Espectáculo clavadista Carlos Gimeno gana el Red Bull Cliff Diving de Stari Most El español que voló sobre el puente de Mostar
En 1993, las fuerzas croatas destruyeron el emblemático puente de Mostar, en Bosnia y Herzegovina. Había sido construido en el siglo XVI y, desde entonces, los jóvenes saltaban desde sus 21 metros como prueba de madurez. Tras su reconstrucción en 2005 volvieron los saltos. Ahora, cada verano acoge las fascinantes Series Mundiales de la Red Bull Cliff Diving, en las que acaba de imponerse, por primera vez, un español: el canario Carlos Gimeno.
Martes, 12 de Septiembre 2023
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Cinco giros mortales hacia atrás rematados con una suspensión sublime antes de una limpísima entrada en el agua le valieron la gloria: el clavadista grancanario Carlos Gimeno acaba de hacer historia en las Series Mundiales de Red Bull Cliff Diving, el circuito internacional de saltos de gran altura en el que, desde 2018, participa como invitado. Es, de hecho, no sólo el primer español en ganar una de estas series, sino también el primer invitado que destrona a los mejores saltadores del mundo, con plaza permanente. Su hito lo coloca tercero en la clasificación mundial y podría valerle también a él una plaza permanente en los mundiales futuros.
Y todo esto en el marco incomparable del Stari Most, el famoso puente viejo de Mostar, en Bosnia y Herzegovina, declarado por la Unesco Patrimonio Histórico de la Humanidad en 2005, tras su reconstrucción íntegra, cuatro años después del fin de las Guerras yugoslavas (1991-2001), durante las cuales, el 9 de noviembre de 1993, en plena guerra de Bosnia, fue destruido a pesar del llamamiento de la comunidad internacional para frenar la acción. No resistió los bombardeos de las fuerzas croatas y cayó sobre las frías aguas del río Neretva.
Hasta entonces, el puente —una joya arquitectónica medieval— había resistido, a lo largo de cuatro siglos, a terremotos, inundaciones y guerras de todo tipo. Lo habían atravesado incluso los Panzer de la Alemania nazi.
Por eso, desde su caída, el viejo puente destruido simbolizó no solo el fin de varios siglos de cierta convivencia entre comunidades religiosas y étnicas en la región —serbios ortodoxos, croatas católicos y bosnios musulmanes—, sino también la inmensa brecha abierta por un conflicto que solo entre 1992 y 1995 —durante la guerra de Bosnia— dejó más de 200.000 muertos.
Decapitar o no al arquitecto
Cuenta la leyenda que Mimar Hayrüddin —constructor del puente en el siglo XVI y discípulo del gran arquitecto otomano Mimar Sinan— nunca vio terminada su obra: antes de que se retiraran los andamios para la inauguración, se marchó de Mostar. No tenía, al parecer, el valor de quedarse a ver si el puente aguantaba en pie, ya que —incluso sin dudar de su propia pericia como arquitecto— le sobraban motivos para temer el más mínimo contratiempo. El sultán Suleiman el Magnífico lo había amenazado: si la estructura se caía, Hayrüddin sería decapitado.
Desde entonces, la vida en Mostar ha girado alrededor del puente, que incluye unas torres fortificadas a los extremos y se integra en el paisaje, regalando una vista verdaderamente espectacular. A tal grado llega su influencia que el puente es el símbolo de la bandera y del escudo de la ciudad.
Desde el fin de la guerra de Bosnia, en 1995, hasta el comienzo de las obras de reconstrucción, en 2001, ambos lados de la ciudad permanecieron unidos en ese mismo sector gracias a un puente provisional construido por ingenieros militares españoles destinados en la región como parte de la misión de paz de la ONU.
La reconstrucción del puente
Tras la pacificación de todo el territorio exyugoslavo, se iniciaron así los trabajos de reconstrucción del puente y de sus edificios aledaños, bajo la colaboración de la Unesco y de organizaciones de rescate del Patrimonio de la Humanidad. Fue un arduo trabajo de años que buscó y logró levantar el nuevo puente según los antiguos métodos y tradiciones para recuperar la fisonomía y la dinámica vital perdidas.
El resultado es una réplica fiel al original, aunque no se pudo reutilizar en él ninguna piedra recuperada del antiguo paso: no eran suficientes. El color de la piedra denota, a su vez, una marcada diferencia con el puente destruido por los croatas, una diferencia que solo el paso de otros cuatrocientos años podría difuminar.
Con todo, el nuevo puente se reinauguró finalmente el 23 de julio de 2004, como símbolo de la reconciliación nacional en Bosnia y Herzegovina, y con su reconstrucción, volvieron también —por todo lo alto— los ancestrales saltos desde sus 21 metros a las aguas del Neretva.
Y es que saltar desde el Stari Most es una prueba de coraje que data de más de 400 años, cuando los jóvenes locales saltaban desde el puente como un acto iniciático de madurez, una prueba de valentía.
Las increíbles acrobacias de los clavadistas en caída libre aceleran la velocidad de inmersión, llegando a entrar al agua a 85 kilómetros por hora tras apenas 3 segundos en el aire
Los saltos, un rito iniciático ancestral
El primer relato escrito que alude a estos clavadistas data del siglo XVII. Entonces, el explorador otomano Evliya Çelebi dejó una original metáfora sobre lo que, según cuenta, vio un día allí: «Observado desde la distancia, el puente muestra la redondez de un arco del que una flecha acaba de volar mientras el arco se congela». Con palabras menos poéticas, describe también el modus operandi de los clavadistas: «Corren antes de saltar desde el puente y caer al río, volando por el aire como pájaros que realizan trucos».
Eso mismo —volar como pájaros que ejecutan todo tipo de acrobacias en sus caídas— hacen también ahora, desde 2015, los mejores clavadistas de todo el mundo, reunidos en el viejo puente de Mostar para competir cada verano en la penúltima parada de las Red Bull Cliff Diving World Series, algo así como las Series Mundiales de Salto de Acantilado. Se iniciaron en otros parajes en 2009, patrocinadas por Red Bull, y representan un circuito internacional anual de competiciones en las que una veintena de atletas, mujeres y hombres, saltan desde una plataforma combinando increíbles acrobacias en caída libre.
El evento de Mostar, particularmente especial por todo lo que simboliza el puente, atrae a varios miles de espectadores cada final de agosto y no hace más que aumentar la creciente popularidad de este paraje natural único.
Al margen del valor simbólico que el salto tenía ancestralmente como prueba de madurez, el reto es inequívoco y sólo para expertos: lanzarse al agua desde esa altura puede conllevar terribles consecuencias. Es preciso saber caer y entrar adecuadamente en el agua en el instante de la zambullida. Basta con ver la violencia con la que el cuerpo de los más expertos clavadistas de las Red Bull Cliff Diving entra en el agua para imaginar una mala caída.
Son así muchas las variables físicas que un clavadista considera al planificar la dificultad del salto a ejecutar. Una de ellas –que expresa muy bien estas dificultades– son las fuerzas g que los cuerpos soportan durante la caída.
Con esa unidad de medida —'fuerza g'— se mide en física la carga de aceleración súbita de una masa. Así como 1 g corresponde a la aceleración generada por la gravedad terrestre, 6 g corresponde a la que experimenta nuestro cuerpo en una montaña rusa. Estos atletas alcanzan las 10 g... e impactando contra el agua.
De hecho, la propia combinación de las increíbles acrobacias que los clavadistas ejecutan en caída libre acelera la velocidad de inmersión, llegando a entrar al agua a 85 kilómetros por hora tras apenas 3 segundos en el aire. La inmersión exige por ello caer de pie, con los brazos pegados al cuerpo y todo el cuerpo cerrado en tenso bloque.
Al margen de todas estas dificultades técnicas, sus saltos conllevan una cuestión estética importante que los jurados también puntúan. Se trata así siempre de una especie de danza aérea cuya coreografía está milimétricamente estudiada y que muchas veces los espectadores pueden ver cómo los atletas la repasan en tierra firme antes de saltar.
Al margen de la parada de Mostar cada final de agosto, las demás competiciones se desarrollan entre los meses de junio y septiembre en lugares especiales de Texas, Bilbao, Sao Miguel en las Azores; Sisikon, en Suiza; Copenhague; Polignano a Mare, en Italia; El Nido, en Filipinas; Dublín y Downpatrick Head, en Irlanda; Beirut; Saint Raphaël, en Francia, y Oslo.
Entre los competidores, Gimeno no es el único español. También destaca la madrileña Celia Fernández, de 34 años, tres veces campeona nacional de gimnasia. Intentó su primer salto desde la plataforma de 10 metros a sus 25 años. Le daba también mucho miedo la altura, pero tenía un objetivo muy claro: convertirse en clavadista.
«Un año y medio después de empezar a saltar, conocí a Jonathan Paredes en la piscina de Madrid [este saltador mexicano, conocido como 'el maestro del estilo', es campeón de las Series Mundiales de Red Bull Cliff Diving 2017]. Estaba supernerviosa, porque lo conocía, por supuesto, y lo admiraba. Así que me armé de valor, me acerqué a él y le dije: Quiero ser como tú». recuerda Fernández. «Voy a competir en las Series Mundiales de Red Bull Cliff Diving, ¡así que acuérdate de mi cara!».
Dicho y hecho: ya es la primera atleta española en participar en la categoría femenina de las Series Mundiales.
En la categoría masculina el canario Carlos Gimeno no está solo. El también canario Alberto Devora, de 30 años, ha participado como invitado en series de 2019 y 2021.
Con todo y pese a todo, puede decirse que la de este Patrimonio Histórico de la Humanidad es una historia con buen final, tan bueno como lo es el vuelo de estas 'flechas' lanzadas desde el arco que a sus espaldas se congela y que vuelve a ser un puente de intercambio y libertad.
La última salvajada del destructor del puente
Slobodan Praljak —el comandante del Consejo Croata de Defensa que, en contra de todos las peticiones de la comunidad internacional, ordenó en 1993 la destrucción del Stari Most— se suicidó hace ya casi cuatro años, el 29 de noviembre de 2017, ante el Tribunal Penal Internacional para la ex-Yugoslavia que ratificaba su condena a 20 años de prisión por diversos crímenes de guerra, entre los que se incluía la voladura del histórico puente.
Tras escuchar la condena, Praljak gritó al tribunal que él no era culpable de crímenes de guerra y, acto seguido, abrió un pequeño bote que llevaba consigo —aún se desconoce cómo lo introdujo en el Tribunal de La Haya— e ingirió, desafiantemente, el cianuro de potasio que contenía el frasco. El criminal bosnio-croata murió ese mismo día en un hospital.
A cada lado del viejo puente recuperado de Mostar, una piedra muestra una inscripción: «No olvides 1993».
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