La nariz aguileña, la mirada penetrante, la frente amplia enmarcada en un flequillo desordenado de pelo canoso. Un aspecto interesante. Es la imagen que ha trascendido del gran Cayo Julio César.
Nada que ver con la cabeza abombillada, los ojos pequeños y la
pinta de oficinista mediocre que le atribuye el Rijksmuseum van Oudheden en Leiden (Países Bajos). Así era el aspecto del legendario militar y político según la arqueóloga Maja d’Hollosy, que ha desentrañado sus facciones a través de dos bustos: uno custodiado en el Museo Nacional de Antigüedades de Ámsterdam y otro en Turín.
Los expertos deducen que la forma (de bombilla) de la cabeza de Julio César puede deberse a un parto difícil. Descartan la leyenda, difundida durante siglos, de que lo llamaron César por haber nacido mediante cesárea.
Hoy se sabe que las cesáreas solo se practicaban en la antigüedad a las parturientas que ya habían fallecido: era un rescate in extremis de sus bebés. Y la madre de César, Aurelia, no murió en el parto.
Se desconocen detalles del parto de César, pero el nuevo y chocante aspecto que se le atribuye baraja la idea de que la deformidad de su cabeza se deba a que fue dificultoso. Han fabricado una máscara en silicona de la nueva fisonomía y, además de sorpresa, ha provocado un serio escepticismo.
Argumentan que si César hubiera tenido ese aspecto habría habido literatura al respecto. Suetonio, en su obra De vita Caesarum, no menciona ninguna proporción extraña en él. De hecho, el célebre historiador y biógrafo romano cuenta que César «era alto, de tez blanca, de extremidades redondeadas, más bien de cara ancha, con ojos negros y penetrantes». Sí se sabía que era calvo. Y eso, explica en un artículo sobre la cabeza de César Amelia Carolina Sparavigna, investigadora del Politécnico de Turín, «le producía mucho malestar, ya que a menudo se encontraba expuesto a las burlas de sus enemigos».
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