Pearl Harbor es un buen ejemplo para explicar la memoria colectiva en los tiempos de los medios de comunicación de masas: un episodio cuidadosamente reconstruido por la narrativa de la cultura popular -el cine, las novelas, la televisión, la moda, el cómic y los video juegos- como producto comercial de consumo, fragmentado y aprovechado por la ficción en su realidad histórica y hasta celosamente exportado como recuerdo que vincula la memoria histórica nacional con el mercado y el ocio.
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Nada extraño, por otra parte, en una contemporaneidad donde esa memoria colectiva se alberga tanto en la cultura visual como en la impresa, soportes ambos bien propicios para transformar la historia y aprovecharla como bien de consumo popular. Roosevelt dijo del ataque a Pearl Harbor que era una fecha que vivirá en la infamia, algo parecido a lo que también dijo Bush tras los ataques suicidas del 11 de septiembre, aunque nada de ello ha impedido conciliar en ambos sucesos la reivindicación nacional y la intención memorial con el aprovechamiento integral de ambos episodios por la cultura popular en múltiples formatos, ya sea en monumentos arquitectónicos, películas, ensayos históricos, literatura de ficción o también en series de videojuegos e incluso en el merchandisisng de múltiples objetos o en una apropiación estética bien visible en algunas creaciones de la moda contemporánea.
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Piénsese que, hasta el episodio de Pearl Harbor, el interés artístico de occidente por Japón solo se concretaba en la fiebre japonesista que influyó en Europa a diversos autores impresionistas o a ciertos modistas parisinos en las estructuras formales de sus creaciones, lo mismo que en Norteamérica y en el Viejo Continente la cultura conocida del país del sol naciente se circunscribía a su caligrafía, al Zen, al budismo y al sumo. Fueron por ello Pearl Harbor y su tragedia bélica las que no solo llevaron a Japón a un primer plano de la cultura popular, sino también las que posteriormente en la posguerra y en su reconstrucción posibilitaron el creciente interés por su estética, su historia y sus tradiciones, desde las películas de samuráis -que quizás explicaban la disciplina y la abnegación de los kamikazes en la guerra-, bien populares a partir de los años 50; a la ficción de los monstruos japoneses -la película 'Godzilla' de 1956 es un buen ejemplo-, a sus dibujos animados o a la moderna aceptación del Manga en todo el mundo. Cierto entonces que Pearl Harbor fue un episodio histórico y una fecha que para los americanos vivirá en la infamia, pero también un acontecimiento transformado por la cultura popular en una ficción cinematográfica de múltiples perfiles, en una bandana con caligrafía japonés o en unas tipologías muy características que hoy se pueden ver en diferentes soportes.
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