El bloc del cartero

Chiringuitos

Lorenzo Silva

Viernes, 09 de Agosto 2024, 10:19h

Tiempo de lectura: 6 min

Costaría encontrar un francés que dijera que el dinero público que se invierte en apoyo del cine nacional equivale a la financiación de un chiringuito improductivo. Sin embargo, y como prueba una de las cartas de esta semana, no es infrecuente que un español lo

afirme, aunque la suma que aquí se destina a esa industria desde las arcas públicas sea muy inferior. La crítica del lector se extiende a los fondos asignados a sindicatos, partidos, medios, chiringuitos ideológicos todos ellos, a su juicio, que absorben los recursos que no hay para cubrir necesidades mucho más perentorias. Que no sea una opinión aislada invita a meditar sobre cómo rinden cuentas todos esos beneficiarios de su contribución al bien común, pero también sobre nuestra eterna, agotadora y onerosa querella contra nosotros mismos


LAS CARTAS DE LOS LECTORES

Importancia

Vivimos en un país en el que todos nos damos mucha importancia. Nos creemos que a los demás les importa lo que pensamos o digamos. La gente está, lógicamente, a lo suyo. Sin hacer daño a otro, o a un tercero, que cada uno piense y viva como quiera. Lo que creo es que el pueblo está harto de pagar con sus impuestos chiringuitos ideológicos, partidos, sindicatos, medios, cine, etc. Que se lo paguen de su bolsillo. Hay demasiada gente en España a la que le gusta vivir del esfuerzo e impuestos del pueblo... ¿Sabéis por qué deben pagarse esos chiringuitos de sus bolsillos y dejar de saquear al pueblo? Porque en España hay mucha gente durmiendo en la calle, porque hay un 25 por ciento de niños en riesgo de exclusión, porque en muchas provincias, como Ciudad Real, hay un solo hospital. En España hay muchas necesidades que deben ser subsanadas y ya está bien de subvencionar lo que es secundario cuando con lo básico se mira hacia otro lado, como si no existiese. Pero esta es solo mi opinión, y tampoco tiene la menor importancia.

 Luis Maroto Rivero. Correo electrónico


Soledad no deseada

Ayer observé a unos niños jugando en la calle. Me invadió una sensación agridulce, de felicidad y nostalgia. Antaño practicábamos juegos en los que dábamos rienda suelta a una creatividad desatada. Actualmente, los niños permanecen horas absortos en las pantallas que los abducen. Para-dójicamente, en la era de la hiperconectividad los jóvenes suelen estar solos. Habitan entre redes contemplativas. Se acentúan las depresiones en la preadolescencia. Jóvenes aislados por problemas de salud mental, por sufrir acoso escolar, víctimas de discriminación por su orientación sexual o su origen extranjero, o simplemente aislados por el reemplazo de la cálida relación humana por la fría y mecánica digital. Asistimos a una soledad no deseada socializada.

José María Torras Coll. Sabadell


Valencia, en llamas

Y no son Fallas. Hace calor y los muchachos enseñan sus pectorales y las muchachas, su ombligo. Los ventiladores tratan de mover el aire cálido y tropical, y el aire acondicionado no da abasto. Pero, mientras Valencia está en llamas, los niños disfrutan de sus vacaciones, con piscinas y largas jornadas de juegos al aire libre, mientras los adultos hacen lo propio con otros entretenimientos. Yo lo observo todo asomado a la ventana cuando el calor da una tregua. Y me divierto como el que más, con libros, amigos y demás, mientras en Valencia cae fuego.

Javier del Hoyo Andreu. Valencia


Imaginen la realidad 

Imaginen estar uno o dos años preparándose una oposición donde miles de personas escriben el mismo tema, pero donde cada uno/a reflejara un contenido diferente porque no se ha establecido un temario cerrado. Imaginen que para la redacción de la prueba solamente existieran unos títulos totalmente desactualizados. Imaginen que un examen que decide tu futuro no tuviera criterios de evaluación y que estos salieran muy generales y publicados una vez realizada la prueba. Imaginen que ni los propios tribunales se aclaren para corregir dichas pruebas. Imaginen además que, tras tantos nervios, noches sin dormir y dolores estomacales tengan que esperar unas notas que no saben cuándo saldrán a la luz. Imaginen que finalmente salieran anónimas un viernes y les hicieran esperar un fin de semana para conocer la identidad. Imaginen que, tras ello, los opositores se encontraran con calificaciones que oscilan en la mayoría de los casos de 0 a 3 puntos sin ninguna explicación. Pero, es más, imaginen que después de toparse con estas calificaciones que para nada reflejan el esfuerzo y estudio invertidos solo se tenga un día para alegar. Imaginen aún también tener la última gota de esperanza en que te revisen adecuadamente una calificación tan humillante e imaginen que como respuesta se reciba una escasa línea o una copia y pega para todos el mismo que sostenga algo así como: “no se modifica la nota”. También pueden imaginarse que esto no sucediera así, sino que tampoco se cumpliera con el plazo de revisión establecido y se contestara una vez traspasado. Imagínenlo. Ahora dejen de imaginar. Todo ello ha sido una realidad en las oposiciones de reposición de maestros en Aragón de 2024. Imaginen ahora todo lo que han dejado de lado los opositores esos años. Imaginen la energía y ganas invertidas. Imaginen su desmotivación y sus sueños hechos trizas. Imaginen la rabia y el dolor. Imaginen estar en sus pieles…

Laura Jiménez. Correo electrónico


No a la indiferencia

30 de junio 2024; Santiago de Compostela. Miles de personas nos concentrábamos alrededor de la Xunta de Galicia para expresar nuestra máxima repulsa ante el proyecto de construcción de una macrocelulosa en Palas de Rei (Lugo). El objetivo: frenar lo que se prevé como una catástrofe ambiental anunciada. Sorprendentemente, nuestro gobierno autonómico apoya esta iniciativa privada haciendo uso de unos fondos públicos europeos cuyos beneficios deberían repercutir en toda una comunidad y no en unos pocos. Además, haciendo uso de unos recursos naturales que deben perdurar para futuras generaciones. Ningún representante político puede adueñarse de la tierra, el aire o el agua de Galicia, sencillamente no les pertenecen. Y todo ello con la más profunda oposición de la población local y la de los concellos aledaños que contemplan, con extrema preocupación el impacto irremediable, e irreversible, que podría producirse en la flora y fauna, así como en el medio de vida de muchos vecinos. La convocatoria fue un éxito. Las emociones afloraban por momentos. Por un lado, la indignación común que nos llevó a dicha congregación. Por otro, el orgullo de sentirse parte de un pueblo capaz de erigirse ante sus gobernantes y enfrentarse a una multinacional colonizadora que, para muchos, esquilmará nuestros recursos mientras los haya y después marchará sin dar más explicaciones…Estimado lector, les escribe el padre de dos niñas adolescentes. Como no podría ser de otra manera, me preocupa su futuro y también nuestro presente. Intento transmitirles ciertos valores. Intento convencerles, ahora que empiezan a trazar su propio camino, que deben vivir sin miedo a reír, sin miedo a llorar, sin miedo a oponerse a las injusticias, sin miedo a solidarizarse con los desdichados allá donde los haya… En definitiva, intento transmitirles que nunca se deben rendir ante la indiferencia.

 Jorge Álvarez. A Coruña

LA CARTA DE LA SEMANA

LA PUERTA VERDE

+ ¿Por qué la he premiado?

Porque a veces, en efecto, es uno mismo quien se niega la oportunidad.

La veía pasar ante el escaparate de su librería. Y un día, sin más, la siguió. Entró en una casa de la plaza, la de la puerta verde. Un día decidió llamar. No había respuesta. Siguió así. El resultado era siempre el mismo. En una ocasión, le dio la impresión de que alguien movía una cortina. ¿Sería su imaginación? Pero nadie abría la puerta cuando llamaba. Pasaron los días y seguía viéndola por la calle, entre el gentío o entrando en la casa de la puerta verde. Pero allí nadie respondía. Una tarde, algo había cambiado. Era casi de noche y se veía luz bajo la puerta, interrumpida en ocasiones, como si alguien pasase de un lado a otro. Volvió a llamar, pero nada. Ese día, escuchaba música. No había tenido la certeza de que hubiese alguien dentro cuando llegaba, pero en esa ocasión era diferente. Agarró la manilla. No estaba cerrada. Entró y se encontró una sala con una chimenea encendida. En la pared, un reloj moviéndose casi en silencio. En una mesita había dos tazas humeantes de chocolate. Y ella estaba allí de pie junto a la chimenea, sonriéndole. «Te esperaba. Has tardado en decidirte a abrir la puerta».

Juan A. Álvarez Estévez. Pontevedra

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