La Alhóndiga, junto a Fernández del Campo, antes del incendio que sufrió en 1919.
Historia

El crimen de la calle Fernández del Campo: mató de cinco tiros a su mujer y lo declararon «no culpable»

El asesinato de Marina Alonso sirve para comprobar cómo enfocaba los ataques machistas la opinión pública de hace un siglo

Miércoles, 24 de noviembre 2021, 18:06

A la historia de Marina Alonso y Arturo Olarte, tal como nos permite reconstruirla la hemeroteca, le faltan algunos detalles importantes para aclarar plenamente lo ocurrido. Pero lo que sabemos, lo que recogieron en su día los periódicos (y, también, cómo lo recogieron), nos basta ... para esbozar un retrato estremecedor de la poca consideración que merecían en aquellos tiempos las mujeres y de los derechos inconcebibles que se reconocían a los varones. A diferencia de lo que ocurre con otros sucesos de hace un siglo, en este hay poca duda sobre cómo se desarrollaron los hechos: el 11 de diciembre de 1918, Arturo mató a tiros a Marina, su novia desde la adolescencia, con la que se había casado tan solo ocho meses antes en la iglesia de San Antón. Y, sin embargo, el hombre acabó con un veredicto de inculpabilidad y quedó libre, como si nada.

Publicidad

Alrededor de la medianoche de aquel día de diciembre, un joven salió muy alterado del número 13 de la calle Fernández del Campo. Se llamaba Luis Casar y vivía en el primero izquierda, en un piso que compartía con su compañero de trabajo Arturo Olarte, de 27 años, y la esposa de este, Marina Alonso, de 24. Los dos hombres estaban empleados en la sastrería Morenati, donde Olarte, dependiente, llevaba ya catorce años y Casar prestaba sus servicios como cortador de camisería. Cuando acudió un sereno a comprobar a qué se debía tanta agitación, Luis le explicó que en su domicilio se acababa de cometer un crimen. Según relató, él y Arturo habían pasado juntos un rato en el billar del café La Concordia y habían regresado a casa alrededor de las once y media, cuando Marina ya se había dormido. Arturo, aseguró su amigo, se encontraba «completamente sereno». Una vez en la vivienda, Luis se metió en su habitación y, desde allí, escuchó cómo el matrimonio conversaba en el otro cuarto. Después, sonaron varios disparos y un fuerte portazo.

Luis acudió de inmediato a la habitación de la pareja y se encontró a Marina sobre la cama, ensangrentada, muerta ya. El médico municipal que acudió al lugar, Julio María Villasante (que, a su vez, sería asesinado poco más de un año después), localizó cinco heridas de bala en el cuerpo de la mujer: tres en el pecho, una en el hombro y la última en la sien. Un rato después, Arturo Olarte se presentó en las dependencias de la guardia municipal: «Vengo a entregarme a la justicia -dijo- porque con esta pistola he matado a mi mujer». Y mostró una Browning del calibre 6,35, con señales de haber sido utilizada poco antes.

Pruebas fehacientes

Ya aquel primer día, junto al relato de lo ocurrido, la prensa local apuntaba las razones que habrían podido mover al homicida. Según 'El Pueblo Vasco', Arturo Olarte tenía «pruebas fehacientes de la infidelidad» de su esposa y, aquella noche, la despertó para plantearle «ciertas preguntas sobre las cuales quería obtener una respuesta categórica», pero ella reaccionó «con desprecios y evasivas». Por su parte, 'El Noticiero Bilbaíno' hacía constar que Arturo Olarte sentía celos («al parecer, por causa de algún anónimo») y que se dirigió a Marina «para preguntarle por un hombre», a lo que ella «contestó indignada». En esos breves párrafos se sembraba ya el germen de la posterior absolución del criminal.

Publicidad

La prensa de la época hacía constar que Olarte sentía celos («al parecer, por causa de algún anónimo») y que se dirigió a Marina «para preguntarle por un hombre», a lo que ella «contestó indignada»

Un reportero de 'El Noticiero Bilbaíno' se pateó Bilbao al día siguiente para recoger testimonios de los allegados del matrimonio. Primero acudió a la propia casa donde se cometió el homicidio, donde le contaron que la fama de la pareja «no podía ser mejor» pero que, en ocasiones, «vieron por las ventanas a Marina comer sola en la cocina y, otras veces, la vieron llorar». La visita también dio para un giro esperpéntico que el diario recogía así: «Una señora sorda, sin saber que la habitación primero izquierda, donde ocurrió el crimen, se hallaba clausurada por el juzgado, daba fuertes aldabonazos a la puerta, en ocasión de que nuestro compañero hablaba con las vecinas. Estas hicieron saber a la señora lo ocurrido en la noche anterior y que por eso estaba el piso cerrado. La citada señora respondió: 'Ya lo sé, ya. Por eso venía a saber si quedaba vacante la habitación, para venirla a ocupar si me la dan'».

El periodista se encaminó después a la cestería que el padre de Marina regentaba en Belosticalle. Víctor Alonso, que tenía otros dos hijos adolescentes, había acudido aquella mañana a abrir el negocio sin tener ni idea del trágico final de Marina, del que le informó un oficial del taller. «Ni un solo adjetivo se pronunció por la familia de Marina contra el matador de esta», destacaba la noticia. Y, finalmente, el redactor se presentó en la casa de la familia Olarte, situada en la calle San Francisco, donde pudo conversar con uno de sus hermanos. Este le contó que la pareja se conocía desde la niñez y había iniciado sus relaciones cuando Arturo tenía 17 años y Marina aún no había cumplido los 14. Su hermano, dijo, había cometido «una enorme ligereza» al matar a su esposa: «Pero la quería mucho y los celos son terribles cuando se ceban en hombres del temperamento de mi hermano».

Publicidad

Un conocido industrial

«En época en que la señora madre de Arturo estuvo en el Hospital de Basurto para sufrir una dolorosa operación -continuaba el periódico-, Marina fue a casa para atender a los hermanos, que son cuatro, uno de los cuales se halla en América. Marina se portaba bien, pero en varias ocasiones les sorprendió la visita de un conocido industrial con establecimiento en un cercano pueblo, el cual fue a encargar a la vecina sastra (...) un traje para el chófer, traje que no se llegó a confeccionar por los reparos que ese señor ponía, al parecer para menudear más las visitas a la casa. Esas visitas la gente maliciosa las atribuía a otra cosa». Este relato de los hechos, que hoy nos suena improcedente y vergonzoso, apuntalaba ya la defensa del homicida, en unos tiempos en que se legitimaba a los hombres para cometer lo que se consideraban 'crímenes de honor'.

'El Noticiero' daba por sentado ya que el citado industrial («cuyo nombre se decía sin reservas», comentaba, pero sin identificarlo) sería citado a declarar. A partir de la aparición de esa figura poderosa y envuelta en sombras, el reflejo del caso en prensa se volvió casi telegráfico. El juicio se celebró en noviembre del año siguiente en medio de una «expectación muy grande», pero el público «quedó defraudado» cuando el tribunal decidió que las vistas iban a transcurrir a puerta cerrada, seguramente para salvaguardar algún prestigio ilustre. El fiscal solicitó una pena de catorce años de cárcel para Arturo Olarte pero, tal como recogió 'El Correo Español', «el jurado apreció la prueba de infidelidad y emitió un veredicto de inculpabilidad» y «el procesado fue puesto en libertad inmediatamente». Este desenlace, que con la perspectiva actual nos parece lógico motivo de escándalo, dio lugar a «diversos comentarios» entre la gente congregada a las puertas de la Audiencia.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad