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Hace 150 años Bilbao vivía el sitio más prolongado de su historia. Estuvo cercado por los carlistas entre el 29 de diciembre de 1873 y el 2 de mayo de 1874. Los sucesos de aquellos meses fueron después referencia obligada para los bilbaínos. Entendieron que ... para Bilbao eran «los momentos más solemnes y críticos de su vida», en palabras de Delmas.
En las semanas anteriores los carlistas habían ido ocupando enclaves estratégicos en torno a Bilbao y el 29 de diciembre del 73 se cerró el cerco. El procedimiento: entre Zorroza y Deusto se tendieron dos fuertes cadenas y un calabrote que cerraban la ría. Enseguida se extendió la alarma por la villa: «la ría ha sido cortada». Bilbao, la ciudad marítima, quedaba aislada. Ya no podían llegar barcos ni comunicaciones regulares.
Al día siguiente se confirmó la gravedad de la situación. Salieron mil hombres de las guarniciones de Bilbao, por Deusto y por Artxanda, para desbloquearla. Llegaron hasta los montes Banderas y Cabras, comprobando que no había forma de levantar el cierre de la ría. Es más: cuando volvieron a Bilbao, las tropas pasaron por dificultades, perseguidos y tiroteados por cantidad de carlistas, hasta que llegaron a la batería de San Agustín (donde el actual Ayuntamiento). Los días siguientes los carlistas reforzaron la barrera que cortaba la ría entre Zorroza y Deusto, con siete calabrotes más.
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Hubo un intento de salvar el cerco mediante una operación especial. Cargaron una barquichuela con dinamita y otros materiales explosivos, la remolcaron con el vaporcito 'Bilbao' hasta cerca de las cadenas, dejándolo a la deriva y con la mecha encendida. La explosión fue brutal, sintiéndose fuertemente en Olabeaga, Deusto y las inmediaciones de Bilbao, pero habían calculado mal lo que tardaría la mecha en consumirse y explotó antes de chocar contra la barrera de cadenas y calabrotes.
Así, Bilbao se vio definitivamente aislada cuando se producían cambios de calado en España, de los que llegaron solos noticias fragmentarias y con retraso. Los bilbaínos se quejaron de que no se había montado un telégrafo óptico o de banderas para comunicarse. Así, no se supo hasta doce días después lo que sucedía en Madrid, importante para el Bilbao sitiado. El 2 de enero el general Pavía disolvió el parlamento y se hizo cargo de la presidencia del gobierno el General Serrano. En la práctica, terminaba la Primera República, dando pie a una dictadura, aunque formalmente subsistió aquella durante un año.
El Bilbao sitiado no estaba para disquisiciones ideológicas. Por lo que supieron, el cambio se había producido sin graves convulsiones, por lo que, entendían en la villa, el gobierno podría prestar atención al Ejército del Norte y proponerse la liberación de Bilbao.
Eso sí, los cambios políticos producidos en Madrid se trasladaron a Bilbao. Desapareció el ayuntamiento de elección popular y se formó otro designado por el gobernador «compuesto de personas de arraigo y de ideas de orden». Lo formaban los apellidos más destacados de la villa. El alcalde era Felipe de Uhagón y con él estaban Lecanda, Achúcarro, Menchacatorre, Artiach, Orbegozo, Arellano, Adán de Yarza, Obieta, entre otros, personalidades representativas del Bilbao burgués. «Bilbao hoy debe sentir, pensar y obrar como si todos fueran una familia estrechamente unida», aseguraban en su primer comunicado, sin apenas contenido ideológico y advirtiendo de las dificultades que venían. Unas semanas después se disolvió el batallón Voluntarios de la República, que había agrupado a la parte más radical del liberalismo bilbaíno. Todos sus miembros se integraron en el Batallón de Auxiliares, con lo que se unificó la milicia local en un solo cuerpo.
Sin embargo, a comienzos de 1874 el mayor problema de Bilbao eran averiguar qué sucedía con el Ejército del Norte. La villa tenía la guarnición de unos 5.000 soldados, con artillería, pero el levantamiento del cerco tenía que llegar desde el exterior. A los bilbaínos y a las tropas destinadas a la villa les tocaba resistir el sitio, pero la liberación correspondía al ejército.
Durante algunas semanas en Bilbao fue imposible hacerse una idea cabal de qué pasaba con el Ejército del Norte, pues sólo llegaban noticias ocasionales (con grandes riesgos de quienes las traían). La villa estaba sorprendida: en diciembre los liberales habían conseguido algunos éxitos en Navarra y Guipúzcoa; en Bilbao suponían que avanzarían a través de Durango para parar el cerco. Pues bien: se encontraron con que -para ellos inexplicablemente- el gobierno había retirado los barcos de la costa vasca a Santoña y concentraba allí las tropas. Al mismo tiempo, podían ver que las fuerzas carlistas se desplazaban hacia las Encartaciones; se supo que fortificaban «sobre el río Somorrostro». ¿La liberación, si llegaba, vendría desde el oeste?
Por otra parte, a Bilbao llegaban noticias del durísimo cerco que estaba sufriendo Portugalete, la llave del Nervión. Contaba con una excelente guarnición de mil hombres, bien preparada y disciplinada, pero fue objeto de un bombardeo sistemático desde las colinas próximas, las Arenas y Lamiako. Además, desaparecieron los barcos de guerra que ocasionalmente lo había defendido (se supuso que por orden gubernamental). Las bombas provocaron destrucciones importantes en la calle del Medio y Cristo, donde se construyó una gran barricada; el día 17 de enero los carlistas consiguieron entrar por un hueco abierto, dando lugar a una batalla casa por casa, en la que ganaron los liberales. Sin embargo, llegó el día fatal, el 21 de enero. La artillería carlista derribo parte del convento de Santa Clara. El comandante de la localidad decidió entregar a Portugalete, previas negociaciones. La rendición se llevó a cabo con cierta solemnidad: los 950 hombres que quedaban salieron de la plaza con sus armas, para entregarse en Durango.
Desde ese momento, Bilbao quedaba sola ante la presión de los carlistas, mientras escuchaban sus celebraciones (repicar de campanas en los pueblos próximos, una romería en Bolueta).
Las cosas fueron a peor. En seguida se rindió la guarnición del Desierto, con artillería, munición y vituallas; seguramente para evitar lo mismo, se retiró a la fuerza que custodiaba la iglesia de Deusto. Los carlistas se hicieron con la Cava, Artasamina, la Salve y, enfrente, la Perla. Después, trasladaron artillería a Burceña y Artxanda. Además, cortaron la única entrada de agua potable a Bilbao y tendieron un puente de barcas entre Deusto o y Zorroza.
La villa previó un sitio prolongado, por lo que tomó medidas contra los acaparamientos y dictó reglas para el sacrificio del ganado.
Los carlistas levantaron barricadas en Bolueta, la Casilla, Iturrigorri, la Salve y Estraunza, además de ocupar la Casa de Misericordia, desde donde se dirigieron las operaciones. Cerraron con cables y cadenas la entrada del Nervión, ocuparon el convento de Santa Mónica, en Begoña, y prohibieron cualquier entrada en Bilbao.
Bilbao también se fortificó, ocupando el palacio de Zabálburu, construyeron barricadas en la plaza de Abando, Cantalojas o la estación ferroviaria y robustecieron el fuerte de Mallona, todo ello con tiroteos ocasionales.
Por fin, el 19 de febrero llegaba el bando del general carlista, Dorregaray, asegurando que en 24 horas comenzaría el bombardeo de la villa, en caso de no rendirse. Se prorrogó el plazo un día más y se permitió que saliesen de Bilbao los extranjeros que lo desearan. Marcharon también muchos vecinos, sobre todo criadas de servicio. «Cuantos empuñaban el fusil o amaban con ese delirio que aman los bilbaínos la villa que le vio nacer, todos permanecen firmes en sus puestos esperando con mayor calma el horrible momento de escuchar las explosiones de los mortíferos proyectiles».
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