No hubo guerra ni revolución, pero sí un largo proceso de resistencia pacífica y de no colaboración con las autoridades coloniales británicas. La estrategia de Gandhi dio resultado y la India alcanzó en 1947 su ansiada independencia, hace 75 años.
Cuando suene la hora de la medianoche, mientras el mundo duerma, India despertará a la vida y a la libertad». Jawaharlal Nehru, primer ministro del nuevo país, pronunció estas palabras ante el Parlamento y arrancó una atronadora salva de aplausos. Era el 15 de agosto
de 1947. Ese día significó para la India el inicio de su ansiada soberanía; para el resto del mundo fue el principio del fin de la época colonial.
La India culminó su proceso de independencia hace ahora 75 años. Pero para llegar a ese día, el país tuvo que vivir casi cuatro décadas de lucha política y de un laborioso trabajo de construcción de un sentimiento de unidad nacional que contrastaba con la tradicional fragmentación del país, acentuada por los casi dos siglos de ocupación británica.
La miríada de lenguas, religiones, castas, reinos y provincias que definía el país (y que aún hoy pervive) marcó la conquista británica y los años posteriores a la independencia. A la llegada de los europeos, a finales del siglo XV, la India era un mosaico próspero y lleno de riquezas, gobernado por los emperadores mogoles de Delhi. La Compañía Británica de las Indias Orientales se asentó en el noreste, en Bengala, a comienzos del siglo XVII y logró del emperador mogol el derecho a comerciar en todo el país en 1615, tras su victoria sobre los portugueses. El comercio de bienes de lujo y especias era lucrativo, pero en Gran Bretaña empezó a cobrar fuerza un nuevo término: 'imperio'. En pocas palabras: para qué disfrutar de una pequeña parte de la riqueza de la India si se podía tener todo. La ocasión la brindó el debilitamiento de la autoridad mogola y la tradicional división política del país. Desde su base en Bengala, los británicos comenzaron en 1757 una serie de guerras que concluyeron con la conquista y absorción de los muchos estados semiindependientes indios. A los indios de a pie no les importó mucho; simplemente, cambiaron unos señores por otros. A los gobernantes y élites comerciantes y terratenientes, tampoco, pues las nuevas autoridades les aseguraron sus privilegios de toda la vida.
La administración colonial británica tuvo un carácter paternalista. Por un lado, convirtió a la India en un país exportador de materias primas e importador de los bienes de la metrópoli. Y por otro, consideraba a los indios como unos niños inocentes incapaces de gobernarse y lastrados por una cultura que les impedía acceder a los beneficios de la modernidad.
Durante su tutela, los británicos extendieron el ferrocarril, crearon universidades para las élites nativas y abrieron su ejército a los indios, aunque relegándolos a un papel secundario. Pero como colonizadores se reservaron los mejores empleos y cargos, y se pasaron las tardes bebiendo ginebra y jugando al polo en sus clubes, donde los carteles prohibían la entrada a perros e indios. Era cuestión de tiempo que los 'niños' se hartaran.
La primera revuelta se produjo en 1857. Los cipayos, los soldados indios del Ejército británico, se alzaron contra sus superiores. La rebelión fue aplastada sin miramientos, pero provocó el desmantelamiento de la Compañía Británica de las Indias Occidentales y que la India pasase a ser administrada directamente por la Corona, con la promesa de tratar por igual a todos sus súbditos. Pero eso no se lo creyó ni la propia reina Victoria.
Aquella primera rebelión despertó el orgullo indio y la demanda de libertades políticas y sociales. Miles de indios se habían formado en las universidades británicas y aprendido los principios del liberalismo inglés, y ahora querían verlos aplicados. También pedían respeto hacia sus costumbres ancestrales: no querían que nadie de fuera les dijera lo que estaba bien y lo que no. Y, por encima de todo, querían recuperar esa difusa conciencia de identidad india que se superponía a la variedad étnica y religiosa del país.
Los primeros movimientos nacionalistas arrancaron a finales del siglo XIX y dieron pie a la fundación del Congreso Nacional Indio, en 1885. Sin embargo, era un movimiento mayoritariamente hindú que no supo atraerse a las masas musulmanas. También era un movimiento intelectual y de las clases altas que no conectó con el pueblo hasta la aparición de una figura histórica, Mahatma Gandhi.
Educado en Gran Bretaña, trabajó como abogado de los comerciantes indios en los territorios británicos de Suráfrica. Allí se hizo consciente de la discriminación racial y el trato abusivo que recibían los trabajadores, y ensayó sus tácticas de resistencia no violenta. Comprobó que tenían éxito y que también podían utilizarse en la India. Regresó a su país en 1915 y lo recorrió de un extremo a otro para conocer la situación real de sus gentes y llevarles la llama del autogobierno. Vestía un sencillo khadi blanco y hablaba como ellos. Cuando encabezó una protesta de los agricultores de Bihar, que reclamaban el derecho a cultivar lo que necesitaban para sobrevivir y no productos para la exportación, se ganó el título de Mahatma, alma grande. Con el pueblo en el bolsillo, Gandhi pasó a su siguiente objetivo: la independencia.
Su estrategia era sencilla pero difícil de contrarrestar por las autoridades coloniales: boicoteo a las instituciones de enseñanza británicas y a los productos de la metrópoli, renuncia a cualquier cargo en el Gobierno colonial, negativa a pagar impuestos y, sobre todo, la no violencia. Los sucesivos virreyes británicos tomaron todo tipo de medidas para frenarla, pero ninguna tuvo éxito. Y las masivas detenciones de activistas indios, hasta cien mil entre 1930 y 1931, no hicieron más que avivar la llama.
La Ley del Gobierno de la India, de 1935, definía una estructura federal para el país y establecía electorados separados para asegurar la representatividad de todas las minorías. En las elecciones, el Congreso Nacional Indio se asentó como la fuerza política mayoritaria.
Mientras, los británicos daban una de cal y otra de arena. En 1939, el virrey Lord Linlithgow anunció la entrada de este país en la Segunda Guerra Mundial sin tener en cuenta a los dirigentes indios. El malestar por esta decisión unilateral se tradujo en la campaña definitiva de Gandhi: Abandonen la India. Hubo huelgas y detenciones masivas. Y algo quedó ya muy claro: no habría vuelta atrás.
Gran Bretaña ganó la Segunda Guerra Mundial, pero quedó agotada por el esfuerzo. No le quedaban fuerzas para mantener su régimen colonial en un país convulso. La propuesta de la Liga Musulmana de partir en dos la India y crear un Estado musulmán en el norte desencadenó los primeros enfrentamientos religiosos con miles de muertos. Los británicos decidieron acelerar la entrega del poder y aceptar la propuesta. El 15 de agosto de 1947, el país se declaró independiente en medio del entusiasmo popular. «Jai Hind» (victoria para la India) fue el grito más escuchado. Casi todas las provincias se incorporaron pacíficamente a la Unión India. Mientras, en el norte, nacía el musulmán Pakistán, la tierra de los puros, con unas reivindicaciones fronterizas que persisten en la actualidad. La definitiva Constitución se promulgó en 1949 y al año siguiente se proclamó la República de la India. El Imperio británico se vio privado de su joya emblemática. El largo viaje hacia la libertad había terminado para este país y comenzaba una etapa plagada de retos, muchos de los cuales siguen sin resolverse en este siglo XXI.
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