El atroz asesinato de la II República
El atroz asesinato de la II República
En la madrugada del 9 de junio de 1933, Aurora Rodríguez Carballeira entró en el dormitorio de su hija, Hildegart, cerró la puerta, empuñó la pistola y le disparó cuatro tiros: dos en la cabeza, uno en el corazón y el cuarto en el torso. Comprobó
que estaba muerta, salió de su casa, en el madrileño barrio de Chamberí, se dirigió a la de su abogado y de ahí fue directa a la Policía, donde confesó el crimen. Eduardo de Guzmán –un periodista del vespertino La Tierra, amigo de la fallecida– habló con la asesina tras el juicio, en el que fue condenada a 26 años de cárcel.
Aurora rechazó el argumento de que estuviera loca, sostuvo que su hija le había rogado que la matase: «Al final comprendió que yo tenía razón. No estaba a la altura de su misión, había defraudado mis expectativas; se sentía débil y temió que, de seguir viviendo, se hundiría inevitablemente en el abismo». ¿A qué abismo se refería? ¿Cuáles eran las grandes expectativas de esta mujer que concebía la maternidad como una posesión absoluta, una cruzada de salvación de la humanidad?
'Hildegart' no existe como tal nombre, en Alemania es 'Hildegard', como el de la santa Hildegarda. Aurora Rodríguez inventó el nombre a partir de dos palabras: hilde, 'sabiduría', y gart, 'jardín'. De esta manera, si es cierto que el nombre expresa un deseo, el de Hildegart sería el de convertirse en un jardín de sabiduría. Para conseguirlo, su madre aplicó las leyes de la eugenesia –tan en boga en ese momento– para mejorar la raza a través de las características genéticas. Esa es la tarea a la que se dedicó en cuerpo y alma Aurora Rodríguez Carballeira, una mujer ilustrada, nacida en El Ferrol, y con una posición económica holgada: su padre le había dejado un considerable patrimonio.
Aurora se forma intelectualmente devorando a los grandes pensadores de la biblioteca familiar: de un lado, los socialistas utópicos, Fourier y sus falansterios; y de otro, los científicos que a partir de Darwin desarrollan la eugenesia; ambas ramas, filosófica y científica, conforman un férreo armazón ideológico, basado en la convicción absoluta de que solo mediante una educación estricta se logra la emancipación social. Empapada de teorías, llega rápidamente a la conclusión de que hay que llevarlas a la práctica. La primera cobaya será su sobrino, Pepito Arriola, hijo natural de su hermana, un niño de 4 años que apunta un sorprendente talento musical: de adulto sería un gran concertista. Aurora se vuelca en él para convertirlo en un pequeño Mozart. El sueño le dura poco, un profesor de música la sustituye y le arrebata al que ya consideraba su primera creación.
La frustración da paso al delirio y la idea descabellada aparece: concebir una hija perfecta, que jamás nadie le pueda robar, a imagen y semejanza de su deseo. Para ello necesita un colaborador fisiológico, que no reclame el derecho de paternidad. Un varón con una carga genética impecable y una formación cultural sólida. El elegido es Alberto Pallás, de 35 años, marino y sacerdote –más tarde se sabrá que le habían retirado las órdenes por su vida irregular–, que acepta las condiciones de Aurora. Tras «la dolorosa afrenta carnal», como ella llama al encuentro sexual, queda embarazada de ese ser anhelado, que jamás conocería a su padre y cuyo trágico destino estaba próximo.
Hildegart resultó ser la niña perfecta que Aurora había soñado. No es difícil imaginar la tremenda presión a la que se vio sometida desde su nacimiento. «No he tenido infancia», le confesó un día al que sería su biógrafo, Eduardo de Guzmán.
A los 3 años sabía leer y escribir; a los 10 dominaba cuatro idiomas; a los 13 termina el Bachillerato, estudia Derecho, se convierte en la abogada más joven de España y se matricula en Medicina. Dos temáticas centran su interés: la filosofía racionalista y la cuestión sexual. Curiosamente, Hildegart se inclina por el estudio de la sexualidad, que su madre abomina y considera el origen de todos los males.
Las desavenencias entre madre e hija comienzan a aparecer. Hildegart se politiza cuando es una adolescente y opta por los socialistas; Aurora, en cambio, prefiere a los anarquistas. Un año antes de que la dictadura de Primo de Rivera dé paso a la dictablanda de Berenguer y desemboque en la Segunda República, con 14 años, Hildegart ingresa en las Juventudes Socialistas y escribe su primer artículo en El Socialista, al que lo siguen muchos otros. Se convierte enseguida en una figura destacada del partido, la eligen vicepresidenta, se codea con intelectuales en la universidad y en el Ateneo. Pero pronto el entusiasmo da paso a la decepción.
Escribe artículos en La Tierra, en los que sostiene que los partidos anulan la capacidad de pensar y fomentan las élites políticas contrarias al sentir de las bases, y critica públicamente a los socialistas por su colaboración con el Gobierno. El enfrentamiento sube de intensidad y la expulsan de las Juventudes. Al poco tiempo se vincula al Partido Republicano Federal, allí conoce a un dirigente, Abel Velilla, con quien mantiene una estrecha relación de amistad que no es del agrado de su madre.
El desengaño de la política la lleva a entregarse a su otra gran pasión, la cuestión sexual. Funda, junto con el doctor Gregorio Marañón, la sección española de la Liga Mundial para la Reforma Sexual, cuya finalidad es debatir e impulsar la modernización de la vida amorosa. Hildegart ya está encarrilada, es ya una intelectual que apunta hacia lo más alto, se mueve en un ambiente internacional, debate y se cartea con H. G. Wells y Havelock Ellis, médico y eminente pensador británico, el gran precursor de la sexología. Publica artículos en los que analiza la crianza de los niños, la educación sexual, la liberación de la mujer y propone la despenalización del adulterio y de la homosexualidad.
Meses antes de morir, publica con éxito Venus ante el derecho y se lo dedica a Aurora: «A mi madre, compañera insustituible en los éxitos y en los fracasos, colaboradora con su aliento en la obra toda de mi vida». Un día le llega una invitación para viajar a Londres, la joven ve el cielo abierto, quiere ir y se lo plantea a su madre, pero esta, en su delirio, le contesta que no, que todo está organizado por el Servicio de Inteligencia Secreto británico para apartarlas. Nunca llegó a ir a Londres. Aurora fue condenada a 26 años de cárcel por asesinato, que cumplió en su mayor parte en el centro psiquiátrico de Ciempozuelos, donde murió en 1955.
En la madrugada del 9 de junio de 1933, Aurora Rodríguez Carballeira entró en el dormitorio de su hija, Hildegart, cerró la puerta, empuñó la pistola y le disparó cuatro tiros: dos en la cabeza, uno en el corazón y el cuarto en el torso. Comprobó
que estaba muerta, salió de su casa, en el madrileño barrio de Chamberí, se dirigió a la de su abogado y de ahí fue directa a la Policía, donde confesó el crimen. Eduardo de Guzmán –un periodista del vespertino La Tierra, amigo de la fallecida– habló con la asesina tras el juicio, en el que fue condenada a 26 años de cárcel.
Aurora rechazó el argumento de que estuviera loca, sostuvo que su hija le había rogado que la matase: «Al final comprendió que yo tenía razón. No estaba a la altura de su misión, había defraudado mis expectativas; se sentía débil y temió que, de seguir viviendo, se hundiría inevitablemente en el abismo». ¿A qué abismo se refería? ¿Cuáles eran las grandes expectativas de esta mujer que concebía la maternidad como una posesión absoluta, una cruzada de salvación de la humanidad?
'Hildegart' no existe como tal nombre, en Alemania es 'Hildegard', como el de la santa Hildegarda. Aurora Rodríguez inventó el nombre a partir de dos palabras: hilde, 'sabiduría', y gart, 'jardín'. De esta manera, si es cierto que el nombre expresa un deseo, el de Hildegart sería el de convertirse en un jardín de sabiduría. Para conseguirlo, su madre aplicó las leyes de la eugenesia –tan en boga en ese momento– para mejorar la raza a través de las características genéticas. Esa es la tarea a la que se dedicó en cuerpo y alma Aurora Rodríguez Carballeira, una mujer ilustrada, nacida en El Ferrol, y con una posición económica holgada: su padre le había dejado un considerable patrimonio.
Aurora se forma intelectualmente devorando a los grandes pensadores de la biblioteca familiar: de un lado, los socialistas utópicos, Fourier y sus falansterios; y de otro, los científicos que a partir de Darwin desarrollan la eugenesia; ambas ramas, filosófica y científica, conforman un férreo armazón ideológico, basado en la convicción absoluta de que solo mediante una educación estricta se logra la emancipación social. Empapada de teorías, llega rápidamente a la conclusión de que hay que llevarlas a la práctica. La primera cobaya será su sobrino, Pepito Arriola, hijo natural de su hermana, un niño de 4 años que apunta un sorprendente talento musical: de adulto sería un gran concertista. Aurora se vuelca en él para convertirlo en un pequeño Mozart. El sueño le dura poco, un profesor de música la sustituye y le arrebata al que ya consideraba su primera creación.
La frustración da paso al delirio y la idea descabellada aparece: concebir una hija perfecta, que jamás nadie le pueda robar, a imagen y semejanza de su deseo. Para ello necesita un colaborador fisiológico, que no reclame el derecho de paternidad. Un varón con una carga genética impecable y una formación cultural sólida. El elegido es Alberto Pallás, de 35 años, marino y sacerdote –más tarde se sabrá que le habían retirado las órdenes por su vida irregular–, que acepta las condiciones de Aurora. Tras «la dolorosa afrenta carnal», como ella llama al encuentro sexual, queda embarazada de ese ser anhelado, que jamás conocería a su padre y cuyo trágico destino estaba próximo.
Hildegart resultó ser la niña perfecta que Aurora había soñado. No es difícil imaginar la tremenda presión a la que se vio sometida desde su nacimiento. «No he tenido infancia», le confesó un día al que sería su biógrafo, Eduardo de Guzmán.
A los 3 años sabía leer y escribir; a los 10 dominaba cuatro idiomas; a los 13 termina el Bachillerato, estudia Derecho, se convierte en la abogada más joven de España y se matricula en Medicina. Dos temáticas centran su interés: la filosofía racionalista y la cuestión sexual. Curiosamente, Hildegart se inclina por el estudio de la sexualidad, que su madre abomina y considera el origen de todos los males.
Las desavenencias entre madre e hija comienzan a aparecer. Hildegart se politiza cuando es una adolescente y opta por los socialistas; Aurora, en cambio, prefiere a los anarquistas. Un año antes de que la dictadura de Primo de Rivera dé paso a la dictablanda de Berenguer y desemboque en la Segunda República, con 14 años, Hildegart ingresa en las Juventudes Socialistas y escribe su primer artículo en El Socialista, al que lo siguen muchos otros. Se convierte enseguida en una figura destacada del partido, la eligen vicepresidenta, se codea con intelectuales en la universidad y en el Ateneo. Pero pronto el entusiasmo da paso a la decepción.
Escribe artículos en La Tierra, en los que sostiene que los partidos anulan la capacidad de pensar y fomentan las élites políticas contrarias al sentir de las bases, y critica públicamente a los socialistas por su colaboración con el Gobierno. El enfrentamiento sube de intensidad y la expulsan de las Juventudes. Al poco tiempo se vincula al Partido Republicano Federal, allí conoce a un dirigente, Abel Velilla, con quien mantiene una estrecha relación de amistad que no es del agrado de su madre.
El desengaño de la política la lleva a entregarse a su otra gran pasión, la cuestión sexual. Funda, junto con el doctor Gregorio Marañón, la sección española de la Liga Mundial para la Reforma Sexual, cuya finalidad es debatir e impulsar la modernización de la vida amorosa. Hildegart ya está encarrilada, es ya una intelectual que apunta hacia lo más alto, se mueve en un ambiente internacional, debate y se cartea con H. G. Wells y Havelock Ellis, médico y eminente pensador británico, el gran precursor de la sexología. Publica artículos en los que analiza la crianza de los niños, la educación sexual, la liberación de la mujer y propone la despenalización del adulterio y de la homosexualidad.
Meses antes de morir, publica con éxito Venus ante el derecho y se lo dedica a Aurora: «A mi madre, compañera insustituible en los éxitos y en los fracasos, colaboradora con su aliento en la obra toda de mi vida». Un día le llega una invitación para viajar a Londres, la joven ve el cielo abierto, quiere ir y se lo plantea a su madre, pero esta, en su delirio, le contesta que no, que todo está organizado por el Servicio de Inteligencia Secreto británico para apartarlas. Nunca llegó a ir a Londres. Aurora fue condenada a 26 años de cárcel por asesinato, que cumplió en su mayor parte en el centro psiquiátrico de Ciempozuelos, donde murió en 1955.
En la madrugada del 9 de junio de 1933, Aurora Rodríguez Carballeira entró en el dormitorio de su hija, Hildegart, cerró la puerta, empuñó la pistola y le disparó cuatro tiros: dos en la cabeza, uno en el corazón y el cuarto en el torso. Comprobó
que estaba muerta, salió de su casa, en el madrileño barrio de Chamberí, se dirigió a la de su abogado y de ahí fue directa a la Policía, donde confesó el crimen. Eduardo de Guzmán –un periodista del vespertino La Tierra, amigo de la fallecida– habló con la asesina tras el juicio, en el que fue condenada a 26 años de cárcel.
Aurora rechazó el argumento de que estuviera loca, sostuvo que su hija le había rogado que la matase: «Al final comprendió que yo tenía razón. No estaba a la altura de su misión, había defraudado mis expectativas; se sentía débil y temió que, de seguir viviendo, se hundiría inevitablemente en el abismo». ¿A qué abismo se refería? ¿Cuáles eran las grandes expectativas de esta mujer que concebía la maternidad como una posesión absoluta, una cruzada de salvación de la humanidad?
'Hildegart' no existe como tal nombre, en Alemania es 'Hildegard', como el de la santa Hildegarda. Aurora Rodríguez inventó el nombre a partir de dos palabras: hilde, 'sabiduría', y gart, 'jardín'. De esta manera, si es cierto que el nombre expresa un deseo, el de Hildegart sería el de convertirse en un jardín de sabiduría. Para conseguirlo, su madre aplicó las leyes de la eugenesia –tan en boga en ese momento– para mejorar la raza a través de las características genéticas. Esa es la tarea a la que se dedicó en cuerpo y alma Aurora Rodríguez Carballeira, una mujer ilustrada, nacida en El Ferrol, y con una posición económica holgada: su padre le había dejado un considerable patrimonio.
Aurora se forma intelectualmente devorando a los grandes pensadores de la biblioteca familiar: de un lado, los socialistas utópicos, Fourier y sus falansterios; y de otro, los científicos que a partir de Darwin desarrollan la eugenesia; ambas ramas, filosófica y científica, conforman un férreo armazón ideológico, basado en la convicción absoluta de que solo mediante una educación estricta se logra la emancipación social. Empapada de teorías, llega rápidamente a la conclusión de que hay que llevarlas a la práctica. La primera cobaya será su sobrino, Pepito Arriola, hijo natural de su hermana, un niño de 4 años que apunta un sorprendente talento musical: de adulto sería un gran concertista. Aurora se vuelca en él para convertirlo en un pequeño Mozart. El sueño le dura poco, un profesor de música la sustituye y le arrebata al que ya consideraba su primera creación.
La frustración da paso al delirio y la idea descabellada aparece: concebir una hija perfecta, que jamás nadie le pueda robar, a imagen y semejanza de su deseo. Para ello necesita un colaborador fisiológico, que no reclame el derecho de paternidad. Un varón con una carga genética impecable y una formación cultural sólida. El elegido es Alberto Pallás, de 35 años, marino y sacerdote –más tarde se sabrá que le habían retirado las órdenes por su vida irregular–, que acepta las condiciones de Aurora. Tras «la dolorosa afrenta carnal», como ella llama al encuentro sexual, queda embarazada de ese ser anhelado, que jamás conocería a su padre y cuyo trágico destino estaba próximo.
Hildegart resultó ser la niña perfecta que Aurora había soñado. No es difícil imaginar la tremenda presión a la que se vio sometida desde su nacimiento. «No he tenido infancia», le confesó un día al que sería su biógrafo, Eduardo de Guzmán.
A los 3 años sabía leer y escribir; a los 10 dominaba cuatro idiomas; a los 13 termina el Bachillerato, estudia Derecho, se convierte en la abogada más joven de España y se matricula en Medicina. Dos temáticas centran su interés: la filosofía racionalista y la cuestión sexual. Curiosamente, Hildegart se inclina por el estudio de la sexualidad, que su madre abomina y considera el origen de todos los males.
Las desavenencias entre madre e hija comienzan a aparecer. Hildegart se politiza cuando es una adolescente y opta por los socialistas; Aurora, en cambio, prefiere a los anarquistas. Un año antes de que la dictadura de Primo de Rivera dé paso a la dictablanda de Berenguer y desemboque en la Segunda República, con 14 años, Hildegart ingresa en las Juventudes Socialistas y escribe su primer artículo en El Socialista, al que lo siguen muchos otros. Se convierte enseguida en una figura destacada del partido, la eligen vicepresidenta, se codea con intelectuales en la universidad y en el Ateneo. Pero pronto el entusiasmo da paso a la decepción.
Escribe artículos en La Tierra, en los que sostiene que los partidos anulan la capacidad de pensar y fomentan las élites políticas contrarias al sentir de las bases, y critica públicamente a los socialistas por su colaboración con el Gobierno. El enfrentamiento sube de intensidad y la expulsan de las Juventudes. Al poco tiempo se vincula al Partido Republicano Federal, allí conoce a un dirigente, Abel Velilla, con quien mantiene una estrecha relación de amistad que no es del agrado de su madre.
El desengaño de la política la lleva a entregarse a su otra gran pasión, la cuestión sexual. Funda, junto con el doctor Gregorio Marañón, la sección española de la Liga Mundial para la Reforma Sexual, cuya finalidad es debatir e impulsar la modernización de la vida amorosa. Hildegart ya está encarrilada, es ya una intelectual que apunta hacia lo más alto, se mueve en un ambiente internacional, debate y se cartea con H. G. Wells y Havelock Ellis, médico y eminente pensador británico, el gran precursor de la sexología. Publica artículos en los que analiza la crianza de los niños, la educación sexual, la liberación de la mujer y propone la despenalización del adulterio y de la homosexualidad.
Meses antes de morir, publica con éxito Venus ante el derecho y se lo dedica a Aurora: «A mi madre, compañera insustituible en los éxitos y en los fracasos, colaboradora con su aliento en la obra toda de mi vida». Un día le llega una invitación para viajar a Londres, la joven ve el cielo abierto, quiere ir y se lo plantea a su madre, pero esta, en su delirio, le contesta que no, que todo está organizado por el Servicio de Inteligencia Secreto británico para apartarlas. Nunca llegó a ir a Londres. Aurora fue condenada a 26 años de cárcel por asesinato, que cumplió en su mayor parte en el centro psiquiátrico de Ciempozuelos, donde murió en 1955.