraba que, cuando caminamos, nuestra mente te regala sus mejores ideas. Tal era así que, en sus paseos solitarios, siempre llevaba un bloc de notas y un lápiz. No es broma, su obra ‘El vagabundo y su sombra’ fue escrita de pie prácticamente al completo.
La escritora feminista Virginia Woolf sacaba provecho del paseo. Mientras caminaba, Woolf iba recitando sus borradores en voz alta. Esto le permitía concentrarse y mejorar sus escritos. Su pasión por caminar se convirtió en un tema recurrente en varias obras como Sra. Dalloway o Embrujo de la calle.
Para el escritor Henry David Thoureau, caminar era una completa fuente de inspiración. «Pienso que en el momento en que mis piernas comienzan a moverse, mis pensamientos comienzan a fluir», dejó por escrito.