Ilustración: Josemi Benítez
Tiempo de historias

El crimen en Bilbao que suscitó una oleada feminista

En 1906. ·

Es un caso célebre de la crónica negra vizcaína: cuando condenaron a Jesusa por matar a su novio, se publicaron miles de firmas en solidaridad con ella

Martes, 22 de octubre 2024, 17:51

Si hubiese que destacar un solo suceso de la crónica negra bilbaína de hace un siglo por su interés histórico, el asesinato de Mauricio Luzeret estaría seguramente entre los candidatos mejor situados: aquel crimen dio lugar a una movilización sin precedentes, gracias a una impetuosa ... oleada de lo que hoy podríamos llamar sororidad, y puso en juego conceptos y prejuicios que de alguna manera siguen resonando en nuestro presente, más de cien años después. También ha sido, por supuesto, un caso bastante estudiado, y en ese sentido hay que citar el trabajo de la historiadora Nerea Aresti titulado 'Diez mil mujeres... y yo', que es una referencia ineludible a la hora de escribir sobre aquellos hechos que sacudieron conciencias en Bizkaia.

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El asesinato de Luzeret encaja perfectamente en los parámetros de lo que entonces se denominaba 'crimen pasional', una defensa del honor herido que solía acabar en absolución ante los tribunales. Pero en esta ocasión existía una importante diferencia: al contrario de lo acostumbrado, la homicida era la mujer y la víctima era el hombre, algo que condicionaría el tratamiento jurídico del caso. Jesusa Pujana, de 23 años en el momento de los hechos, era una joven adinerada y culta, que había estudiado piano en Madrid y se había hecho cargo del negocio familiar, una casa de préstamo y compraventa de joyas situada en la calle que entonces se llamaba Miravilla y hoy se llama Miribilla. Su novio Mauricio Luzeret regentaba con sus dos hermanas la tapicería de la calle Viuda de Epalza que habían heredado de sus padres, ya fallecidos: Mauri, como solían llamarle, era un tipo elegante y popular que se dejaba ver a menudo en teatros y bailes.

También era un hombre violento, que pronto empezó a maltratar a Jesusa por los motivos más nimios. No dudaba en golpearla en público e incluso llegó a romperle el tímpano de un puñetazo o arrojarle piedras. Medio año antes del crimen, la pareja había empezado a mantener relaciones sexuales, aunque Jesusa declararía en el juicio que se había prestado a ello bajo coacciones, en las que Mauri habría llegado a empuñar su revólver. La joven, que se había quedado embarazada, no daba crédito a las voces que la alertaban de que su prometido se veía con una bailarina del Teatro Romea, de modo que su madre (que nada sabía de la apurada situación de la hija) contrató a un conocido para que vigilase al mujeriego Luzeret.

En la madrugada del 28 de octubre de 1906, el espía dio aviso de que el galán estaba con la bailarina. Jesusa se levantó de la cama, se arregló y salió con un revólver escondido en el bolsillo del mandil. Después de que Mauricio se despidiese de su amante y de unos amigos, cuando entraba ya en su casa de Viuda de Epalza, Jesusa lo abordó. Y, tras una breve conversación en la que se vio despreciada, lo asesinó de un balazo en la cabeza. «He matado a Mauri. Le he matado al primer tiro, pero, si hubiera sido necesario, le hubiese disparado otros cien», declaró después, según recogió 'El Noticiero Bilbaíno'.

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El código del siglo XXII

«Jesusa era un caso excepcional que reflejaba un problema muy común, el de una mujer engañada y abandonada por su prometido, que quedaba tras la ruptura en condición de madre soltera sin capacidad para rehacer su vida de acuerdo a los preceptos morales establecidos», resume Nerea Aresti. Desde el primer momento, se suscitó una corriente de simpatía hacia ella entre las mujeres de la villa, especialmente intensa entre las de clase más humilde, que tantas veces se veían en situaciones similares a manos de los señoritos. En el juicio, que se celebró un año después, el abogado defensor de Jesusa apostó por un planteamiento rupturista: puesto que la defensa del honor se consideraba legítima en el caso de un hombre, también debería serlo cuando la homicida era una mujer. «Nuestro código del siglo XX no lo reconoce así, pero tal vez lo reconozca el del siglo XXII», llegó a argumentar el letrado, Enrique Ocio. No acabó de funcionar: un jurado de hombres declaró culpable a Jesusa –que había dado a luz a una niña en la cárcel de Larrinaga y había rogado «piedad» por consideración al bebé– y el tribunal la condenó a ocho años. Los ecos del caso se extendieron por España: «Si el jurado hubiera sido formado por mujeres, la sentencia hubiera sido muy distinta», escribía, por ejemplo, un columnista de 'El Adelanto' de Salamanca.

A raíz de la condena, la sororidad se sustanció en iniciativas muy poco corrientes, que Aresti recoge en su estudio. Una comisión del gremio de modistas y costureras pidió a Manuel Aranaz Castellanos, redactor jefe de 'El Liberal', que escribiese en su nombre un mensaje de solidaridad para el que ellas recopilarían adhesiones por talleres y fábricas. Al día siguiente, se sumaron las trabajadoras de la Fábrica de Tabacos. El texto solicitado se publicó el 23 de octubre de 1907. «Durante una semana, el periódico dedicó varias columnas a reproducir los nombres de cientos de mujeres en pliegos que día a día iban llegando a su redacción. El número de firmas superó las diez mil», relata la historiadora. El periodista acabó denunciado por injurias, aunque resultaría finalmente absuelto, y el juez mandó interrumplir la publicación de esas firmas que muchos consideraban una peligrosa subversión.

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El indulto

En 1909, considerando «las circunstancias que concurrieron en el proceso» y «la irreprochable conducta y el arrepentimiento» de Jesusa, se le conmutó la pena por la de destierro. El 14 de agosto salió de la cárcel con su hija. «Dícese que se ausentará a América», publicó 'El Noticiero'.

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