Solos estamos cada vez que abrimos uno de esos escaparates digitales que nos van devorando la vida, a unos más y a otros menos, pero de los que ya casi nadie puede librarse. Solos ante el algoritmo, el drenaje masivo de nuestros datos, los espectros
de los otros usuarios, tras los que hay gente, sí, pero desvaída, y ni eso cuando hablamos con autómatas, como sucederá cada vez más gracias a la IA. Solos seguimos ante el horizonte y la noche, como el primer primate que se irguió para contemplarlos. Solos, en fin, están los centinelas de la grieta por la que se cuelan los desesperados que huyen de la pobreza o la guerra, pero también desalmados a los que solo mueve la codicia y que arrollan y matan para prevalecer. Solos estamos todos, por eso conviene no dejar de escucharnos unos a otros.
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Nos vemos colmados de realidades menudas que nos invitan a la vida encendiendo el hermoso fuego del alma y llenando de luz sus interiores desvanes. Hoy el ser humano, cansado, indiferente y escéptico, sorprende poco, pero hemos de tener el espíritu dispuesto a comprar cara la plata de cada noche de luna que nos brinda la existencia, dándonos la oportunidad de encontrar tiempo y espacio para serenar nuestras preguntas en un criterio personal y político; en una voluntad de acción y de aspiración que nos redima en las mil tareas de la lucha diaria. El final del verano vendrá con su melancolía, y el acelerado ritmo de nuestras vidas nos devolverá a una pragmática realidad en la que dejarán de cantar los grillos y de brillar las luciérnagas; las bandadas de aves atravesarán los cielos y, nuevamente, nos cuestionaremos nuestros errores y nuestra humana obligación de enmendarlos para transmitir valores limpios a nuestros hijos, sabiendo que hay que luchar hasta la extenuación por nuestra dignidad. Pensaba Albert Camus que «si el hombre fracasa en conciliar la justicia y la libertad, fracasa en todo». La actitud ante la vida nos puede permitir llegar al final del recorrido con una ilusión inédita aún, y con una esperanza en el ser humano.
Rafael Blasco García. Pamplona
Según la Real Academia Española, el terrorismo es la «sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror». Los guardias civiles y los policías tuvieron años de plomo con ETA. Hoy tenemos un nuevo terrorismo que va creciendo de forma exponencial. La punta del iceberg ha sido el asesinato de dos guardias civiles a manos de los narcotraficantes en Barbate. El narcotráfico en esas zonas se ha convertido en un mundo sin ley, donde los policías y guardias civiles ya no es que nada puedan hacer para controlar estas organizaciones terroristas criminales, sino que encima los asesinan de modo salvaje y atroz. El Estado no les proporciona mecanismos para combatir y erradicar este nuevo terrorismo. Si los guardias civiles hubieran disparado a los narcos antes de embestirlos y estos hubieran fallecido, nuestros ángeles, que ahora están en el Cielo, estarían imputados por delitos de homicidio, teniendo que pasar un vía crucis judicial para demostrar que o disparaban o morían. Habilitar con medios contundentes a nuestros policías y guardias civiles es un clamor popular que debe hacerse realidad. La de ellos ni siquiera es reconocida como profesión de riesgo. Ya lo decía el duque de Ahumada: «Los guardias civiles tenemos un estilo; yo no puedo proceder caprichosamente contra hombres de honor». Honor y muerte es lo que les estamos dando a nuestros guardias y policías si no los ayudamos.
Marco Antonio Navarro Laguna. Correo electrónico
Nos están imponiendo las medidas medioambientales que la agenda 2030 propone y que la UE aplica a pies juntillas. Parece que seamos los salvadores del planeta y somos un pequeño continente frente a los cuatro restantes que no aplican estas medidas tan restrictivas en esta materia. Las leyes impuestas por el Gobierno sobre la obligatoriedad de que toda población mayor de cincuenta mil habitantes debe definir zonas de bajas emisiones, es condenar a miles, sino millones de propietarios de coches a no poder circular por sus ciudades sin tener la certeza de que esta sea la solución. ¿Porque... cuántos pueden cambiar uno de combustión por un coche eléctrico? ¿De qué sirve pasar la ITV si no puedes circular aun teniéndola positiva? Pese a todas las presiones y subvenciones para sustituir coches de combustión por eléctricos, esto no funciona, las ventas en el segundo trimestre han bajado un 18 por ciento, y es que, por mucho que los políticos se empeñen, al usuario no le convence esa tecnología, ni tiene economía para comprarla excepto quienes tienen Lamborghinis. En fin, las zonas de bajas emisiones son más recaudatorias que medioambientales y nos abrasan a todos, excepto a los políticos que van en coche oficial eléctrico pagado por todos.
Agustín Aznar Sánchez. Zaragoza
El filósofo y matemático Wittgenstein dividió el lenguaje en dos partes. A un lado quedó la lógica, que da soporte a las matemáticas: riguroso y libre de contradicciones. Al resto lo llamó «ficciones lingüísticas». Es, sin embargo, este lenguaje flexible, lleno de ambigüedades, más dirigido a persuadir o convencer que a demostrar, el que hace que nuestra sociedad funcione. También es el que utilizan los jueces para crear un Estado de derecho. Pese a que ninguna sentencia pasaría por el tamiz con el que los matemáticos filtran las demostraciones de sus teoremas, sí sirve para convencer a acusados y denunciantes, a ciudadanos y a los propios jueces, de que lo que expresan es acorde con la ley y los hechos, y que quien lo ha escrito ha intentado ser justo. Una sentencia no es solo un texto, es también la intención de quien la dicta. Así, a lo largo de los años, con miles de jueces honrados, se va consolidando el estamento judicial. Un paraguas bajo el que los ciudadanos nos sentimos protegidos. El Estado de derecho no es solo lenguaje. Es, sobre todo, la confianza que tengamos en él. Por esto, ver cómo jueces escriben sentencias técnicamente correctas que determinan que lo que era negro es ahora blanco no me hace pensar, como pudiera parecer lógico, que es todo un fraude, pura tramoya. Más bien me doy cuenta de que hay unos que quieren construir y otros destruir.
Francisco López. L’Hospitalet (Barcelona)
Había cumplido los años para jubilarse, era autónomo, su trabajo consistía en atender a clientes y amigos en un despacho instalado en una de las habitaciones de su casa. Auditorías y asesoría fiscal. Nunca le apetecía retirarse por cumplir años, le gustaba su trabajo. Su despacho estaba forrado de estanterías de madera de pino hasta el techo, repletas de libros profesionales, premios Nobel, premios Nadal, premios Planeta, Pulitzer, enciclopedias, novelas de distintos temas de escritores famosos. Un día, pensativo, mirando a su alrededor, con unos lentes bifocales a mitad de la nariz, decidió jubilarse para poner orden en su biblioteca. Mandó hacer un sello ex-libris con su nombre en una imprenta para marcar sus libros, como un granjero marca a sus reses para controlarlas. Tenía miles de libros que quería dejar en herencia a sus hijos. El tiempo que durase esa labor no le importaba. Su compañera de vida no le molestaba, ella cumplía con sus labores de casa. Fue acumulando pilas de libros en la mesa para proceder a marcar y numerar los libros. Pero murió sin terminar de marcar toda su biblioteca. Los hijos se repartieron los libros marcados que les interesaban, y metieron los que no quisieron y no estaban marcados en varias cajas de cartón y los regalaron a bibliotecas públicas.
Pilar Valero Capilla. Zaragoza
LA CARTA DE LA SEMANA
Cada día, en el transporte público, en la calle, en los hogares, en los bares o en el campo, son muchos quienes se pierden en el brillo magnético de sus dispositivos electrónicos. Podría parecer que nunca hemos estado tan bien comunicados e informados. La realidad es muy diferente: vivimos en un mundo en el que cada vez más personas sufren de soledad no deseada, una situación dramática que trasciende las barreras de la edad. Deberíamos entender que una pantalla o el escaparate irreal de las redes nunca sustituirán a las auténticas relaciones personales, al afecto y a la cercanía que los seres humanos necesitan en algún momento de sus vidas. La supuesta falta de tiempo en un entorno de obligaciones y autoobligaciones, que nos estresa cada vez más, no debería ser óbice para que nos olvidemos de hacer saber a nuestros familiares, amigos, compañeros y vecinos que estamos ahí, ya que la vida es muy breve y sería una triste ironía que los mismos aparatos que hemos creado nos arrebaten lo que nos hace humanos.
André Piñeiro González. Vilagarcía de Arousa (Pontevedra)
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