Torturas, decapitaciones...
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Torturas, decapitaciones...
Viernes, 20 de Diciembre 2024, 09:41h
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Récords de producción, de distribución, de incautaciones... El tráfico de cocaína vive una expansión sin precedentes, y detrás de ello están las llamadas 'mafias albanesas'. Y creciendo... En noviembre, sin ir más lejos, la Policía interceptó el mayor alijo de la historia de nuestro país: 13 toneladas en Algeciras, solo un año después del récord anterior: 9,5 toneladas en ese mismo destino. Además, en un operativo en Valencia, «tercer puerto de entrada de la cocaína en Europa, detrás de Amberes y Róterdam», según la Fiscalía Antidroga, se aprehendieron este mes 3,5 toneladas y otras 7,5 que llegaron por el de Vigo. Cantidades desorbitantes, ocultas en contenedores entre fruta, atún congelado, envases de zumos..., que dan la medida del progreso de los albaneses. «Hace solo seis años, mover 850 kilos en un envío ya era una barbaridad. Nadie se atrevía a arriesgar más –explica Alberto Morales, jefe de la Brigada Central de Estupefacientes de la Udyco Central–. El salto ha sido descomunal».
Morales ilustra su afirmación con un dato clave llegado desde Ecuador, país situado entre Colombia y Perú, los dos grandes productores mundiales, que los albaneses han transformado en punto neurálgico de su logística. «En los dos primeros meses de 2024 –señala Morales–, la Policía ecuatoriana ya había intervenido 50 toneladas de cocaína, cantidad que no solía alcanzarse hasta junio. Los albaneses están inundando el mundo, y en especial Europa, de cocaína». Lo confirman la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito, el Observatorio Europeo sobre Drogas o la propia fiscal jefa Antidroga, Rosana Morán, en cuya última memoria escribía: «En todas partes, de todo y para todos».
En este entramado logístico, España ocupa un lugar capital no solo como puerta de entrada a Europa, también es punto de encuentro entre criminales. «Aquí se hacen muchas reuniones entre latinoamericanos y europeos –revela Morales–. A los albaneses les gusta el Levante, desde Cataluña hasta la Comunidad Valenciana; es donde más los encontramos».
Estos clanes, en todo caso, ya están presentes en casi todo el mundo –se expanden ahora a Sudáfrica, Asia y Australia–, si bien su ascensión ha sido paulatina. Morales y su equipo, de hecho, no se toparon con ellos en su labor policial hasta 2018. Ese año, la Policía Nacional descubrió con sorpresa, tras la captura de varios albaneses con antecedentes por homicidio y otros delitos –hasta entonces se los asociaba, sobre todo, a robos con violencia–, su capacidad para mover grandes cantidades de droga. A partir de ahí, todos sus sentidos se posaron sobre ellos.
«Era una nacionalidad que no teníamos presente en nuestro ámbito de competencia: los estupefacientes –detalla Morales–. Investigamos, crecieron los detenidos, empezamos a intercambiar información con Albania, Reino Unido, Italia, Holanda, Colombia, Ecuador...». Fue, como subraya el jefe de la Brigada Central de Estupefacientes, el gran punto de inflexión.
«Los pillamos con un millón y medio de euros en efectivo preparado para pagar un transporte de droga –rememora, solicitando anonimato para no entorpecer sus labores de inteligencia, un alto mando de la Sección IV de la Brigada Central de Estupefacientes, la que investiga y persigue el tráfico de cocaína–. Estaban en una maleta que no podíamos ni levantar de lo que pesaba. En los interrogatorios nos sorprendió su arrogancia. Admitieron sin problemas que habían conseguido el dinero robando en naves. Fue cuando nos dimos cuenta de su capacidad, de la cantidad de efectivo del que disponían y de que estaban realizando una reconversión hacia el narcotráfico. Y no solo internacional, también producen marihuana. En España son los únicos a los que se les han pillado plantaciones en exterior, en la zona de Huesca».
El nombre de los albaneses aparece, de hecho, cada vez con más frecuencia ligado también a heroína, marihuana, drogas sintéticas, armas, prostitución, blanqueo de capitales, robos... La mafia albanesa –en realidad, un cúmulo de organizaciones agrupadas por clanes– es por ello el grupo criminal de mayor crecimiento en los últimos años. «Están por todas partes; van allá donde vean una posibilidad de negocio», asegura Morales.
Lealtad, flexibilidad, rapidez de movilización, crueldad, minuciosidad, discreción; son características atribuidas a lo que Morales y el equipo de 25 policías de la Sección IV llaman el 'Balkan Cartel' (cártel de los Balcanes), responsable ya, según algunas fuentes, de un tercio de la economía albanesa. A diferencia de mafias como las italianas Camorra, Cosa Nostra o 'Ndrangheta, o cárteles como los de Medellín, Cali o Sinaloa, esta es una organización difusa, con muchas ramificaciones, y casi impenetrable. «No son, además, grupos con una cúpula clara y establecida –explica Alberto Morales–. De hecho, lo de 'cártel de los Balcanes' es más una referencia a un origen común que a una asociación como tal. Sus líderes, además, están ubicados principalmente en Dubái; desde allí lo manejan todo».
Esta configuración tentacular es una de sus fortalezas, junto con su férrea estructura de clanes –los Fis: 'tribu' en albanés–, heredada del Kanun ('código'), un conjunto de leyes vigente desde el siglo XV que establece reglas estrictas sobre propiedad, relaciones sociales, honor y venganza. Gracias a este ordenamiento, que rige también su identidad, la lealtad es un valor capital entre sus miembros, lo que complica muchísimo las traiciones, la infiltración de elementos externos y, en consecuencia, el trabajo policial. «No hablan nunca, no se chivan. Van a prisión y se comen lo que se tengan que comer. Es parte de la educación que reciben desde niños, donde la lealtad al clan es innegociable –señala el jefe de la Brigada Central de Estupefacientes–. Es algo que los distingue de otras mafias, como las latinas, cuyos miembros no tardan mucho en contarte su vida y milagros y hasta los secretos de su madre».
Tras el colapso de la URSS y del comunismo albanés, bajo el cual prosperaron gracias a sus actividades en el mercado negro, los Fis dieron sus primeros pasos en el tráfico de heroína, pero su gran salto fue en la guerra de los Balcanes, en los noventa. El cierre de la ruta de la droga desde Asia hacia Europa –Turquía, Serbia, Croacia, Eslovenia...– les sirvió la oportunidad en bandeja de plata, aprovechando su conocimiento del terreno para garantizar rutas seguras por las zonas de guerra. Primero, ayudando a otros narcos; más tarde, asumiendo ellos todo el negocio. Y son esos veteranos, exmilitares en aquel conflicto, quienes hoy ocupan la cúpula de este entramado criminal que actúa como una cooperativa a la que cada grupo aporta lo que tiene.
Cuando el conflicto llegó finalmente a Kosovo, en 1999, y sus habitantes de origen albanés recibieron el estatus de refugiados (no se les pedía visado en muchos países), aprovecharon la ocasión para enviar a su gente por toda Europa y a países como Colombia, Perú, México y, sobre todo, Ecuador. En este último, que encadena crisis desde que arrancara el siglo XX y es hoy ampliamente considerado como un Estado fallido en el que operan más de 20 bandas criminales con, se estima, unos 50.000 hombres armados, los albaneses hallaron la oportunidad que buscaban para expandir sus actividades. Los clanes llegaron a Sudamérica y, lejos de enfrentarse a los cárteles, ofrecieron su valiosa colaboración. Su objetivo final era reducir costes y elevar ingresos.
«Se percataron de que eliminar intermediarios dispararía sus beneficios –explica Morales–. Y por eso abrieron 'sucursales' en Ecuador y Colombia. Compraron la droga directamente a los colombianos y, a través de empresas tapadera de exportación de alimentos, ellos mismos empezaron a ocuparse de todo lo demás. Al llegar a Valencia, el kilo de cocaína que sale de Guayaquil ha multiplicado por diez su valor. Imagínate el negocio si pasas diez toneladas... Y lo han hecho 'tan bien' que hoy son los únicos con capacidad para realizar estos grandes envíos».
Un paso capital en esta lucha fue la desencriptación, a partir de 2018, de sus comunicaciones en redes y plataformas como EncroChat, Anom, Sky Ecc... «Nos dio acceso a mensajes y llamadas de los grupos más poderosos de Europa –cuentan desde la Sección IV de la Brigada Central de Estupefacientes–. Descubrir sus niveles de cooperación y redes de contactos y servicios nos dio una nueva perspectiva».
Sus métodos violentos también salieron a la luz: torturas, decapitaciones, enterramientos en vida... –«no hacen amenazas en balde», advierte Morales–; así como la necesaria colaboración en todo el tinglado de las autoridades portuarias, agentes de aduanas y miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado de distintos países.
La minuciosidad y la eficacia son otros puntos fuertes de los albaneses. Se sabe que en América Latina ellos mismos viajan a la selva para supervisar la producción de cocaína en los laboratorios clandestinos o que miembros del grupo se establecen en España para gestionar sus propias guarderías (lugares donde se oculta la droga hasta su puesta en circulación). «Funcionan, en buena medida, como un ejército –revela el jefe de la Brigada Central de Estupefacientes–. Están repartidos por diferentes países y, cuando se los necesita en un lugar, viajan, hacen la operación y se vuelven a separar. Es decir, montan y desmontan una infraestructura según un trabajo concreto. Es su modo de evitar llamar la atención».
Los grupos suelen, además, rotar su ubicación. «Detectas un enclave con diez albaneses y, al mes, cuando van a hacer una operación, se van y te vienen otros diez, lo cual es una dificultad añadida para identificarlos y hacer seguimientos –explica–. Además, se mueven rápido y por todo el país, usando pisos de Airbnb como base de operaciones para no dejar rastro, y pagando en efectivo y con documentación falsa. Suelen tener varias casas alquiladas por España, ya que pueden irse, por ejemplo, a Galicia, a trabajar con los gallegos, que son la Champions League de las descargas en altamar, lo que implica hacer reconocimiento de zona, tener bases operativas, mucho efectivo...».
Toda esta minuciosidad y discreción les proporciona una gran facilidad para permeabilizarse en un lugar, adquirir empresas locales, conseguir documentación, establecer su 'oficina' y empezar a trabajar. «Una vez instalados, lo mismo te hacen robos que tráfico de drogas, blanqueo, cultivo de marihuana... –revela Morales–. Aunque la cocaína es el producto que les da mayor rentabilidad».
Expandirse y diversificarse es inherente, en todo caso, a su modo de actuar, y al jefe de la Brigada Central de Estupefacientes le preocupa la aparición de un nuevo elemento. «Desde hace un tiempo, no hay operación contra ellos en la que no aparezcan armas –advierte–. Ya hemos vivido enfrentamientos en el sur, tiroteos... En cualquier momento, esto va a pegar un boom y va a ser gordo».