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El bloc del cartero

Pobres

Lorenzo Silva

Jueves, 07 de Diciembre 2023, 12:23h

Tiempo de lectura: 3 min

Nos recuerda un lector un libro del Antiguo Testamento que viene al caso de muchas de las noticias que en estos tiempos nos llegan, y de las historias de las que se hacen eco otras cartas de esta semana. Habla de los pobres, y de cuánto y cómo los vemos, o preferimos verlos solo un poco, o incluso dejar de verlos. Los pobres son los que salen malparados en el reparto de cartas que hace la fortuna: hay quien tiene siempre la tentación de culparlos por lo que les ha tocado, y la tentación es más fuerte cuanta más otredad se percibe en ellos. No digamos ya si existe algún pretexto para considerarlos enemigos. Y, sin embargo, no hay historia que quede bien contada prescindiendo del sufrimiento de aquellos a quienes les pasa por encima. Omitirlos convierte cualquier relato en patraña al servicio de los afortunados.



Las cartas de los lectores

Tobit

En el capítulo cuarto del Libro de Tobit (uno de los más bellos del Antiguo Testamento), Tobit –un anciano venerable– se despide de su hijo, que emprende un largo viaje. Teme no volver a verlo. En una escena conmovedora le dirige por ello unas palabras que hoy nos pueden ayudar. Tobit le explica su compromiso con los más necesitados. Desde joven ha compartido su pan con ellos y les ha dado limosnas o un digno sepelio cuando era necesario. «No apartes tu rostro del pobre» (Tb 4,7), dice a su hijo. Por ese compromiso, Tobit fue perseguido por las autoridades y perdió sus bienes. No obstante, jamás se acobardó, y todo ello lo ayudó a comprender más la situación de los empobrecidos, nuestros hermanos. Eso nos enseña: estamos llamados a escucharlos y a acogerlos descubriendo la sabiduría que Dios nos comunica a través de ellos.

Martí Mancilla Muntada. Correo electrónico


Cada niña y niño

Cada vez que veo las imágenes de niños y niñas en cualquier guerra, se me cae el alma. La infancia refugiada, sin hogar ni seguridad. Los más de 40 millones de niños desplazados en el mundo merecen más que la supervivencia: merecen la oportunidad de crecer en un entorno seguro, de aprender, jugar y soñar y tener un futuro como un lienzo abierto, no una neblina de incertidumbre. No sé quién habrá dicho esa tontería de que los hombres no lloran: yo afirmo que también lloran. Lo digo por experiencia propia.

 Alberto Álvarez Pérez. Sevilla


Él

El lema del Día contra la Violencia de Género de este año era «Se acabó», de María Jiménez. Las mujeres maltratadas no oyen esa canción ni ven ni reconocen el mundo exterior. Su mundo es su casa, su mundo es él. Rezan para que él cambie. Quizá un día él llegue borracho o enfadado y la mate solo por estar ahí, solo porque puede. Puede porque ella aguantó el primer golpe, y el segundo, la primera paliza. Un día ella miró desde el suelo a su hija de un año en la trona, supo que debía irse y se fue. Él la esperó una noche a la salida de un bar y la atropelló; ella puso su primera denuncia. En la puerta del juzgado pensó que, si lo metía en la cárcel un par de años, él, al salir, ya no fallaría. Alguna televisión les dirá que denuncien, que hay juzgados dedicados a eso, y nos enseñarán la tobillera que le pondrán y nos salvará si él se acerca. No hay juzgados, tobilleras ni Policía para todas, y él lo sabe.

Corín Tellado (seudónimo). Correo electrónico


Aparece una foto. Un hombre descalzo, despeinado y herido camina por una calle devastada con una niña ensangrentada en brazos. Su gesto es más de desconcierto que de horror. El autor la titula: «¿A dónde ir? Sin ambulancias, sin hospital». Desaparece la foto. Era parte del Facebook de un periodista de Gaza. Sin hacer yo nada, la red me bombardea con fotos de gatitos y tortugas, cotilleos de celebridades y anuncios de almohadas ortopédicas. Así, el palestino con la niña muerta es sepultado por mil informaciones superfluas, y el horror y la compasión que me despertaba se diluyen en mi memoria como megabytes en la nube. La fugacidad y la ingente cantidad de información que rigen este tiempo emponzoñan nuestra capacidad de empatizar con el dolor ajeno. Si antes era una tentación cambiar de cadena ante imágenes terribles, ahora las redes lo hacen por nosotros. Al parecer, velan por nuestra comodidad. Pero, cuidado, algún día, los de esas imágenes quizá seamos nosotros.

Yemila Saleh Fraile. Bilbao


Por qué la he premiado… Porque retrata con certera crudeza nuestro contemporáneo uso y abuso de anestésicos.


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