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Los mayores y el abismo digital Los rebeldes del clic

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Las personas con más 65 años –diez millones de ciudadanos– sienten que se las ha abandonado, que se ha acelerado la transición digital sin contemplarlas. Su protesta abre el debate sobre la deshumanización de la tecnología, pero también sobre el poder creciente de los mayores, que ya representan el 20 por ciento de la población.

Domingo, 20 de Febrero 2022, 01:00h

Tiempo de lectura: 8 min

Una rebelión puede empezar con un pequeño gesto. Carlos San Juan, un jubilado de 78 años afincado en Valencia, vio cómo el cajero automático se tragaba su tarjeta. Que nadie se confunda: no armó la de Dios. Es un hombre sereno. Urólogo de prestigio y profesor

Una rebelión puede empezar con un pequeño gesto. Carlos San Juan, un jubilado de 78 años afincado en Valencia, vio cómo el cajero automático se tragaba su tarjeta. Que nadie se confunda: no armó la de Dios. Es un hombre sereno. Urólogo de prestigio y profesor universitario. Y que nadie lo compadezca tampoco. No es un abuelo analógico sobrepasado por la tecnología. Introdujo en España una máquina pionera en el tratamiento de las piedras en el riñón y se maneja estupendamente con el móvil y las redes. Carlos San Juan hizo lo que se espera de un ciudadano sensato. Presentó una reclamación. «Pero fue humillante. Me llamó una voz robótica que me decía que no se podía hacer nada. Apenas me dejó explicarme. Antes, cuando llegaba a la sucursal, los empleados me saludaban por mi nombre», recuerda. Promovió entonces una recogida de firmas que alcanzó las 600.000 y que ha tenido una extraordinaria resonancia. Tanta que su lema –«Soy mayor, no idiota»– se ha convertido en un clamor. «Decidí hacerlo porque muchas personas mayores necesitan ir a una oficina porque no se aclaran con los móviles y porque, para utilizar algunos cajeros, hay que hacer un máster. He visto a gente ir a actualizar su cartilla y terminar llorando de impotencia. Los bancos pretenden eliminar a los empleados y que todo el mundo se convierta en trabajador digital, sin cobrar y pagando comisiones».

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Carlos San Juan encendió la mecha. Este jubilado de 78 años promovió una recogida de firmas en reclamo de atención humana en los bancos y logró 600.000 apoyos. La vicepresidenta Nadia Calviño y el gobernador del Banco de España lo han atendido. Las cifras hablan de 'deshumanización': en 2007 había 45.000 oficinas bancarias en España. Hoy, poco más de 15.000. Y solo un empleado por cada 268 clientes (en Alemania, uno por cada 143).

Pero Carlos San Juan piensa que, si hubiera sido solo un tirón de orejas a la banca, su protesta no tendría el recorrido que está teniendo. «Lo que encendió las conciencias –dice– no es solo la brecha digital, que existe y es una batalla que puede ganarse. Lo que ha hecho reaccionar a la sociedad es la falta de humanidad. Y esa guerra, si no hacemos nada ahora, la vamos a perder todos, no solo los mayores».

Con su protesta, Carlos San Juan ha mostrado una grieta de la sociedad. En un mundo de automatización rampante en el que se nos obliga a interactuar cada vez más con chatbots y Alexas, algo está fallando. La tecnología que ahorra costes nos empobrece por su peaje en despidos. Y la digitalización, que nos iba a liberar, nos esclaviza cada vez más a las pantallas.

La actividad bancaria como servicio esencial

Esta deshumanización golpea primero a los más vulnerables. Por eso, la pregunta es obligada: ¿estamos dejando tirados a nuestros mayores? Si España no es país para viejos, acabaremos mal: el 20 por ciento de la población –diez millones de personas– tiene más de 65 años. Y los baby boomers empiezan ahora a retirarse. Las previsiones apuntan a que, en nuestro país, el porcentaje de mayores se duplicará en 2050. Y ahí se vislumbra otro problema. La economía solo se sostendrá si los que peinan canas mantienen su poder adquisitivo. La esperanza de vida ha aumentado más de dos años por década en los últimos dos siglos. Las niñas que nazcan en 2022 vivirán 87 años (y casi la mitad superarán los 100); y los niños, 82. El gasto en pensiones, sanidad y dependencia se comerá la cuarta parte del PIB en 2050. En unas sociedades cada vez más longevas se espera de los mayores que se mantengan activos el mayor tiempo posible, que contribuyan, que consuman bienes y servicios... Casi se les exige. Se habla de la silver economy y del negocio que suponen los viejenials, que gastan en ocio, cosmética, moda... Puesto que la natalidad sigue cayendo, hay que aprovechar que los 70 son los nuevos 50. Pero este gran discurso tiene letra pequeña: si alargas tu vida laboral, si gastas, si te mantienes en forma, importas... Hasta que enfermas o los años te pasan factura. Entonces eres una carga. Y hay pocas cosas más deprimentes que sentir que estorbas.

«Hemos reaccionado ante la brecha digital, pero también ante la falta de humanidad. Esa guerra la podemos perder todos, no solo los mayores»

Carlos San Juan

De momento, Carlos San Juan ha logrado que la vicepresidenta Nadia Calviño se acercara a conversar con él al registrar las 600.000 firmas en el ministerio de Economía y que el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, lo llamara por teléfono, asegurándole que obligaría a los bancos a buscar soluciones. Y no solo para ellos, pues uno de cada tres usuarios de banca no es cliente digital. Andrea Uña, portavoz de los pensionistas vascos, que llevan cuatro años movilizándose para mantener su poder adquisitivo, considera que «la banca ha aprovechado la pandemia para despedir personal y acelerar la transición digital». La patronal bancaria reconoce que la brecha se ha agravado con la Covid, pero a la vez que no hay vuelta atrás: las plataformas financieras de Google, Amazon, Facebook y Apple, y cientos de start-ups, los dejarían fuera de juego. Y asegura que revisa sus estrategias. Que no pasan, sin embargo, por reabrir oficinas. Quedan poco más de 15.000, cuando en 2007, antes del crack, había el triple. ¿Entonces? Propone rediseñar las apps para que sean más sencillas y crear la figura del consejero sénior para ayudar en la operativa del cajero a los clientes con dificultades. Eso no significa que se contrate a más personal: se darán cursillos a los empleados sobre cómo atender mejor a los mayores. Lo que les supondrá más carga de trabajo en un contexto ya saturado: hay un empleado de banca por cada 268 clientes; en Alemania, uno cada 143; en Francia, uno cada 168.

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«Soy mayor, no idiota». Este lema de Carlos San Juan se ha convertido en un clamor. Los pensionistas vascos (en la foto) llevan cuatro años movilizándose para mantener su poder adquisitivo. «La banca ha aprovechado la pandemia para despedir y acelerar la transición digital», denuncian.

¿La actividad bancaria debería ser un servicio esencial y funcionar incluso donde no genere ganancias? Es un viejo debate que se cerró traumáticamente con la reconversión de las cajas de ahorros, pero que la digitalización pone otra vez sobre la mesa. Y se plantean dos alternativas. Una es la existencia de una banca pública que coexista con la privada, como en la sanidad o la educación. La otra, con menos carga ideológica, es que el Gobierno obligue a los bancos a ofrecer unos servicios mínimos, como durante el estado de alarma. Podrían incluso formarse pools de bancos para llegar adonde a uno solo le resultaría oneroso. La formación Teruel Existe ya presentó una propuesta para implantar cajeros multientidad en los pueblos, y el Senado la aprobó. Un atisbo de que la España vacía se percata de que puede influir.

Ante el peso demográfico de los jubilados, en Alemania ya han propuesto que voten los mayores de 16 años, como en Austria

Los que se han percatado plenamente de ello son los mayores. La iniciativa de Carlos San Juan hubiera quedado en anécdota sin el creciente peso demográfico de su generación. En Europa, donde uno de cada tres ciudadanos superará los 65 años en 2060, ese peso ya tiene consecuencias. El nuevo Gobierno alemán, una coalición de socialdemócratas, verdes y liberales, propone que a los 16 años ya se vote, como sucede en Austria, para contrarrestar el sesgo conservador que los sondeos dan a los mayores. Y el politólogo de la Universidad de Cambridge David Runciman va más allá: ante asuntos como el cambio climático o el brexit deberían votar también los niños. ¿Asoma una guerra generacional? No necesariamente. Lo mejor de la cruzada de Carlos San Juan es que ha unido a los mayores y a los que no lo son tanto. Y como él dice: «Esto es solo el principio».

Fernando Gruber, 75 años

«Ahora estás perdido en mitad de la calle con una pantalla»

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«El paternalismo con el que se nos trata a los mayores es ofensivo. Por ejemplo: ¡que no me hablen con diminutivos! 'Levántese la manguita, ponga aquí el bracito'… En cuanto a los bancos, no se trata de parar la digitalización: es la atención al público. Antes ibas a tu sucursal y conocías al director, que hacía como que te escuchaba y tú te lo creías… Ahora estás perdido en medio de la calle con una pantalla y te da el sol o tú tienes cataratas y no ves nada. Además, implica un lenguaje nuevo. ¡Es como si nos obligaran a hacer las transacciones en inglés! Estas cosas las desarrollan ingenieros que no tienen ni idea de comunicación. Los mayores tenemos ahora un grado de independencia que nos permite protestar… y yo ya no me callo. Dejas, si no, de ser persona con todos los atributos. ¡Casi parece que nos van a quitar el derecho a voto!».

Michèle Amirault Rach, 80 años

«Se aprovechan de los mayores. Somos un mercado muy provechoso»

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«¡Es muy irritante que te traten como un idiota! Estamos viviendo unos cambios muy rápidos y hemos tenido muy poco tiempo para adaptarnos. La pandemia lo ha acelerado todo. Vas al banco y solo hay tres empleados. Tienes que hacer todo a través de una máquina y la mayor parte de las veces necesitas ayuda. Los bancos y muchas otras organizaciones se aprovechan de los mayores, porque somos un mercado más. ¡Y muy provechoso, por lo visto! Pasa con todo: cuando llamas para hacer una gestión, es imposible hablar con una persona. ¡Nos pasamos la vida hablando con máquinas! Y cuando haces un viaje, los guías te hablan como si fueras de parvulario. Y te tutean, no sé por qué. No pretendemos ser tratados como un igual. No somos iguales, somos viejos».

María Rosa Laviña, 88 años

«¡Que no nos infantilicen!»

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«Cuando me llaman 'yaya', me revienta. ¡Si no me conocen, que me llamen 'señora' u otra cosa! Y si salgo a tomar algo, que no den por hecho que tengo que tomar un té. ¿Qué pasa si quiero una cerveza o un vino? Y si somos un grupo de amigas mayores, que no nos digan 'chicas, ¿qué vais a tomar?'. ¡Es ridículo! Con la tecnología, más o menos me apaño. Uso Instagram y me gusta colgar alguna foto. Pero el Zoom no me gusta. Prefiero hablar por teléfono. Estoy acostumbrada a lo directo. Otra cosa que nos molesta mucho es cuando te dicen que te ven muy bien para tu edad. ¡Yo veo a una persona de 40 años y no le digo que está muy bien para su edad! Que me hagan un favor, si quieren; que me ayuden o me dejen pasar, pero sin paternalismo. ¡Ah!, y cuando voy al médico con mis hijas, que el doctor me explique a mí las cosas. ¡Que lo entiendo perfectamente!».

Etiquetas: Tecnología
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