Fue primero el vino. Los ejércitos de la Antigüedad lo repartían antes de la batalla para exacerbar los ánimos de sus tropas. Muchos soldados, de hecho, iban al frente completamente ebrios, haciendo brotar así sus instintos más salvaje. Los romanos lo usaron, además, cómo
arma de guerra contra el enemigo: incitar a beber más de la cuenta a los adversarios también mermaba sus facultades.
El tiempo añadió nuevos néctares a la ecuación. Los británicos se apoyaron en el ron para expandir su imperio en el siglo XVIII; cerveza utilizaron los alemanes, vodka los rusos y vino los franceses. El alcohol proporcionaba coraje y energía en el combate y ayudaba al sueño y la relajación una vez finalizado este.
El uso de otras drogas, como el hachís, se tornó, sin embargo, contraproducente. Le ocurrió a Napoleón, cuyos soldados descubrieron esta sustancia en la campaña de Egipto (1798-1801), país donde su uso era cotidiano para fumar o cocinar. El consumo masivo entre las tropas galas derivó en una drástica reducción de su rendimiento.
Ya en las sucesivas contiendas del siglo XIX –Secesión, Austro-Prusiana, Franco-Prusiana, El 98...– el opio y, sobre todo, la morfina, se emplearon de forma rutinaria por parte de los ejércitos, pero siempre para uso terapéutico.
Y así hasta llegar a la Primera Guerra Mundial, el gran punto de inflexión en materia de drogadicción y guerras. Alcohol, morfina y cocaína circularon por las trincheras de un modo masivo; un consumo nunca visto hasta entonces en un conflicto bélico.
El cambio de siglo, sin embargo, trajo consigo una nueva funcionalidad al uso de los narcóticos como arma de guerra. Además de las raciones diarias de alcohol, los ejércitos alemán, británico, francés y australiano proporcionaron cocaína para aumentar la energía y el espíritu de combate de sus tropas. Más tarde, la Segunda Guerra Mundial disparó esta práctica hasta límites inéditos. Persistió el consumo masivo de alcohol, morfina y cocaína, pero fueron rápidamente superadas por anfetaminas y metanfetaminas.
Por ejemplo, que los miembros de la Wehrmacht consumieron millones de pastillas de pervitina en la contienda está ampliamente documentado. Desarrollada en 1937 por un químico alemán, la sustancia, de hecho, pasó a ser de consumo popular durante la Alemania nazi gracias a una masiva campaña de publicidad. Su principio activo es la metanfetamina. Eso sí, en una dosis baja.
El periodista y escritor Norman Ohler ha estudiado el diario de guerra de Otto Ranke, un profesor de Fisiología en Berlín y ferviente partidario de la pervitina, de la que llevó grandes cantidades al frente. Las campañas contra Polonia y Francia parecieron confirmar la eficacia de este estimulante. «Euforia, aumento de la capacidad de atención, evidente mejora del rendimiento» , apuntó un soldado de la Tercera División Panzer.
El uso de la pervitina, cree Ohler, resultó especialmente eficaz en la guerra relámpago (blitzkrieg) lanzada contra Francia en 1940. La explicación habitual del éxito de la estrategia es que los alemanes lanzaron sus ataques en lugares inesperados. Para Ohler, la explicación real se encuentra en la pervitina.
El resto de los ejércitos en liza, en todo caso, también recurrieron al consumo de anfetaminas, así que no es fácil determinar su eficacia real en el campo de batalla para decidir la victoria. Soldados británicos, norteamericanos y japoneses recibieron este tipo de drogas para combatir el sueño, estimular su valor y reforzar su resistencia física.
Primera Guerra Mundial
En las terribles trincheras de la Primera Guerra Mundial, los soldados se inyectaban sustancias para seguir concentrados y sobrevivir al hambre. Si eran afortunados, la composición de lo que consumían contenía cocaína, pero en la mayoría de los casos era una combinación de magnesio y potasio que se llamaba nevrostenina y que les era facilitada por el propio Ejército.
Segunda Guerra Mundial
Ambos bandos dieron anfetaminas a sus soldados. Además de mantenerlos en alerta, les quitaba el hambre. Los nazis, que tomaban pervitina con asiduidad, experimentaron con más sustancias. Buscaban la droga mágica que hiciese a sus soldados imbatibles. DI-X era una píldora que combinaba cocaína, metanfetamina y un opiáceo que probaron en campos de concentración. La guerra acabó antes de que los soldados pudiesen tomarla.
La Guerra Fría
El Ejército americano optó por dar dexedrina a sus soldados durante la Guerra Fría. Es un tipo de anfetamina que aumenta la concentración y que ahora se usa como medicación contra la hiperactividad. El uso de dexedrina en el Ejército americano ha sido muy polémico porque la tomaban los pilotos que llevaban armas nucleares. Según una denuncia de 2003, negada por el Ejército, los pilotos la seguían tomando.
Vietnam
Las tropas en Vietnam tomaron de todo: bebieron grandes cantidades de alcohol, fumaron ingentes cantidades de marihuana y se inyectaban heroína. El 45 por ciento de los soldados americanos consumieron algún tipo de droga ilegal, según el Departamento de Defensa. Más del 30 por ciento probó la heroína. Según Defensa, la mayoría lo dejó al regresar del frente.
Afganistán e Irak
Los soldados en las guerras de Afganistán e Irak tomaron píldoras por prescripción médica para combatir el dolor físico y psíquico. The New York Times se preguntaba en 2012: «¿Por qué estamos drogando a nuestros soldados?», en una denuncia sobre este consumo de analgésicos que, además, no solo tomaron en el frente. Buena parte de ellos han seguido siendo medicados con Ritalin y Percocet mucho después de su regreso a casa. Nadie tuvo en cuenta, por lo visto, que la adrenalina de combate puede llegar a convertirse en una sustancia extremadamente adictiva.
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