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Un baile en 1910 en Deusto, que potenció este tipo de festejos para atraer al público de la vecina Bilbao.
«¡Toma culada!» Así eran los bailes en el Bilbao histórico

«¡Toma culada!»

Así eran los bailes en el Bilbao histórico

Tiempo de historias ·

Tradicionalmente en la villa la celebración de bailes públicos resultaba excepcional: sólo se admitían durante las fiestas de agosto

Miércoles, 14 de julio 2021, 03:14

Varios relatos confirman que en el Bilbao histórico gustaba el baile. «Una romería es una fiesta para todo Bilbao y es para el espectador no menos fiesta que para el bailarín»: el alemán Fischer estuvo en la villa en 1797 y describía las romerías que se celebraban los días festivos. Según nos cuenta, en tales ocasiones se bailaba lo que llamó «fandango». Por la descripción, era una especie de pasacalle al son del txistu y tamboril. Llamó su atención la formación de filas de mujeres y de hombres que se iban acercando. Siempre acudían menos hombres que mujeres; éstas acababan bailando entre ellas y les gustaba empujar a los espectadores al grito «toma la culada», que escribió en español en el original.

Cuatro años después, su compatriota Humboldt describía una fiesta que se celebró en Abando el día de San Isidro. La situó en «la campa de Albia», pero verosímilmente fue en Buya, donde la villa tenía jurisdicción, se daba la imagen rural que describe, había asiento del alcalde de Bilbao y estaba la iglesia de San Isidro Labrador –de las dos que hay en Vizcaya–, en cuyo honor se celebraba la fiesta. Describe bailes parecidos a los de Fischer: la danza con las manos entrelazadas, la separación de sexos –y mayor alegría en las mujeres que en los hombres– y «las culadas», que en su relato adquieren más importancia. Las daban las mujeres a los hombres, se sobreentiende que con alguna malicia –«a mí me honraron algunas damas desconocidas con tales tropezones al pasar, en medio de un entusiasmo general»–. Después el lance era muy comentado.

Tradicionalmente en Bilbao la celebración de bailes públicos resultaba excepcional: sólo se admitían durante las fiestas de agosto, consideradas profanas y por ello con mayor liberalidad que en las religiosas. Se celebraban en la Plaza Vieja –frente a San Antón y en los soportales inmediatos, donde hoy está el mercado de la Ribera–. Hubo épocas (en los años veinte del XIX, por ejemplo) en que se consintieron más bailes, pero por lo común estaban prohibidos fuera de las fiestas patronales. Fue taxativa la prohibición de bailar en el Arenal, que se dedicaba al paseo.

A los recelos municipales respecto al baile contribuía la congestión urbana, pues en Bilbao escaseaban los espacios para bailes concurridos.

Esta exclusión del baile en la villa hacía que los bilbaínos se desplazaran, para el baile y la sociabilidad que le acompañaba, a los municipios vecinos, a cuyas romerías acudían, fuese en Abando, Deusto o Begoña. En esto el lugar principal era Abando, al otro lado de la ría, donde se organizaba bailes dominicales. Según Hormaeche, en 1852 cerca de la iglesia de San Vicente de Abando los domingos «se forma un corro dentro del cual al son del tamboril se baila la danza del país por los sirvientes y menestrales», mientras estaban los que miraban desde los alrededores, donde vendía sus productos «las poncheras». Algunos se quejarían los años siguientes de que se introducían otros bailes –valses y rigodones–, distintos a los tradicionales.

Abando estaba asociado en la mentalidad bilbaína a estos esparcimientos con acompañamiento musical. Siguió estándolo cuando se produjo su anexión a Bilbao. Antes, en aquella jurisdicción, por la que se extendería el Ensanche, estuvieron los dos principales ámbitos dedicados al baile, que atendían a distintos grupos sociales y que ocuparon un lugar principal en el imaginario lúdico de la villa. Fueron los Jardines de los Campos Elíseos y el baile de la Casilla.

Jardines de recreo con toros

Los Jardines de los Campos Elíseos se inauguraron en 1864. Ocupaban un amplio espacio en la zona donde está hoy el Teatro Campos y Correos, más o menos entre el Instituto y la calle Hurtado de Amézaga. Los Jardines se destinaron a bailes y otro tipo de entretenimientos: en una zona ajardinada había quioscos, música, una pequeña plaza de toros, espectáculos taurinos, todo tipo de diversiones previo pago de una entrada. Este tipo de negocio seguía el esquema de los jardines de recreo decimonónicos, de origen inglés y francés, que tuvo éxito en algunas ciudades españolas a mediados de siglo.

El nombre lo tomó de los Campos Elíseos que se habían inaugurado en Barcelona y en Madrid, en 1853 y 1860 respectivamente. El esquema de jardín-espectáculo era el mismo. En la sociedad burguesa de los años sesenta este tipo de recintos venía a suponer cierta aristocratización, paralela a la institucionalización de la fiesta. Estaban abiertos fundamentalmente los domingos a la tarde, los días festivos y los días señalados (carnavales, o fiestas patronales, algunos banquetes corporativos, etc.). La entrada no era cara, pero suficiente para introducir cierta selección social… A su vez, generó quejas porque reflejaba el «mal gusto» de la juventud, que prefería bailes y músicas exóticas a las del país, las que se acompañaban de guitarras, txitu, tamboril y pandereta.

A finales del XIX los jardines de los Campos Elíseos venían a representar el esparcimiento de las clases medias. Ocasionalmente acudía la élite social, pero esta se estaba dotando de sus propios salones, en los clubs privados.

Y, para los estratos sociales inferiores, estaba el baile popular. «Allí la inmensa mayoría es pueblo», caracterizaba la prensa de forma paternalista. Tenía lugar desde 1883 en la Casilla, también en Abando: según la prensa, acudían modistillas, cigarreras, muchachas de servicio, costureras, etc., por la parte femenina (no tenemos similar caracterización para los hombres); y sonaba la banda de música, tamboril, la gaita, etc. Por el contrario, en los Campos Elíseos «se respira cierto airecillo aristocrático», formado por modistas y dependientes de comercio. La juventud de mayor alcurnia acudía a los bailes de las sociedades, en particular a los de la sociedad Euskalduna o El Sitio.

De esta forma, los distintos estratos sociales contaban así con sus esparcimientos propios desde el comienzo de la sociedad de masas. Estaban dotados de una jerarquización social, como compartimentos estancos solo rotos por las ocasionales correrías de los hijos de buenas familias en los bailes más modestos, para bailar con alguna modistilla, desplazamiento social solo admitido para los varones, no para las jóvenes ni en el sentido inverso, fuesen hombres o mujeres.

Junto a los bailes de la Casilla y de los Campos Elíseos, en Bilbao hubo a fines del XIX otros desarrollos lúdicos. A medida que la ciudad crecía, se desarrollaron las «romerías de calles», dependiendo de la iniciativa del vecindario, que veía en ellas motivo de esparcimiento y de afirmación. Las hubo en Bilbao La Vieja, Iturribide, San Francisco, Las Cortes, Atxuri, Urazurrutia, etc.; y también en los distintos enclaves que se iban integrando en la expansión urbana de Bilbao, tales como La Peña, San Adrián, Olabeaga o Zorroza.

Calendario de romerías

Además, se desarrolló la costumbre bilbaína de acudir a romerías del entorno, que llenaban el calendario festivo, sobre todo entre primavera y otoño, aunque alguna había en invierno. Solían tener gran seguimiento las de Santa Águeda de Castrejana, Santa Lucía de Llodio o San Félix de Ortuella, entre otras. A medida que mejoraron los medios de comunicación, fueron frecuentes los desplazamientos a diversas localidades, que dieron mayor realce a las fiestas precisamente para atraer a visitantes procedentes de Bilbao. Lo mismo sucedía con el baile semanal de Deusto, que ganaba en prestancia precisamente con ese objetivo. «Es preciso organizar fiestas grandes, fiestas de tronío. Las fiestas son a los pueblos lo que el pan al individuo: un artículo de primera necesidad» escribía la prensa.

A finales del XIX existió otro jardín de esparcimiento, el Olimpo, que estaba en la Salve, y entre 1916 y 1921 tuvo cierto éxito el Recalde Park, junto a Colón de Larreátegui y Alameda de Recalde, aproximadamente en la manzana donde hoy está el Club Deportivo.

En la publicidad de la época se localiza la afición bilbaína por el baile: «Todos los domingos y festivos, orquesta en Jardines Campos Elíseos». «Frontón Euskalduna. Grandes bailes para mañana, domingo», pues incluso el frontón se habilitó ocasionalmente para esta función.

A mediados de los años veinte desaparecieron los Jardines de los Campos Elíseos –el edificio de Correos se construyó entre 1925 y 1927–. Para entonces, se habían incrementado las ofertas lúdicas y las oportunidades para el baile, si bien sobrevivía el de la Casilla. En 1935 se abrió el primer establecimiento dedicado específicamente a baile, Gazte Leku, de gran popularidad entre los jóvenes. Estaba detrás del Ayuntamiento.

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