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Cambia lo que puedas cambiar y acepta lo inevitable. Esta máxima del pensamiento estoico y otras similares se repiten hoy como un mantra en libros, reuniones, congresos, blogs, cursos o canales de YouTube. Esta corriente filosófica grecolatina está viviendo un nuevo aggiornamento.
Todos los otoños, miles de personas participan en la Stoic Week, un evento filosófico (y también un experimento de ciencias sociales) que organiza la Universidad de Exeter (Inglaterra) con la colaboración de filósofos, terapeutas y practicantes del estoicismo venidos de todo el mundo. Se reúnen para aprender sobre esta corriente que nació en Grecia en el siglo III a.C. y para analizar si puede ser una herramienta clave para mejorar las vidas de los ciudadanos en el siglo XXI.
Y sí, parece que funciona: los seguidores de estos encuentros internacionales aseguran que han aumentado sus emociones positivas (un 9 por ciento), han disminuido las negativas (un 11 por ciento) y que su satisfacción vital ha mejorado (un 14 por ciento). Y esto lo han experimentado con una semana de práctica de las técnicas estoicas.
En los actuales tiempos del imperio de la tecnología, de selfies, de caprichos, de deseos constantes y vanidades, de vivir más hacia fuera que hacia dentro, las ideas que el chipriota Zenón de Citio transmitía a sus discípulos bajo la stoa poikilé (el 'pórtico pintado') del ágora de Atenas (de ahí procede su nombre) ofrecen consuelo y regalan herramientas para vivir una vida plena.
1. Diario filosófico
Al final del día anota los episodios importantes. Escribe en segunda persona. No te fustigues por los errores: reconócelos para futuras mejoras. Pregúntate: qué hice mal, qué hice bien y qué puedo hacer mejor la próxima vez.
2. Practica la abstinencia
Durante unos días evita hacer algo que te gusta. Así aprendes a ser menos dependiente de tus placeres y te demuestras que disfrutas con tus placeres, pero los controlas tú a ellos, no ellos a ti.
3. Sigue un modelo
Busca un modelo de comportamiento que admires. Puedes conocerlo (abuelo, madre…) o no (tipo Nelson Mandela); o alguien inventado que sea empático, valiente. Ante un problema, pregúntate qué haría tu modelo.
El estoicismo, que predica que vivamos de acuerdo con la naturaleza, que cambiemos lo que se pueda cambiar y aceptemos lo inevitable; que nos desembaracemos de la tiranía de los deseos; que disfrutemos de lo que tenemos en vez de anhelar lo que no tenemos; que cultivemos la fuerza interior; y que asegura, además, que todo tiene sentido aunque lo desconozcamos, se ha convertido en una medicina del alma con un ejército de fans entre los que se encuentran Jack Dorsey, cofundador de Twitter, el actor Matthew McConaughey o el exseleccionador nacional Luis Enrique.
Cuando nació el estoicismo, se vivían tiempos convulsos: se desmigajaba el Imperio macedonio, reinaba la inseguridad y los individuos se sentían en la intemperie. Los ciudadanos del siglo XXI viven preocupados por mantener el puesto de trabajo, angustiados por si cobrarán la pensión, podrán pagar un piso, llegarán a fin de mes, presionados por el constante pitido de sus teléfonos. Están también a la intemperie. Y son conscientes, además, de que el cambio climático pone en peligro su subsistencia en el planeta.
No es estoico montar un cirio en el aeropuerto si han cancelado tu vuelo. Es estoico aceptar un diagnóstico preocupante con serenidad y hacer acopio de coraje para enfrentarse a la enfermedad, porque eso sí depende de ti. Es estoico sentir paz interior. «Vivimos en una compulsividad constante a la que contribuye la digitalización. Lo que te va a salvar es el sosiego, la calma, el pensar crítico. Un punto diferencial del estoicismo es que trabaja en cómo piensas y en la importancia de pensar bien», dice Begoña Román, profesora de Ética de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona.
Uno de los grandes atractivos de los estoicos es que son fáciles de asimilar. Se entiende lo que dicen. Son pensamientos breves, que se adaptan bien a los tiempos de los 140 caracteres. Nada que ver con leer a Schopenhauer o a Kant. Los suyos «son pensamientos claros, sencillos, para recordarlos en momentos de cierta turbación. Es una filosofía que se adapta a los tiempos actuales. Pero, ojo, es filosofía, no autoayuda», apunta Begoña Román.
En tiempos de comercio electrónico y de likes, los estoicos predican el desprecio por el consumismo y las veleidades de la fama que esclavizan. Su ideal vital es «el sabio que domina los afectos, soporta el sufrimiento con serenidad y se conforma con la virtud como única fuente de felicidad», así define el estoicismo el filósofo alemán Walter Brugger.
La fuerza interior es uno de los pilares de su pensamiento. Cuando las desgracias y las penas no las puedas cambiar, cámbiate a ti mismo, accede a tu 'ciudadela interior', refúgiate allí porque ese lugar sagrado es solo tuyo. Nadie podrá quebrar tu interior si es una fortaleza inexpugnable.
Eso le sirvió al psiquiatra vienés Viktor Frankl, autor de El hombre en busca de sentido y padre de la logoterapia, a sobrevivir a los campos de concentración nazis. Esa fuerza interior ayudó también a Nelson Mandela a soportar 27 años de prisión y apuntaló la esperanza de William Ernest Henley, machacado por la enfermedad, autor de los versos «soy el capitán de mi alma, el dueño de mi destino».
Ese «cuidado del alma», así lo llama Josep Maria Esquirol, catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona y un referente de la filosofía de la proximidad, ayuda a «no estar tan expuesto a los infortunios y las dificultades de la vida», explica.
Se trata de edificar una libertad interior, sorda al griterío y el postureo de las redes sociales. Se trata de labrar una independencia moral, crear una individualidad fuerte y virtuosa. Y se trata de aceptar lo más inevitable de la vida: la muerte. «Acéptala de buen grado porque forma parte de lo establecido», dice Marco Aurelio, el emperador estoico que nos dejó sus rotundas Meditaciones.
«Para los estoicos, la vida es un proyecto en desarrollo; y la muerte, su meta lógica y natural. No es algo que debamos temer», explica Massimo Pigliucci, profesor de Filosofía en el City College de Nueva York y autor de los libros Cómo ser un estoico y La forja del carácter (Ariel).
Pigliucci, como muchos babyboomers, es un estoico entusiasta. «Hace poco superé el medio siglo. Eso me hizo pensar quién soy y qué estoy haciendo... Como persona no religiosa, también estaba buscando algún tipo de guía para prepararme para el final de mi vida. Tenemos que saber cómo morir de una manera digna. En este sentido, una de mis citas favoritas de Epicteto ejemplifica la practicidad del estoicismo: 'La muerte es necesaria y no se puede evitar. Es decir, ¿adónde voy a ir para alejarme de ella?'», cuenta Pigliucci.
Como la muerte es inevitable, aprendamos a vivir, nos dicen los estoicos. Séneca nos zarandea para que no despilfarremos nuestra existencia en fruslerías. «La gente es codiciosa con lo material, pero es despilfarradora cuando se trata de gastar el tiempo, lo único en lo que la codicia es una virtud», dice. «Nuestra vida no es breve. Lo que sucede es que perdemos el tiempo», insiste Séneca en los primeros párrafos de El arte de la vida, que acaba de reeditar la editorial Koan, uno de los muchos títulos estoicos que reviven ahora.
Según Seneca, los romanos de su época perdían el tiempo con el sufrimiento inútil, la euforia estéril, el deseo codicioso o la adulación. Ahora, lo perdemos en esos y otros menesteres añadidos. Séneca se llevaría las manos a la cabeza con las 3,5 horas de media al día que dedicamos a vagar por nuestros teléfonos. Y le espantarían los 'fardeos' en Instagram. Esto que dijo se podría aplicar a los influencers: «Piensa en esos cuyo nombre anda en boca de todos y llegarás a la conclusión de que son sirvientes unos de otros y ninguno es dueño de sí mismo». No importa la fama entonces. Los estoicos apuestan por un carpe diem sencillo y sereno.
A lo largo de la historia, el estoicismo ha tenido un enorme poder de atracción. Se mantuvo en Roma durante seis siglos. Convenció a personajes como Catón el Viejo o Escipión el Africano. Decayó cuando Justiniano impuso el cristianismo como religión oficial y cerró la Academia de Atenas. Pero resurgió en el Renacimiento. Atrajo a Erasmo de Róterdam, Juan Luis Vives, Calvino, Montaigne, Montesquieu, Rousseau... y ahora aflora de nuevo.
Ah, pero también hay quien los critica, sobre todo por defender una pasiva resignación ante las dificultades. «Una cosa es que le digas a la gente que afronte la desdicha y la frustración, pero el ser humano necesita intervenir porque la idea de progreso está en nosotros», dice Amelia Valcárcel, catedrática de Filosofía Moral y Política en la Universidad Nacional de Educación a Distancia.
No está de acuerdo Begoña Román: «Epicteto, que fue esclavo, compró su libertad. Séneca conspiró continuamente contra emperadores que no consideró idóneos», cuenta. No se trata de resignación o pasotismo, sino de aceptación de lo inevitable, argumentan los estoicos.
Un ejemplo de estoicismo fue la muerte del propio Séneca, en el año 65. Nerón ordenó que se suicidara. Lo acusaba de haber conspirado contra él. El senador romano, que fue preceptor de Nerón durante años, aceptó su condena y se quitó la vida. El acatamiento fue sereno; la muerte, sin embargo, difícil. Fue una tortura lenta: Séneca se cortó las venas, pero no acababa de desangrarse; tomó cicuta y tardó en hacer efecto; finalmente, sus esclavos lo ayudaron a ahogarse. Fue una muerte estoica: terrible, pero aceptada con serenidad y templanza.
Es una de las críticas al estoicismo: predican el control de los deseos y la vida sencilla porque muchos de sus seguidores eran los favoritos de la fortuna, cuya vida de placeres engendraba vacío espiritual y sentimientos de culpa. Dos pensadores nos dan visiones opuestas.
Profesor de Filosofía en el City College de Nueva York, biólogo y escritor
No lo es. «El carácter moral es lo único que merece la pena cultivar; la salud, la educación e incluso la riqueza son externalidades que no definen lo que somos como individuos y no tienen nada que ver con nuestra valía personal, que depende de nuestro carácter y de nuestro ejercicio de las virtudes. En este sentido, el estoicismo es eminentemente democrático. Ya seas... Leer más
Catedrática de Filosofía Moral y Política de la Universidad Nacional de Educación a Distancia
Sí lo es. «Los estoicos y los epicúreos piensan que la verdad o la buena vida es solo para los sabios, que la mayoría de la gente es necia y que, por lo tanto, no se le puede enseñar a vivir porque no tienen capacidad de aprender. Se desentienden de la masa, se dirigen solo a selectos individuos. Tanto epicúreos como estoicos hacen una... Leer más