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El misterio de la momia perdida de Alejandro Magno
Tiempo de historias

El misterio de la momia perdida de Alejandro Magno

¿Dónde están los restos del gran general macedonio? Se han buscado con ahínco y hay teorías que lo sitúan en Venecia. Pero sigue siendo una incógnita que deslumbra a los arqueólogos

Miguel Gutiérrez-Garitano

Miércoles, 1 de junio 2022, 00:35

Contaba Plutarco en sus 'Vidas paralelas' que Alejandro, antes de ser conocido como Magno, aseguró a su padre Filipo II (a la sazón rey de Macedonia), que era capaz de domar a un caballo que nadie había sido capaz de doblegar. Cumplió su promesa y su progenitor, emocionado, besó su cabeza y le obsequió con la consabida frase: «Busca, hijo mío, un reino igual a ti, porque en Macedonia no cabes». Pocos en la historia pueden presumir de una vida tan frenética como la del más famoso conquistador de la antigüedad, Alejandro III El Magno. A los treinta años ya se había convertido en un dios para los suyos y controlaba con mano de hierro un imperio que se extendía desde Grecia hasta India. Derrotó y subyugó a las naciones más poderosas de su tiempo y cumplió el sueño de su padre, pionero de la idea de anexionar el Imperio persa aqueménida.

La fama del general macedonio ha permanecido intacta. Tras un periodo de 700 años custodiado en un mausoleo de Alejandría, el Sema (que era el sepulcro de los miembros de la dinastía Ptolemaica), su cadáver desapareció para siempre. Unos creen que fue destruido, otros lo sitúan Siwa -aldea fronteriza entre Libia y Egipto- o en alguna oscura fosa enterrada en la ciudad del faro y la gran biblioteca. Las hipótesis al respecto son numerosas y muy dispares, incluso osadas. Pero ninguna como la propuesta por el historiador británico Andrew Chugg, que sostiene que la conocida tumba de San Marcos en Venecia podría contener en realidad los restos del rey macedonio. Las conclusiones de su estudio aparecieron en su libro, 'La tumba perdida de Alejandro Magno'.

«Alejandro ha sido a menudo comparado con otros grandes generales de la historia, como Aníbal o Napoleón. Sin embargo, el Macedonio combatía en primera línea». Estas palabras de Fernando Quesada Sanz, profesor de Historia Antigua de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), explica la adoración que sentían los macedonios por el guerrero que les llevó al paroxismo de la conquista. Soberano ya de toda Grecia, cruzó el Helesponto –actual Dardanelos- y venció a los persas en los enfrentamientos sucesivos del Río Gránico e Issos, donde derrotó al mismísimo rey de Persia Darío III. Más tarde se desvió hacia el sur y tomó Fenicia y Egipto. En este país tuvo noticia del enorme ejército que había levantado el soberano persa en un último intento de defender su reino. Ambos líderes se enfrentaron en la llanura de Gaugamela, junto al río Tigris. De esta batalla dice Quesada Sanz: «La victoria de Alejandro fue completa. Al final, Darío era un fugitivo sin capacidad de recuperar su reino y poco después moría asesinado». Aplastadas las esperanzas del otrora gran Imperio –que en aquella época abarcaba desde la actual Turquía hasta India occidental- Alejandro se lanzó a una febril carrera de ocupación que culminó más allá del río Indo. Cuando por fin frenó su avance –forzado por sus propios soldados, que se amotinaron- las grandes naciones de su época se hallaban bajo su soberanía.

«Alejandro ha sido a menudo comparado con otros grandes generales de la historia, como Aníbal o Napoleón. Sin embargo, el Macedonio combatía en primera línea»

Fernando Quesada Sanz

Profesor de Historia Antigua de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM)

Pero detrás de la figura del macedonio hubo más que un militar. Destacó como paladín del Panhelenismo y fundador de ciudades a las que puso su nombre. Amante de juergas etílicas proclamó en el oasis egipcio de Siwa su condición de deidad viva. «Su genealogía le hacía entroncar con dos linajes divinos en cuya raíz estaba Zeus, el dios supremo: el de Aquiles, por parte de su madre Olimpíade; y por línea paterna, la dinastía macedonia de los Argéadas, consideraba a Heracles su antecesor divino», comenta Manuel Bendala Galán, catedrático de Arqueología de la UAM, que explica la autodivinización de Alejandro como un «afán de elevar el poder personal al nivel de autoridad absoluta, punto de apoyo inmejorable al sueño de un imperio universal».

¿Evangelista judío o conquistador macedonio?

¿Dónde están los restos de Alejandro? Andrew Chugg, autor de numerosos estudios sobre Alejandro Magno, proponía que la tumba de San Marcos en Venecia podría contener, en realidad, los restos, no del supuesto evangelista, sino del legendario guerrero macedonio. Tras fallecer debido a una extraña enfermedad a los 32 años, el cadáver del militar fue trasladado a Alejandría. Allí descansó durante siglos, hasta que a fines del siglo IV D. C., se pierde su pista. De esta época data el discurso en el que San Juan Crisóstomo (347-407), obispo de Constantinopla, preguntó a sus fieles. «Decidme, ¿dónde está el 'Sema' de Alejandro?» Nadie podía responderle, circunstancia que el clérigo sabía de sobras. Con su perorata solo quería mostrar la futilidad de la vida mortal, incluso para los más grandes de la historia. Pero de sus palabras se desprende que el sepulcro ya no existía.

Busto de Alejandro magno. AFP

Según Chugg, el cadáver del guerrero fue disfrazado de San Marcos para evitar su destrucción durante las insurrecciones cristianas que marcaron el triunfo del Cristianismo y que en Alejandría fueron excepcionalmente violentas. «Existe una gran posibilidad de que alguien de la jerarquía eclesiástica, incluso el propio Patriarca, decidiera hacer que los restos de Alejandro pasasen por los de San Marcos. Además, ambos cuerpos fueron momificados con lino y uno desapareció al mismo tiempo que apareció el otro», aseguraba el historiador británico. De hecho, detalles de la vida del autor del evangelio más antiguo (el segundo según la tradición cristiana) aparecen en el Nuevo Testamento y en Lucas (10;1) que lo muestran como discípulo de San Pablo (en realidad lo fue de San Pedro) y compañero de este en su viaje a Antiqoquía. La tradición dice que fundó la iglesia de Alejandría y que un 25 de abril (durante el reinado de Nerón para unos y de Trajano para otros) fue sometido a martirio y asesinado por los paganos, que recelaban de sus éxitos evangelizadores. Sus supuestos restos reposaron en la iglesia del Cánopo de Alejandría hasta que dos mercaderes (la leyenda sitúa la acción en el año 828) los trasladaron a Venecia, donde hoy se les rinde culto. Según Chugg la única manera de salir de dudas y desenredar el enigma, consiste en exhumar los restos que descansan en la basílica de Venecia de cara a analizar su ADN. El descubrimiento en 1977 por arqueólogos griegos de la tumba intacta de Filipo de Macedonia (donde se halló el esqueleto de este) facilita la comparación genética y, a través de ella, la constatación o el rechazo de la hipótesis planteada por el estudioso británico. Sea como sea, como dice Bengala Galán, «si alguien reinó después de morir, ese fue Alejandro de Macedonia, eterno en su dimensión de personaje histórico y de leyenda».

La odisea de la momia perdida

Desde su muerte en Babilonia los restos del discípulo de Aristóteles permanecieron dos años en la capital conservados en miel. Después, Perdikkas, el más fiel de sus generales, organizó una fastuosa procesión para transportar los restos mortales a Aigai –actual Vergina- sepultura tradicional de los reyes de Macedonia. Ptolomeo, sátrapa de Egipto, ordenó asaltar la caravana funeraria y sepultó los restos de su antiguo líder en la antigua capital de Egipto, Menfis, que, según Curtio Rufo ( autor que vivió en el siglo I A.C.) los albergó «pocos años». Ptolomeo II, sucesor del general de Alejandro, trasladó la momia a Alejandría, donde descansó en un sarcófago de oro en el mausoleo que construyó este soberano para los restos de sus predecesores: el 'Sema'. Durante siglos, la tumba fue objeto de culto y a ella llegaban gentes de muchos países para venerar al gran guerrero. Uno de los que visitó el lugar fue el geógrafo griego Estrabón (del siglo I A.C.-I D.C.), por el que sabemos que Ptolomeo X (117-81 A. C.) sustituyó el ataud por otro «vídreo» (alabastro). Para los emperadores romanos el sepulcro del Argeada se convirtió casi en una peregrinación obligada. Julio César y Augusto –que rompió la nariz de la momia al besar su rostro- fueron los primeros en honrar al héroe y Calígula sustituyó la coraza que vestía este por la suya propia. Harto de profanaciones, Septimio Severo ordenó sellar la tumba. El último soberano de Roma en agasajar a Alejandro fue Caracalla, que, según los cronistas de la época, cubrió el cadáver con su propio manto imperial. Después se hizo un silencio que dura hasta hoy.

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Nadie –que se sepa- ha vuelto a ver los restos del gran macedonio. Esto no ha impedido que los hombres no hayan buscado con ahínco. En su legendaria campaña de Egipto, además de la piedra de Rosetta, Napoleón se apropió de un sarcófago de piedra verde con inscripciones jeroglíficas. No obstante, se certificó más tarde su pertenencia al faraón Nectanebo II y la pieza acabó en el Museo Británico.

La obsesión de los arqueólogos

A largo del siglo XIX se sucedieron numerosos rumores de escasa credibilidad en torno a la leyenda del cadáver regio y su cenotafio. Muchos aseguraron haber encontrado la tumba en Alejandría. E incluso, el descubridor de Troya, Schliemann, se interesó por los huesos del macedonio. Durante el siglo pasado, arqueólogos de todo el mundo emprendieron la búsqueda del 'Sema'. La colina de Kom-El-Dick y la mezquita de Nabi Danial fueron los lugares preferidos de estas aventuras arqueológicas y junto a ellas se descubrieron numerosas ruinas antiguas. Pero como dice el arqueólogo griego Harry Tzalas, «las excavaciones han contribuido a aumentar nuestro conocimiento sobre la topografía de la Alejandría antigua y medieval sin resolver el misterio de la localización de la tumba de Alejandro».

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En 1995, finalmente, la arqueóloga griega Liana Suvaltzi, protagonizó un incidente que tuvo repercusión mundial, al confundir el Sema con los restos de un templo en el oasis de Siwa. La fascinación por la leyenda de Alejandro no ha disminuido a pesar del tiempo transcurrido y de los escasos resultados obtenidos hasta la fecha. El último en horadar la tierra en pos del mito ha sido Zahi Hawass, secretario general del Supremo Consejo de Antigüedades de Egipto. Valerio Massimo Manfredi, autor de la serie de libros Alexandros, publicaba en 2009 un libro en el que aseguraba que los restos de una tumba de alabastro localizada por él en Alejandría pertenecían a la tumba original de Alejandro. Pocos años antes, este autor opinaba: «Para Zahi Hawass el descubrimiento de la tumba está cercano. Mientras tanto el misterio en torno al sepulcro continúa».

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