Pedro Cubero, el jesuita que dio la primera vuelta al mundo en dirección este
Tiempo de historias ·
Cruzó Eurasia a pie y los océanos Atlántico y Pacífico a bordo de galeones a finales del siglo XVII, sobrevivió a todos los peligros propios de una época convulsa que describió en sus escritos, pero pocos recuerdan sus hechos y obras
miguel gutiérrez garitano
Lunes, 5 de septiembre 2022, 02:02
El único retrato que tenemos de Pedro Cubero Sebastián corresponde a un grabado de Aniello Portio, publicado en 1682. La imagen nos muestra a un hombre de rostro severo, de barba y cabellos largos, ataviado con la emblemática sotana negra propia de los jesuitas y cuyo único adorno es una austera cruz de madera. Cubero era clavado a Rodrigo Mendoza, el personaje encarnado por Robert de Niro en la película de La Misión, pero en su versión letrada y pacífica. El parecido con el personaje del filme no va más allá de lo físico, pues el aragonés protagonizó una hazaña muy superior, que, sin embargo, apenas se recuerda: fue el primer ser humano en dar la vuelta al mundo de oeste a este; empresa que le llevó nueve años a finales del siglo XVII y de la que dejó escrito el imprescindible libro «Peregrinación del mundo», híbrido entre crónica de viajes, tratado de antropología, informe diplomático, reportaje propio de un corresponsal de guerra y diario de misionero.
Con motivo de la celebración, este año de 2022, de su Quinto Centenario, son muchos los actos, obras y reportajes que recuperan la gran hazaña viajera de la expedición de Magallanes-Elcano; e, incluso, en mayor o menor medida, se han recuperado las grandes singladuras que se llevaron a cabo a continuación, como las protagonizadas por Jofre de Loaysa acompañado de un jovencísimo Andrés de Urdaneta. Los anglosajones, por su parte, nunca pierden oportunidad de recordar a quien dio la segunda vuelta alrededor del Globo: Francis Drake, el más famoso corsario de todos los tiempos, que lo hizo en el seno de una empresa guerrera, entre los años 1577 y 1580. Todos estos pioneros circunnavegaron La Tierra de este a oeste. Pero ¿Quién fue el primero en hacerlo en sentido contrario?
Viajero de la Compañía de Jesús
Para comprender la empresa de Pedro Cubero hay que entender esta en el seno de la misión autoimpuesta por los miembros de la Compañía de Jesús en alas de la Contrarreforma católica contra el Protestantismo. Fundados por el guipuzcoano Ignacio de Loyola, los jesuitas se convirtieron en los más intrépidos viajeros de su tiempo; les epoleaba una fe católica inquebrantable que pretendieron -y en muchas ocasiones consiguieron- extender por todo el mundo: desde el Río de la Plata, el Amazonas o Canadá hasta China o el belicoso Japón.
Nacido en 1645 en el pueblo bilbilitano de El Frasno, a los 25 años -edad en la que emprendió su gran viaje- Pedro Cubero atesoraba la mejor educación que por entonces podían ofrecer las Universidades de Zaragoza y Salamanca. En Roma recibió el título de «predicador apostólico» que conllevaba implícito el permiso de llevar la «palabra de Dios» hasta el último confín de Asia. Fue el comienzo de un viaje, facturado sobretodo por tierra, que le llevaría a cruzar Europa, Rusia, Persia, India, Malasia, Filipinas y México, dando la vuelta, según sus propias palabras, a «toda la redondez del mundo».
Rusos «primitivos y sucios», turcos y holandeses «malvados»
Aunque culto y tolerante para los estándares de la época, Cubero no dejaba de ser un misionero católico propio de una época convulsa. No escatimaba en críticas mordaces ni en vituperios hacia costumbres que consideraba erradas o primitivas. Ni temía discutir con teólogos de las regiones por donde pasaba o hacer proselitismo de su fe en momentos en que esta acción podía costarle la vida.
De los rusos ofrece una imagen de atraso, cuando asegura que vestían con pieles a medio curar y eso les hacía apestar. O cuando describe Moscovia -la Moscú primitiva- como una urbe destartalada y erigida a base de edificios de madera de quita y pon donde reinaba un riquísimo Zar cuyos vestidos adornaba con diamantes y perlas.
Perteneciente a un mundo marcado por las guerras de religión -las que enfrentaron a católicos contra protestantes y a las potencias europeas contra el turco- Cubero, nos obstante, no en sus escritos no escatima elogios hacia los persas y su gobernante, el Sultán o Gran Soffi, a quien considera más civilizado que su homólogo turco. «No era muy observante del Al Corán -comentaba el aragonés del soberano persa-, pues el vino lo bebía muy bien y no miraba con muy malos ojos a los cristianos. En ninguna parte del Oriente son los europeos más estimados que en la Persia».
De los persas recibió Cubero permisos para extender su fe con libertad, además de promesas de alianza contra los turcos: «Turcos y persas -dejaba escrito-, son capitales enemigos, pues ambos se tienen por herejes de la religión mahometana». En Persia, par su vergüenza, dado su voto de austeridad pobreza, lo agasajaron con ricos y coloridos vestidos de seda y oro y lo pasearon de esta guisa por las calles de sus ciudades.
Pugnas de religión
A pesar de su simpatía hacia los persas, Cubero nunca escatimó en enfrentamientos teológicos con sus homólogos musulmanes, ni dejó de hacer mofa de sus creencias. Como cuando se rió de las abluciones que llevaban a cabo antes del rezo en una mezquita, lo cual casi le cuesta, según sus propias palabras, que «le rompan la cabeza». Pero si Cubero despreciaba a los musulmanes, odiaba con mucha más pasión a los protestantes holandeses, a quienes encuentra como dueños de Malaca y de quienes asegura haber recibido peor trato que «moros y paganos». En este país Pedro Cubero creó una iglesia católica clandestina pero fue apresado y encarcelado al poco tiempo por los holandeses, que lo expulsaron tras cuatro meses entre rejas. El trato fue tan malo, que el aragonés se asombraba de «haber salido vivo de todo aquello». Mejor opinión, a pesar de las rivalidades evidentes, le profesaban los portugueses, con quienes se embarcó en una victoriosa aunque sangrienta empresa contra los árabes que trataban de extender su fe por India. Con ellos viajó también a Goa, de la que aseguraba que, para entonces, había perdido su esplendor por culpa de los «pérfidos herejes holandeses, ingleses, suecos y dinarmarqueses» cuya llegada desplazó en seguida a los navegantes lusos.
Cartas diplomáticas e informes histórico etnográficos
Cubero Sebastián regresó a España desde México, a bordo del buque Santísima Trinidad, en 1679. Como buen misionero jesuita, su actividad principal siempre fue la extensión de la fe católica y la fundación de nuevas iglesias. Pero también ejerció de embajador del soberano español y del Papa de Roma, así como de otros mandatarios cristianos que deseaban que Cubero entregara sus misivas y cartas a sus homólogos de reinos lejanos.
Pero además su libro es un tesoro de datos de todo tipo, compendio de tratado etnográfico-naturalista e informe puramente político. Describió por primera vez en España al alce al que denomina como «gran bestia»; y es el primero en defender que el árbol de la canela no era sino un tipo de laurel.
De gran valía fueron entonces sus descripciones de Europa Oriental y Rusia, destacando el pormenorizado informe que hizo de las poblaciones que había en las orillas del río Volga, cuyo curso descendió. Describió las costumbres los pueblos por donde pasó así como las glorias y ruinas de sus ciudades. Y dio noticia de aquellos reinos por los que, sin haberlos cruzado, conoció de oídas, como Turquía o China.
También fue un consumado corresponsal de guerra pionero en su oficio; pues hizo una crónica de las guerras contra el turco en Hungría; tras su viaje alrededor del mundo fue asignado como confesor al ejército imperial, donde asistió a la reconquista de Buda y recogió por escrito los principales hechos de aquella guerra. Regresó a España a través de Holanda, Inglaterra y Francia, donde vivió experiencias que recogió en su libro «Segunda Peregrinación», publicado en 1697 y que sería el segundo de sus cinco libros.
La obra de este aragonés universal, figura clave en países como Rusia, se conoce poco en su propia tierra. Donde hemos olvidado a Pedro Cubero, el jesuita que fue capturado por piratas en las Maldivas y a quien recibieron los reyes de las grandes potencias de la época. Quien cruzó a pie toda Eurasia y a bordo de galeones los océanos Atlántico y Pacífico, sobreviviendo contra todo pronóstico y escribiendo libros que hoy son tesoros más bien olvidados y que no palidecen cuando se los compara con obras como la de Pigafetta.
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